Día 1: El día en que se conocieron

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«G»

La ventisca de marzo se colaba por mi ventana levantando las cortinas con fuerza, pero no me molesté en cerrarla así como no me molesté en limpiar mis lágrimas.

Según mis padre, me estaba apresurando y según mi madre, no tenía la capacidad de hacerlo.

Quizás tenían razón, quizás no. Solo sabía que mi "exagerado" tiempo en la cama, mi nula vida social y mi dependencia hacia ellos y su dinero no ayudaban a que obtuviera aquello que deseé desde que era pequeña: Un gato.

Quería un gato, mucho. Lo quería tan mal que a veces lloraba de cólera porque cada vez que les pedía a mis padres que me compraran un felino, estos me recitaban la misma aburrida y exasperarte respuesta:

-No puedes cuidar de ti misma y vas a cuidar de otra criatura.

Pero yo sabía que sí podía cuidarlo y que en verdad ellos no querían a una bola de pelos andante que dejara "pis" y "pof" por todas partes. Además, a mi mamá jamás le gustaron los animales desde que mi abuela la llevó a una granja y fue correteada por las gallinas durante horas. Desde ese momento, jamás se volvió a acercar a un animal que no estuviera congelado o fuera comestible.

Así que aquí estoy, en mis vacaciones de invierno, echada sobre mi cama secándome las lágrimas después de hacer mi segundo berrinche del día. Solo me quedaban sábado y domingo para convencerlos y poder regresar a la escuela con una mascota. Aunque si somos realistas, vengo insistiendo con eso desde los años. Diecisiete menos ocho nos da nueve años de perseverancia en vano. Jamás lo iba a conseguir.

Es por eso que planeé el plan B: adoptar un hermoso gatito cuando estuviera en la universidad. En una universidad muy pero muy lejos de casa. Donde no me dijeran qué hacer.

Pongo el sello de APROBADO a mi idea y decido hacer mi segunda actividad favorita: leer mangas.

De niña, el único canal ue me gustaba era Cartoon Networks porque tenía los mejores dibujos del mundo: Nadja, Inuyasha, Dragon Ball, Kaleido Star, etc. Dibujos que no entendía por qué se llamaba así pero yo era feliz viéndolos, aún si pensaba que esos garabatos que salían al momento de la canción inicial estorbaban. Más tarde me daría cuenta que esos garabatos eran letras en japonés. Y para cuando salió Naruto yo era una viciosa total.

No fue hasta que busqué Naruto en google y descubrí que saldría una segunda temporada que me di cuenta que lo que veía no eran dibujos sino animes. Y un mes después ya estaba completamente enviciada. Aunque recuerdo que cuando escuché el audio en japonés por primera vez yo estaba en una negación total. Así no habla Naruto ¡No! ¡Así no hablaba Naruto! Es lo que había pensado en ese entonces, pero era cuestión de acostumbrarse.

Ahora, me considero una experta en el tema y puedo hablar más o menos bien el japonés. Pero esto ha afectado mi vida social, dónde las chicas en lo único que se preocupan son en chicos, ropa, maquillaje y notas; en ese orden.

Yo, en cambio, soy la rarita del frente que de vez en cuando es atrapada por los profesores sacando el celular, no para mandar mensajes a su novio sino para leer esos raros cómics que no tiene súper héroes como está de moda.

Me paso toda la tarde leyendo. Aunque, si mi mamá pasara por mi cuarto me vería - porque tengo la obligación de tener la puerta abierta - echada en mi cama con la laptop de lado pasando páginas en blanco y negro con garabatos extraños y seguramente pensaría: ¡¿Qué hice mal con esta niña?! No tiene amigos, no sale los fines de semana, ni siquiera sale de su habitación.

Lo sé porque la he escuchado decírselo a mi papá y este siempre le responde: Quizá necesite un novio.

No saben lo traumático y humillante es escuchar esas palabras de las personas que más te deberían apoyar.

WeirdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora