Capítulo Dieciocho

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—Vera —traté de hablar con calma, pero ella siseó.

—Escúchame bien, Christian —su tono era amenazante—. En cuanto yo te suelte, vas a tomar tus cosas y te vas a ir de aquí. No quiero que vuelvas hasta que reflexiones sobre lo que por poco hiciste. ¿Está claro?

Solté un suspiro, por supuesto que ella me iba a echar. Asentí, sabiendo que esta pelea ya no continuaría más. Ella me soltó y se alejó de mí inmediatamente como si fuera un monstruo.

—Vete —siseó con el dolor reflejado en su mirada.

—Vera, yo... —intenté hablar, pero ella levantó la palma de su mano en señal de no querer escucharme.

—Solo no, Christian. Está muy claro que tú no has cambiado —su voz se quebró—. Siempre vas a defender a tu madre no importa el daño que me haya o estén causando —una lágrima rodó por su mejilla—. Y si has tomado una decisión como esa, no quiero estar contigo. No puedo permitir que mi amor por ti me deje ciega ante lo que realmente me mostró mi familia.

Sus palabras dolieron como una bala directo al pecho, pero tenía razón. Actué de forma estúpida y por poco le hice daño. Mi mente era un completo desastre, pero realmente tenía que empezar a preguntarme si mi madre era capaz de algo como eso. Ella se cruzó de brazos y caminó hacia el pasillo, dejándome totalmente solo. Dispuesto a recuperar su confianza y averiguar la verdad, le dediqué una última mirada a la habitación antes de marcharme a casa. Tenía muchas cosas que aclarar con mi madre y con Mila.


Conduje como un maniático hasta que llegué a casa de mi madre. Abrí la puerta y lo primero que hice fue gritarle a Margaret. Sin embargo, quién apareció como un rayo fue Mila, cuya sonrisa era de total satisfacción. Hace un año ella era una persona totalmente diferente, pero era claro que todo fue actuación. Llevaba un vestido blanco que se ajustaba perfectamente a su cuerpo, así como su cabello perfectamente cepillado. Ella gritaba elegancia y belleza por todas partes, pero ya yo no estaba seguro de querer eso.

—Vaya, ¿ya te has dado cuenta de lo arpía que es tu amante? —se cruzó de brazos en gesto triunfal.

No quise herirla, pero no pude detener las palabras que salieron de mi boca.

—De hecho, gracias a ella me di cuenta de quién es la verdadera arpía —gruñí.

La sonrisa de Mila se esfumó de inmediato. Era claro que eso había sido un golpe bajo para mi esposa, pero no pude detenerme. Ella estuvo por responder cuando mi madre entró en escena. Su gesto era de total desagrado y no se preocupó por ocultarlo, pero yo tampoco oculté mi gesto de desprecio. Si ella realmente había intentado matar a Vera, iba a destruir todos sus planes con tal de ayudar a mi mujer.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó molesta—. ¿Ya te ha echado la zorrita esa de su casa?

Tratando de controlar mi furia, apreté los puños.

—No, vine aquí porque quiero que me respondas a algo, madre —entrecerré mis ojos y ella enarcó ambas cejas.

—¡Vaya! —exclamó—. No llevas ni un año con esa desgraciada y ya te llenó de ideas la cabeza.

Mila decidió apoyar su comentario—. Que no te extrañe, Margaret. Estamos hablando de una ladrona, mentirosa y oportunista. Es claro que sabe cómo mentir.

Ambas mujeres me miraron fijamente, pero yo tampoco aparté la mirada. Mi paciencia estaba llegando a su límite y no iba a permitir que se metieran con ella de nuevo. Una parte de mí definitivamente no quería preguntar, pues si era verdad, se iba a confirmar que dudé de Vera una vez más y que era hijo de una asesina. ¿Realmente podía con eso?

Tomé un largo respiro—. Mamá, ¿tú provocaste el accidente de Vera?

La pregunta tomó a mi madre totalmente desprevenida, pues su gesto era de total desconcierto y horror. De todas las cosas en el mundo, definitivamente ella no esperaba que su hijo preguntara semejante cosa, pero no podía continuar con la duda. Mila, horrorizada, observó a mi madre, y por un segundo imaginé que ella no tenía ni la más remota idea, pero luego su gesto se endureció y volteó a verme. Nuevamente iba a defender a su suegra.

—¿Cómo se te ocurre preguntar eso? —cuestionó, pero no respondí.

—¿Y bien, mamá? —esperé de brazos cruzados.

—¿Cómo puedes creer eso de mí? —preguntó con una mano sobre el pecho en señal de desconsuelo—. ¡Soy tu madre, Christian!

—¡Solo responde, joder! —estallé.

—¡Yo no soy ninguna asesina! —exclamó.

De repente, unos pasos se escucharon, hasta que si figura cruzó el umbral. Llevaba su cabello atado en una coleta, vestida con una blusa blanca de lana, unos jeans y tacones blancos, ella le sonrió a Mila como el gato de Alicia en el País de las Maravillas y luego se dirigió a mi madre. Ambas de pie, como en un duelo de titanes.

—Margaret, Mila —ella se acerca a mi madre—. Veo que me tachas de mentirosa una vez más.

—Tú, serpiente venenosa —Margaret la señaló—, estás tratando de sabotear mi relación con mi hijo. ¡Eres una plaga para este mundo, Vera Williams!

—Claro, claro —ella sacó un sobre de su bolso—. Entonces estás fotos probablemente no muestran nada.

Mi madre observó a Vera totalmente horrorizada. Mi mujer había aparecido para enfrentar a mi familia una vez más, y no pude sentirme más abrumado. Vera era otra persona, llena de determinación, furia y dolor. Lo que quedaba de la joven que salvé esa vez en un callejón ya no estaba. Todo lo que había en ella era la necesidad de traer abajo a aquellos que la lastimaron, pero lo que no sabía y realmente me aterraba era pensar que yo estaba incluido.

—¿De qué demonios estás hablando niña loca? —exclamó mi madre—. ¡Lárgate de mi casa!

—¡Es mi casa! —Vera alzó la voz—. ¡Y tú, bruja despiadada, se la robaste a mi familia! Tenías y tienes tan pocos valores que decidiste vivir una maldita mentira aún cuando sabías quién era yo. ¡Decidiste humillarme como a un perro callejero cuando lo cierto era que yo tenía más que tú!

—¿¡Y qué!? —replicó mi madre—. ¡Le salvamos la asquerosa vida a tu padre! Era un maldito ser humano, asqueroso y sin dinero.

Y como un rayo, Vera se lanzó sobre mi madre dándole directamente en la cara con el puño. Mila soltó un chillido, pero no se metió. Estaba demasiado horrorizada para hacerlo, y yo, decidí no entrometerme, pues realmente lo tenía merecido.

La mirada de la mujer que siempre amé era como fuego, podía quemarte con tan solo observarla. En un pasado probablemente no hubiese dicho nada, pero esta vez estaba dispuesta a defender cada fibra de su ser. Quería abrazarla y besarla, pero algo dentro de mí decía que no me quería cerca todavía. Vera agarró a mi madre del cabello y ella soltó un grito, desesperada.

—Te lo voy a advertir una sola vez, Margaret —presionó—, vuelve a llamar a mi familia así y te enviaré a la tumba junto a tu esposo en menos tiempo del que crees —siseó—. Será mejor que te cuides, Harris, porque en menos de lo que esperas, estarás tras las rejas y cualquiera que intente ayudarte.

Sin más, Vera le dedicó una última mirada a Mila, me extendió el sobre y se marchó dando un portazo. Con la boca seca y el corazón acelerado, abrí el sobre y observé lo que contenía. Varias fotos de una cámara de seguridad. Fruncí el ceño hasta que mis ojos se abrieron como dos platos.

Eran las cámaras de seguridad que mostraban perfectamente como mi padre colocaba algo en el automóvil que Vera utilizaría el día de su accidente. Miré a mi madre totalmente horrorizado y ella bajó la mirada.

Vera siempre tuvo razón.

Mis padres trataron de asesinarla.

Rompiendo PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora