Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (1ª parte)

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—Preferiría que no hubiera vincios —dijo, con sequedad, ahorrándose un comentario más hiriente.

—¿Y cómo vamos a hacerlo? Todavía nos falta mucho para dejar de depender de ellos. Pero le entiendo. Viviendo en Mivara... supongo que lo ve normal —añadió, encogiéndose de hombros—. La gente de allí es rara. Dicen que es el aire de las montañas. Este es su hotel —dijo, parando el coche antes de que Kobe pudiera replicar—. Si le parece bien, le dejo aquí y llevo el coche al aparcamiento para clientes. Le recogeré en el vestíbulo dentro de media hora para llevarle a comer.

—La verdad es que me han servido la comida en el dirigible —dijo Kobe. El último trozo de la conversación le había quitado todas las ganas de pasar el tiempo con su niñera. Era una pena, seguro que era un muchacho agradable y disciplinado, pero en ese momento solo podía pensar en un crío de diez años con el cuerpo lleno de cicatrices y le iba a ser muy difícil mantener una actitud civilizada con alguien que no solo lo permitía, sino que lo defendía—. Confiaba con poder echarme un rato y repasar algunas notas antes de la reunión.

—Entiendo... Le he molestado —murmuró Azura frunciendo el ceño de nuevo—. No era mi intención. Disculpe si le he ofendido.

—No, está bien —dijo Kobe—. Pero estoy cansado. ¿Podría venir a buscarme media hora antes de la reunión?

—Por supuesto —contestó el teniente. No parecía muy contento, pero no hizo ningún comentario más.

Kobe suspiró aliviado cuando vio que el automóvil se alejaba. Cogió su maleta y entró en el amplio vestíbulo del hotel. Se dirigió a recepción para pedir la llave de su habitación.

—¿Capitán Aizoo? —repitió el joven encargado—. Esta es su llave y... han dejado un recado para usted.

—¿Un recado? —repitió Kobe, extrañado.

—Sí, una mujer, parecía muy nerviosa. Esto es todo lo que he podido anotar —dijo, dándole un pedazo de papel.

Kobe lo cogió con cuidado y lo leyó para sí: «Capitán, vuelva pronto. Está pasando otra vez, como en Lederage».

—Como en Lederage... —repitió. La sombra de la sospecha dio paso al terror más absoluto al saber a qué se refería la nota—. No, Suke... —murmuró con voz ahogada—. Necesito los horarios de los dirigibles —pidió al recepcionista—. Tengo que salir hacia Mivara lo antes posible.

«¿Y la reunión? ¿Y la guerra?», dijo una vocecita en su interior mientras él empezaba como loco a rebuscar entre el muestrario de panfletos de propaganda el medio de transporte que le llevara a casa lo antes posible. «Tendrá que esperar», se dijo. «Todo tendrá que esperar. Mi hijo me necesita».

*

La casa del marqués era más pequeña de lo que la recordaba, pero claro, la única vez que había estado en ella no debía de tener más diez años. Entonces le pareció una mansión enorme acompañada de pequeños edificios aledaños. Una arboleda rodeaba las edificaciones. La vez anterior, entre esos árboles había montones de farolillos que convertían toda la zona en un laberinto de luces y colores ya que se celebraba el nacimiento del hijo de la marquesa. Su padre no se hacía mucho con aquella familia, a pesar de ser casi vecinos, pero la madre había querido invitar a todos los niños de los alrededores y él no había sido una excepción.

Recordaba dulces, risas y juegos con los que entonces eran sus amigos. ¿Qué había sido de ellos? Pensar eso le provocó un nudo en el estómago, el mismo que se formaba cada vez que pensaba en lo que había dejado atrás. Un nudo que, por suerte, se deshacía cada vez que volaba.

Ahora todo era muy diferente.

Vaio sobrevoló la zona un par de veces y se posó en el tejado más alto, mientras esperaba a sus compañeros que no tardarían mucho en llegar.

El Alma en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora