Prólogo: Auria

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El mundo de Auria siempre había sido un mundo con magia, magia capaz de obrar milagros, de aquella que se categorizaba de leyenda. La magia inundaba el planeta y hacía que los dragones surcaran los cielos, los unicornios plagaran la tierra y que se libraran grandes guerras entre hechiceros sedientos de poder y riquezas, que siempre iban un paso más allá. Era la clase de magia que todos los niños sueñan con poseer, pero que muy pocos terminan alcanzando.

Pero pronto la magia quedó relegada a los sueños. Se fue esfumando de cada uno de los hechizos. Los dragones descendían en picado, los unicornios aparecían muertos y apenas unas pocas razas sobrevivieron a la escasez de magia, cada vez más difícil de emplear para los hechizos más sencillos. Los hechiceros buscaban la forma de hacer posible su uso, de volver a crear maravillas. Durante muchos años la magia simplemente había estado allí, sin necesidad de preguntarse un por qué. Pero, con el tiempo en contra, lograron encontrar la forma de volver a emplearla. Canalizaban la magia haciendo uso de sus varitas y bastones.

Eran una burda imitación de los amuletos de los hechiceros, creados de la esencia mágica del propio mago y que permitían la realización de cualquier hechizo sin palabras mágicas. No eran tan potentes, por supuesto, y todo uso de la magia implicaba un coste en las energías del usuario, un coste muy elevado que también se traducía en coste monetario. Todo canalizador era caro, cuanto mejor fuera, más dinero costaba, lo que acabó relegando la magia a las posiciones sociales más elevadas.

Aún se sigue viviendo la escasez de la magia y las historias sobre dragones siguen siendo una leyenda. Hace tiempo que el mundo ha dejado de ser igual, que se ha perdido parte de la esencia de su creación. Muchos de los hechiceros buscan la forma de regresar a los inicios y dedican largas horas al estudio de la magia, pero avanzan muy despacio. Hay algo que falla, se puede sentir en el ambiente, pero vivimos tanto tiempo cegados por ello que solo podemos ser conscientes de su ausencia, sin ser capaces de identificarlo.

Y tan solo soñamos con poder arreglarlo.

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