Capítulo 11

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Volvimos riendo, recordando anécdotas antiquísimas, las cuales en su mayoría, eran de Joaquín y de su tendencia (asfixiante) a la sobreprotección. A trompicones de la risa, ingresamos en la cocina, donde me arrebató la mano súbitamente.

─¿Vamos a la pile? Ahora, invito yo ─me guiñó el ojo manteniendo vivaz su espíritu alegre.

Arrasado por una fuerza que no supe de dónde emergió, corrió hasta el parque, dejó las zapatillas de lado y frente a la piscina se quitó la camisa, la cual dobló metódicamente en cuatro partes. Acto seguido, jaló de su cinto y prosiguió con su pantalón. Mis hormonas revolotearon sin cuartel; era injusto tenerlo tan cerca y sentirlo tan lejos.

Sus bóxers se ajustaban a su culo bien formado y a su parte delantera con gran desfachatez. Era mejor irme a cambiar mi atuendo si no quería seguir brindando un espectáculo patético de derroche de babas.

Subí los escalones de dos en dos animada por la propuesta y por la excitación de haberlo visto nuevamente tan desprovisto de ropa. Repentinamente me detuve en seco, a mitad de camino, como si alguien me hubiese sujetado de las piernas impidiéndome seguir. ¿Sería bueno estar tan cerca? Sin dudas era peligrosa la combinación de poca ropa, agua y deseo subyacente de nuestros cuerpos.

Mandando todo al demonio (como lo hacía últimamente) lo hice fácil: tomé una bikini de dos piezas negra, lisa, con un top tapando mis pechos y dos finas tiras que se sujetaban a la nuca si deseaba mayor contención.

Encomendándome al diablo, bajé con dos toallones colgando en mi antebrazo. Pero antes de sumergirme, lo miré de reojo fingiendo desinterés, mientras los colocaba sobre una de las reposeras. Era un delfín en el agua, aprovechando la soledad, daba largas (larguísimas) brazadas de un lado al otro. Sacando la cabeza para tomar oxígeno, rotaba el cuello y repetía la maniobra hacia el otro lado. Su pelo mojado revoloteaba entre sus propias olas. Poseidón se reencaba en un hombre de 30 años llamado Joaquín, no había dudas.

Finalizando su competencia personal, salió de la pileta avanzando amenazantemente hacia mi ubicación. Lo vi con recelo, y aún permaneciendo de espaldas, fui atacada por un movimiento rápido pergeñado por su mente y sus extremidades; tomándome con una mano por la parte trasera de las piernas y con la otra, a la altura de mis omóplatos, Joaquín imitó la postura de los recién casados cuando entran a su habitación nupcial.

Deseando que el agua apagase el fuego al que se verían resumidos mis huesos por su contacto, tomando impulso y reteniendo aire preparándome por lo que iba a venir, me sujeté fuerte a su cuello, encogí la cabeza en su pecho y sentí que la pileta nos recibía estruendosamente.

En ningún momento me soltó, emergiendo bruscamente tal como nos sumergimos.

Una vez que hizo pie, todavía manteniéndome en sus brazos, deslizó sus manos dejando que bajase mis piernas para apoyar mis pies de a uno, intentando no resbalar.

─Sé que no te gusta entrar de a poquito al agua...─ sus carcajadas se habrían oído desde las garitas de ingreso a casa─ . Este era el mejor modo y más efectivo para que no sintamos el impacto del agua fría ─bajó la cabeza y comenzó a sacudirla como un perrito cuando está mojado, salpicándome como él odiaba que hiciese yo.

Mi venganza ante ese movimiento deliberado se pondría en marcha: como cuando éramos pequeños, hice olas con el canto de mi mano echando agua sobre su cuerpo, tal como había empezado el peligroso juego en el que casi me ahogó años atrás.

─ ¡Basta! ─ me gritaba atajándose de las gotas gruesas que impactaban en su cuerpo. Ahora la que se reía más fuerte, era yo.

─Dale, ¡hacéte el gracioso ahora! ─ amenacé sin abandonar mi cometido.

11.050 ( Once Cincuenta): Vuelo al pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora