Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (2ª parte)

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—¿Ya estás? —preguntó Reyja desde el otro lado.

—¡No! —gritó Suke quitándose la bata.

—¿Cómo que no? Llevas un siglo ahí dentro.

—¡No llevo ni un minuto! —protestó.

—Si tardas tanto en vestirte es que necesitas ayuda.

—Como entres te tiro el plato a la cabeza —le advirtió, y hablaba en serio. Pero, como conocía a Reyja, se puso los pantalones a toda prisa porque, tal y como se imaginaba, la puerta se abrió casi al momento.

—¿No estás? —dijo Reyja, burlón. Suke le arrojó un nuevo cojín que él apartó con una mano.

El timbre de la puerta interrumpió las risas de su amigo. Ambos se miraron sorprendidos. Tanto la señora Iserins como Kobe tenían llaves de la casa. ¿Quién más podía ser? Suke se apresuró a ponerse la camisa pero, mientras se la abotonaba, Reyja bajó corriendo las escaleras.

—¡Reyja, espera! —gritó Suke.

Localizó las zapatillas de Kobe y se lanzó escaleras abajo siguiendo a su amigo y maldiciendo su cojera que, en momentos así, tendía a acentuarse y a ser un auténtico engorro. Por el camino, perdió una alpargata y se detuvo a recogerla. No fueron más de un par de segundos perdidos pero se arrepintió de haberlo hecho. Ese pequeño intervalo fue lo que necesito su amigo para abrir la puerta sin que él pudiera decir nada.

—¿Reyja Arinsala? —preguntó una voz con textura rocosa. Suke reconoció al momento ese tipo de voz.

—S-sí —la voz de Reyja vaciló, estaba asustado.

Suke bajó corriendo las escaleras que quedaban sin preocuparse por la zapatilla que había vuelto a salir de su pie e ignorando el dolor punzante de su pierna. Eso no importaba en ese momento. No pudo escuchar qué hablaban porque sus propios pasos amortiguaron el sonido de la conversación. Cuando llegó al vestíbulo no se sorprendió al encontrar a los dos vincios de tierra que le miraron con curiosidad.

—Vuelve a arriba, Suke —le pidió Reyja. Intentaba mantener la calma pero se veía demasiado que estaba asustado—. M-me buscan a mí.

—Es mejor si nos acompaña el otro chico también —dijo el más alto de los vincios.

—¡No! —exclamó Reyja—. Solo es... el vecino.

—No... —A Suke no le daban miedo los vincios, pero desconocía los motivos que le hacían estar allí y, lo que era más preocupante, ¿por qué unos vincios liberados buscarían a Reyja?—. No lleváis collar —observó—. ¿Sois hombres del príncipe? —preguntó. A lo mejor era una tontería pero lo último que sabía de su padre era que estaba libre, cabreado y con las dos llaves necesarias para liberar a todos los vincios de sus respectivos anuladores de voluntad. Kobe había intentado mantenerle al margen de los rumores sobre levantamientos que se habían ido sucediendo en todo el país, pero Suke no era tonto y Kobe se había llevado el trabajo a casa. Era imposible hacer como que no sabía nada de eso—. ¿Por qué queréis a Reyja?

El vincio más alto rio con carcajadas guturales que resonaron por toda la casa y la hicieron estremecer. El suelo tembló bajo sus pies.

—Sí, definitivamente, él también se viene.

*

Kobe aguardaba inquieto, contemplando el ritmo agónico de las manecillas del reloj, pensando que todavía faltaban cuatro horas para que saliera el maldito dirigible. Cuatro horas para pensar en lo que podía haber sucedido.

«Como en Lederage», recordó. La casa había ardido y el cuerpo de Suke había aparecido entre los escombros, inconsciente pero vivo. Pero por durante la hora más larga de su vida le había dado por muerto. No debía desesperarse pero no había nada que pudiera hacer desde dónde estaba y, por muy rápido que quisiera ir, no llegaría allí hasta la mañana del día siguiente y eso era demasiado tarde.

El Alma en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora