2. ¡Eres tú!

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Corre hombre, corre.

Me decía a mí mismo. Si no me apresuro llegaré tarde, mi jefe es un maldito, un pesado, como el estereotipo de jefe. Idéntico. Excepto por lo enano.

Nunca he llegado tarde desde que me contrataron, esta sería la primera vez, ni siquiera me he ido antes del horario de trabajo, se podría decir que soy un buen empleado, por eso supongo que debería perdonar mi atraso, repito, supongo.

Los pantalones comenzaban a pegarse a mis piernas, por la transpiración, lo mismo con la camisa, y la desesperación iba aumentando a medida que pasaba el tiempo. Veo mi reloj, mierda, ya pasaron diez minutos.

Corre hombre corre.

Diviso un taxi a lo lejos, venía por las desoladas calles de mi barrio, lo hice detenerse y me subí, estaba vacío, abrí las ventanillas de inmediato, necesitaba ventilarme, estaba agitadísimo por la corrida, y el uniforme lo empeoraba todo. Esperé un saludo, pero no hubo ninguno, solo una insolente mirada por el espejo retrovisor.

—¿Hacia dónde vas niño? —preguntó manteniendo la mirada al frente.

—Calle Balmaceda —dije displicente.

Veo mi reloj ya pasaron quince minutos. Mi ritmo respiratorio aumentaba, estaba nervioso, y sin darme cuenta estaba mordiendo mis labios por dentro.
Quité la transpiración de mi frente, y me levanté levemente para retirar la billetera del bolsillo trasero del pantalón, lentamente comencé a abrirla, no recordaba si poseía dinero, pero sin esperar más la abro.

Nada, ningún billete. Mordí nuevamente el interior de mi labio, y sin razón miré hacia ambos lados, como con miedo que me estén observando, con miedo a que vean lo mierda que soy.
Faltaba revisar el monedero, desplacé el cierre pero esta vez no estuvo tan mal, había unas monedas.

—¿Cuánto es? —pregunté seguro, como si me sobrara el dinero.

—Dos mil pesos —respondió el calvo, sin hacer un movimiento.

Mierda. Solo tenía ochocientos pesos, saqué las monedas y las guardé en el bolsillo, lo único que podía hacer era pedirle que me aceptara eso.
Miré hacia afuera, estaba lleno de personas y estábamos a unas dos cuadras del bar en el que trabajo, la calle estaba colapsada de autos, era viernes por la noche, y esta parte de la ciudad es reconocida por su bohemia, por su cantidad de bares, de discotecas y burdeles.
Gracias a eso pude encontrar un trabajo aceptable.

Faltaba una persona que trabajara de barman, lo leí en un aviso del diario, leía el apartado de avisos de trabajo todos los días. Yo no tenía ni idea de que era ser barman, pero me puse a investigar de inmediato. Barman se le llama al encargado en servir los tragos en los bares, pero no es solo eso, además se debe tener personalidad, se debe entretener a las personas con malabares y trucos utilizando lo que hay en el bar.

Para poder trabajar en aquello se necesitaba hacer un curso, y yo no tenía tiempo ni dinero para pagarlo, por lo que en dos días me entrené como nunca, día y noche con botellas, vasos. Estudie los tipos de tragos, las mejores combinaciones. Al final debido a los necesitados que estaban de un bartender, y como yo lo hacía bien, pero me faltaba el papel que verificaba que había pasado por un curso de preparación para aquel oficio, me dieron el trabajo.

—Señor, disculpe, ¿usted me podría aceptar ochocientos pesos? —pregunté angustiado.

—Niño bájate, vete, vete —dijo el chofer, alterado, golpeando el manubrio.

Viejo amargado. Abrí la puerta y la cerré con todas mis fuerzas.

—¡Niño de mierda! —escuché mientras comenzaba a correr. Miré hacia atrás y el viejo se había bajado del auto, todo enojadísimo, yo ya estaba lejos, por lo que ni siquiera se dignó a perseguirme, con esa panza yo tampoco lo haría.

Bendita Miseria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora