CAPÍTULO I DOCTOR JEKYLL Y MISTER HYDE

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Mi celda es un cajón estrecho,mínimo, en el que paso las horas y los días leyendo y observando a través de la única ventana un cielo nublado y grisáceo que en muy contadas ocasiones permita la entrada de los rayos del sol. Leo lo que sea: periódicos, revistas, libros, historietas, lo que caiga entre mis manos. Es la única sensación de libertad que tengo. Y cuando digo libertad me refiero no sólo al placer de no estar atrapado por los cuatro muros de la celda, sino sobre todo al regocijo que siento de ausentarme a mí mismo y de los terribles recuerdos que atenazan mis entrañas en una tortura interminable. La otra libertad, la del sueño, me ha sido negada: sufro de un insomnio atroz que me obliga a vigilar la noche como si fuera una lechuza esperando las caída de sus víctimas.

He pedido un permiso especial para escribir y me ha sido otorgado. Hoy el guardia, con cierta gentileza, me ha entregado tres cuadernos de hojas rayadas, cinco lapices, dos borradores blancos y suaves, y dos tajalápices metálicos que dejan las puntas finas y afiladas. Sé que contar mi historia no será fácil. Los extraños hilos que me condujeron al crimen, al asesinato vil y despiadado de una persona, se remontan en el tiempo a los primeros años de mi niñez, cuando supe que yo estaba llamado a cumplir un destino oscuro y fuera de lo común.

Ahora que puedo verlo todo hacia atrás como quien revisa una película en una videograbadora, me queda claro que sin darme cuenta fui armando palmo a palmo el edificio de mi desgracia. Tejí con precisión milimétrica kas red del infortunio y fatalidad, y el final, como era de suponer fue mi propia destrucción.

Quise ser en algún momento un gran artista, un escritor virtuoso que penetrara con lucidez y talento los laberintos de su tiempo, y la verdad es que estuve a punto de lograrlo. Pero no, yo no estaba llamado a las cumbres del prestigio y la respetabilidad, no, lo mio siempre ha sido el camino descendente, las rutas de la desdicha. Y esta bien así, pues ya despojado de ilusiones y sueños de grandeza, puedo enfrentar con sinceridad, por primera vez, el conmovedor equilibrio espiritual que causa la escritura. En esta oportunidad no escribo creyendo que estoy haciendo una gran obra, convencido que soy un escritor con obligaciones literarias y artísticas. Ya despojado de la imagen de Narciso, del intelectual enamorado de su propia imagen, me dispongo aun ajuste de cuentas conmigo mismo, a un cara a cara que me permita ahondar en los motivos que me fueron convirtiendo poco a poco en una animal salvaje y solitario que terminó asesinando sin ninguna asomo de misericordia. Este individuo que ahora desliza el lápiz sobre el papel sabe que es un recluso miserable y sólo desea confesar su historia buscando en ese gesto un poco de paz, de sosiego y de tranquilidad interior.

Cierro los ojos y viajo hacia atrás en el largo camino de la memoria.


Relato de un asesino o El viaje del loco TafurWhere stories live. Discover now