Capítulo 9: El despertar de las Llamas (3ª parte)

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«El frío es bueno», se dijo, mientras la modorra le arrastraba de nuevo a la seminconsciencia.

*

Pazme no parecía muy convencida cuando le dijo que se quedaría en la casa de los Aizoo. Reyja tuvo que insistir varias veces, después de todo, solo estaba a veinte minutos caminando y sí, de noche era oscuro y no estaba bien iluminado pero ya pediría una linterna o llamaría por teléfono que para eso, sus casas eran de las pocas que podían permitírselo.

Al final, bajó del coche antes de que Pazme lo hubiera parado por completo y arrancó a correr por el camino de grava en dirección a la casa, mientras se despedía con la mano y gritaba que no se preocupara. No había mejor forma para zanjar una discusión que una retirada estratégica. Pazme sabía que no iba a convencerle y que Reyja haría lo que quería, como siempre, pero puede que hubiera insistido en acompañarle y traerse a Valenda con ella. Y Reyja no quería.

Cuando se trataba de Suke, los demás sobraban.

Apenas había golpeado la puerta cuando esta se abrió y una agitada señora Iserins le recibió.

—¡Oh, señorito Reyja! —exclamó la mujer con nerviosismo—. No tiene ni idea de lo que me alegro de verle.

—¿Suke está bien? —preguntó, entrando sin esperar a ser invitado. Sin bacilar, se dirigió hacia las escaleras. Si antes estaba preocupado, la actitud de la mujer lo espoleaba aún más.

—¡Señorito Reyja! —le detuvo la señora Iserins, parecía a punto de echarse a llorar—. Suke es buen chico. No quiero que le pase nada pero… me da miedo —confesó. Reyja se quedó helado al escuchar esa confesión. ¿Qué estaba pasando?—. Yo sé que él… no es normal. Yo… tengo hijos, ¿sabe? El capitán Kobe paga el alquiler en la ciudad, no quiere que estén cerca. Al principio pensaba que era porque no quería mezclarse con… gente baja. Pero después de lo que sucedió en Lederage, supe que era para protegerlos.

—¿Qué sucedió en Lederage? —preguntó Reyja. La mujer agachó la cabeza, avergonzada, sin duda arrepentida por haber hablado demasiado.

—Es un buen chico —repitió, quizá para convencerse a sí misma—. He intentado contactar con el capitán pero todavía estaba en el dirigible. He llamado a su hotel y han dicho que le darían mi recado pero para cuando vuelva puede que…

—¿Quiere marcharse? —Eso era lo que parecía que intentaba decirle la mujer. Ella asintió en silencio. Tenía miedo y no quería quedarse allí. «¿Por qué?».

—El señorito… me lo pidió varias veces esta mañana. Poco después que usted se marchara. Me dijo que me fuera a mi casa, que él se cuidaría solo. Pero… no pude hacerlo. Solo quería cuidarle pero al entrar en su habitación y ver…

—Señora Iserins —la calmó Reyja—. No se preocupe, ha hecho lo que debía. Yo me quedaré con él hasta que llegue el capitán.

—Pero es que… —No parecía muy convencida de dejarle a cargo de todo.

—Si le han dado su recado, debería llegar hoy por la noche o mañana a primera hora. No se preocupe, me las apañaré hasta entonces —dijo, y deseó que su sonrisa transmitiera la confianza que la buena mujer necesitaba en ese momento.

Se quedó allí, en medio de las escaleras, dirigiendo miradas al piso superior mientras su corazón latía con fuerza y trepaba por su garganta.

Tenía miedo. ¿Por qué negarlo? Miedo de lo que podía encontrar, miedo de que hubiera algo que le hiciera tener aún más miedo. La señora Iserins recogió un par de cosas y se marchó, temblando y con lágrimas en los ojos. Él asintió con la cabeza para darle el último empujón que necesitaba para abandonar definitivamente la casa.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now