—Sabes que sí —dijo Víctor. Los labios le temblaron al hacerlo—. ¿Quieres que te arrulle? Así estarás más tranquila...

Con aquello, una vez más, logró desviar la atención de Susy.

—Claro —respondió ella con una sonrisa ligera.

Víctor se hizo a un lado para hacer un espacio que Susy llenó de inmediato. El joven la abrazó como si de un bebé se tratase y luego comenzó a mecerse a la par que entonaba una dulce canción: él la había compuesto hacía unos años para ayudar a que la niña durmiera cuando tenía pesadillas.

Bajo la luz de la luna, te resguardaré.

Mientras esté a tu lado, no debes temer.

Cuando sientas que el miedo empieza a crecer,

recuerda, mi amor, que yo te cuidaré.

Basta con que mires las estrellas

para que puedas encontrarme en ellas.

Y así cuando sientas el miedo crecer,

recuerda, mi amor, que yo te cuidaré.

Bajo la luz de la luna, te resguardaré.

Mientras esté a tu lado, no debes temer.

Cuando sientas que el miedo empieza a crecer,

recuerda, mi amor, que yo te cuidaré.

La voz tenue de Víctor hizo eco en la noche, atravesó el monitor de bebé y llegó hasta los oídos de Valeria quien, más dormida que despierta, sonrió enternecida antes de volver a sumirse en el sueño. Ni ella ni sus dos hijos lograron escuchar cuando un leve sonido de estática provino de los tres monitores; luego se apagaron.

A solas, en la habitación de Susy, surgieron dos manos similares a un par de garras que se asomaron bajo la cama, rasgaron el suelo a su paso y dejaron profundas marcas. De ahí mismo, un lamento espeluznante, grueso y seco se dejó oír. Las luces titilaron y los grillos dejaron de cantar. Todavía eran las tres y cuarto de la mañana: una vez más, la criatura había secuestrado el tiempo a su favor y lo paralizaba sin que nadie lo notara.

—Víctor —pronunció con furia una voz lastimera. El baile de las luces se detuvo, los grillos volvieron a cantar y los tres monitores se encendieron con un clic. Las manecillas del reloj marcaron las tres y dieciséis.

***

Víctor no sabía qué le provocaba más nostalgia, levantarse temprano y vestir su uniforme del equipo de vóleibol o andar el camino a la preparatoria en bicicleta, con el viento soplando sobre su cara. Disfrutaba de ambas cosas, lo ayudaban a sentirse tranquilo, como si la monotonía de su vida jamás se hubiera esfumado.

Al llegar a la escuela, estacionó la bicicleta en la entrada y cruzó los torniquetes con ayuda de su credencial. Los patios de la preparatoria estaban cubiertos de árboles y algunos arbustos rodeaban la fuente principal que escupía agua cristalina hacia el cielo. Las aulas de clases formaban un zigzag a las orillas del terreno y se dividían con secciones de árboles.

El ruido producido por los jóvenes que asistían a los cursos de verano era mucho menor con el que estaba familiarizado, pero, de todos modos, se dio cuenta de lo mucho que lo extrañaría. Había vivido tantas cosas en esa escuela que bien podrían ponerse en un libro.

Papi, estoy de regreso [S.O. #1] (COMPLETA)Where stories live. Discover now