Las princesas siempre tienen un poquito más de suerte

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Las princesas siempre tienen un poquito más de suerte

A pesar de que mamá nunca estuvo realmente bien, ella siempre me mostró cariño luego de que Evan le contara cómo yo me sentía. Se sentó un día conmigo y me dijo que yo nunca había traído infelicidad. Todo lo contrario, pero, y cito «Yo me puse mal poco después de tu nacimiento, lo que hizo que las cosas cambiaran un poco. No es tu culpa en lo absoluto». Me dijo eso.

Todavía no sé si creerle y han pasado años desde esa conversación.

A mis 15 empecé la escuela secundaria, el lycée como le dimos en francés, y creo que nunca había estado tan nerviosa en mi vida. Aún no sabía si mis amigas irían al mismo que yo, pues dependía del nivel que uno tenía al tomar el examen al final de la escuela intermedia, collège.

Mamá me ayudó a ponerme el uniforme y al principio quise escupirle a mi reflejo por cómo me veía: falda gris topo, mocasines negros, camisa blanca metida dentro de la falda y medias a la canilla, suéter a botones y corbata azul marino. Lo odiaba.

Lo único bueno era que mi cuerpo, al menos, ahora tenía forma. Luego de cumplir los quince mis caderas se ensancharon y pasé de tener una copa de sostén A a una C, lo que era... pues, un milagro.

Antes también habíamos tenido que usar uniforme, pero era una simple falda azul con una camiseta blanca tipo polo, tenis y la chaqueta que quisiéramos usar. Habría preferido quedarme con ese.

Suspiré y até los mechones del frente, que antes eran un flequillo, con una horquilla. Luego pinté mis pestañas y puse brillo en mis labios. No quería ser ridícula ahora que me permitían usar maquillarme, pero tampoco podía ir mal... teniendo en cuenta, de seguro, que los paparazzies estarían allí.

Bajé a tomar el desayuno pensando que este era el peor día de mi vida. Tenía nervios, quizá estaría sola en el lycée y encima el uniforme era un espanto. Luego de comer una tostada desnuda, Marco, mi primo materno; Alaric y Evan me desearon buena suerte. Papá besó mi mejilla y dijo que todo estaría bien. Mamá me dio un corto abrazo y susurró:

—Solo recuerda que las princesas siempre tienen un poquito más de suerte.

Reí en voz baja y me fui.

La felicidad que sentí cuando vi que Martine y Giovanna estaban en el mismo lycée que yo fue tan grande que chillé y me abalancé a abrazarlas. Bernadette y sus secuaces también estaban... y él: Joseph Beaumont. El único chico que me había gustado desde el preescolar.

En efecto, las princesas que tenemos suerte.

Era alto y esbelto, y jugaba al lacrosse. Sus ojos y cabello era tan tan oscuros que a veces parecían negros, pero a la luz se notaba que eran marrón oscuro. Su tez era pálida y suave, sus labios mullidos y rosados, sus cejas rectas y pobladas... Era tan hermoso. Cuando hablaba se le movía la nuez de Adán con ligereza y su voz era grave y apenas rasposa. Hacía que las rodillas me temblaran.

El problema era que a él no le importaba que yo era una princesa. Los demás niños siempre me pedían citas, me decían lo bien que lucía y comentaban que nos veríamos bien juntos, y el respeto era algo muy usual. Para él yo era como esas personas que conoces una vez y sabes que no volverás a ver.

Exacto; nada.

¿Lo peor de todo? Es que sabía que me gustaba.

¿Quieren otro contra? Bernadette era su mejor amiga.

Entonces, cuando Giovanna, Martine y yo pasamos a su lado en los casilleros, me detuve y lo saludé. No me daba vergüenza el que fuera consciente de mis de-alguna-manera sentimientos, en realidad pensaba que en algún momento de su vida cedería y se daría cuenta de que estábamos destinados a estar juntos.

—Hola, Joseph. Qué bueno que te haya tocado a ti —musité.

Sus amigos rieron en voz baja, mientras él sonrió de costado.

—Conveniente para ti, ¿verdad? —farfulló.

Me encogí de hombros.

—Sí, quizás —sonreí.

Seguimos nuestro camino.

Obviamente, como a él yo no le gustaba se dedicaba a bromear sobre el hecho de que él a mí sí. ¿Me afectaba? Solo cuando le daba justo en el clavo. Por lo usual solo le seguía el juego, sabiendo que lo único que quería era sacarme una reacción.

No nos encontramos con Bernadette en todo el día, pues no compartíamos ninguna clase, o al menos yo no lo hacía, pero yo sabía que nos cruzaríamos en algún momento del día. Quiero decir, a ella le encantaba vomitar palabras de envidia en mi rostro y no iba a perder la oportunidad cuando tenía la certeza de que yo estaba cerca.

La tipa era hija de un conde, ¿acaso eso no le bastaba?

Había invitado a las chicas a casa, por lo que salimos las tres juntas y al mismo tiempo en dirección a uno de los coches de mi familia. Los rizos platinados de Bernadette Leblanc se pusieron justo frente a nosotras. Ella no tenía las típicas seguidoras que la imitaban y repetían lo que decía, que se vestían como ella y odiaban a la misma gente solo para complacerla. Nop, Bernadette no las necesitaba porque ella era una perra en serio.

—¿Qué le pasó a tu uniforme, Jacqueline? —escupió—. ¿Acaso Cosette Isusi estaba muy ocupada como para coserte uno a la medida?

Sonreí con dulzura.

—Por supuesto que no. Yo, como soy una persona relativamente normal, estoy usando el uniforme hecho por la misma persona que hizo el de los demás alumnos.

Puso los ojos en blanco.

—Por favor. Normales son quienes no tienen un título y riqueza de por vida. Tú no eres normal, Jacqueline, eres una princesa. Una con mal gusto, si vamos al caso.

Bufé, cansada de esta conversación sin sentido que le estaba quitando tiempo preciado a mi día. Peeeero, justo en ese momento, Joseph apareció detrás de ella. La miró con una ceja alzada y apretó los labios.

—¿Nos vamos, Dette?

Bernadette sonrió y se prendió de su brazo.

—Vamos, Joseph. Los ojos me están empezando a arder por la mala calidad de los perfumes que usan las doncellas de Jacqueline.

La miré boquiabierta y sentí a mis amigas jadear. ¡La iba a matar!

Antes de que pudiera replicar, Joseph la impulsó hacia el coche que los estaba esperando. Los seguí con la mirada hasta que el vehículo desapareció y sentí que me salía humo por las orejas. 

Maldita Bernadette.

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El mejor comentario se lleva la dedicatoria en el capítulo siguiente \*-*/


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