CAPÍTULO DOS

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No pude evitar abrir mis ojos de manera exagerada, como si despertara de un sueño del que no quería ser parte

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No pude evitar abrir mis ojos de manera exagerada, como si despertara de un sueño del que no quería ser parte. Deseo rebatirle lo que ha dicho, pero mis labios se sellan ante la incredulidad que me embarga. Niego con la cabeza mientras mis dedos se enredan en las hebras de mi cabello, tratando desesperadamente de mantener el control sobre la marejada de emociones que amenaza con desbordarme.

Debo mantener la calma. Sin embargo, varias preguntas martilleaban. «¿Qué fundamento tiene? ¿Mi esposo?, ¡cómo podría ser mi esposo si ni siquiera recuerdo haber visto su rostro! ¿Qué está sucediendo? ¿Tengo amnesia?, ¿es esto real?».

Mis pensamientos giraban en un torbellino de confusión. Quería gritarle que no me convencía, que lo que insinuaba era absurdo, pero me contuve. Solo tomé una profunda respiración para intentar silenciar el tumulto interno que amenazaba con abrumarme.

Mis ojos se cerraron con fuerza, como si pudieran bloquear la realidad que se desplegaba ante mí. Levanté el dedo índice de mi mano izquierda en un intento de ordenar mis pensamientos, pero solo logré esbozar una risa nerviosa ante la tensión que se acumulaba en el ambiente. No podía creer lo que estaba escuchando. Simplemente no podía.

—Necesito ir al tocador —dije con voz entrecortada, antes de girarme bruscamente.

Al entrar, cerré la puerta tras de mí con un suspiro de alivio. Mi corazón latía desbocado en mi pecho, resonando en el silencio opresivo del baño. Me acerqué al lavamanos y abrí el grifo, dejando que el agua fría acariciara mi rostro en un vano intento por disipar la confusión que me consumía.

Al levantar la vista y encontrarme con mi reflejo en el espejo, una oleada de desesperación me invadió, podía sentir el rápido latir de mi corazón.

Me di unos pequeños golpes en las mejillas mientras me susurra que debía despertar, pero era en vano. Esto estaba sucediendo y necesitaba ayuda, junto con explicaciones.

Salí decidida a enfrentar mi presente, el cual estaba esperándome con sus brazos cruzados y sin despegar sus ojos de mí.

—Esto me resulta imposible de creer —corté el silencio que empezaba a formarse—, no sé quién eres. J-Jamás te había visto, ni recuerdo si quiera haber hablado contigo —mis brazos se cruzaron entre si como si me estuviese abrazando a mí misma para protegerme—. Debe tratarse de un error —afirmé, buscando en sus ojos alguna señal de comprensión.

—Anhell —susurró mi nombre con una nota de dolor en su voz—, no te estoy mintiendo.

—Q-Quiero ver a mis padres —escucharme pedirle eso hizo que se tensara—. Solo ellos me dirán lo que sucede y, si dices la verdad, te darán la razón. Solo así te creeré.

—No puedo hacerlo.

No observé reacción alguna de su parte más que sus labios moviéndose para responderme, ni siquiera se movía del lugar en el que estaba.

— ¡Entonces estás mintiendo! —Aquel grito escapo de mí, había perdido la poca compostura que me quedaba—, ¡dime qué hago en este lugar y por qué dices tonterías! Seguramente eres un enfermo, ¿verdad?

—No puedo llamar a tus padres, Anhell —pese a mi forma de tratarlo, el seguía tranquilo—. Lo lamento.

—Aléjate —pase a su lado, pero me detuvo una vez más colocando sus brazos alrededor de mi cintura—, ¡aléjate de mí! ¡suéltame! —patalee un corto momento, pues no tenía mucha fuerza ni energía—. Mis padres deben estar preocupados —empecé a llorar—. Por favor, déjame ir.

—Anhell —colocó una de sus manos sobre mi cabeza para acariciarla—, prometo decirte todo, pero no ahora —tomó mi mentón para verlo a los ojos—. Mañana iremos con el doctor porque esto no es normal, a mi consideración. No me pidas darte respuestas ahora porque temo decir algo que... Interrumpa tu proceso.

—No puedo confiar en alguien que no conozco —asintió con la cabeza—. Me es imposible.

—Lo sé.

Poco a poco se apartó para dirigirse al interrumpir de luz. Mis manos se aferraron a mis brazos en un gesto de autodefensa mientras lo observaba con detenimiento. Al encender la luz, su figura se reveló ante mí con una claridad inquietante. Sus ojos, intensos y penetrantes, me atraparon en un mar de incertidumbre. Era alto, imponente, con un aura de misterio que me desconcertaba.

La habitación, antes sumida en una penumbra tenue, ahora estaba inundada de luz, revelando cada detalle de su rostro. Era hermoso, indudablemente, pero también había algo en él que me hacía estremecer.

Bajé la mirada al sentir mis mejillas ardiendo levemente ante aquel repentino pensamiento. Pero algo capto mi atención; una fotografía detrás del vaso del que yo había bebido.

Lentamente me acerqué a tomarla y entonces sentí mis manos temblar. Éramos él y yo sonriendo.

Sentí que en cualquier momento aquel retrato caería de mis manos, así que lo deje en su lugar. Inconscientemente mordí mi labio inferior mientras intentaba procesar todo.

—Roman —dice y me obliga a salir de mis pensamientos—. Mi nombre es Roman.

—Roman —repito su nombre en bajo—. Tengo miedo.

—Yo también, Anhell —se acercó en pasos lentos a mi hasta, una vez más, obligarme a levantar la cabeza para poder verlo a los ojos—. Pero yo te voy a cuidar mientras investigo el caso.

— ¿A qué te refieres?

—Presiento que quien debió tener amnesia o, en el peor de los casos, morir, no eras tú, Anhell —mi corazón sintió una punzada al escucharlo—. Tú tomaste mi lugar esa noche.

— ¿P-Por qué asumes eso?

—Porque alguien cortó los frenos —respondió—. Pero no quiero que te preocupes por eso. Yo me encargaré de todo, sin embargo, primero necesitaba que despertaras ya que... No podía dejarte sola en el hospital —un mechón de mi cabello resbala y este lo aparta con delicadeza—. Esto es tan extraño para mí también —dice de pronto—. Despertaste hace doce horas en el hospital y empezaste a llamarme con desespero. Y me pediste llamar a tus padres, entonces supe que algo no estaba bien.

— ¿Qué sucede con mis padres, Roman?

Un pequeño silencio se formó luego de mi pregunta. La lluvia caía cada vez en mayor cantidad, golpeaba la ventana con fuerza.

—Tienes amnesia, Anhell —dijo en voz baja—. No me pidas decirte más, por favor.

— ¿Supones que tengo amnesia solo por mencionar a mis padres? —guardó silencio—, ¡responde!

—Me recordabas hace unas horas —sus manos descendieron por mis brazos hasta dirigirse a mis hombros—, y ahora no.

—No entiendo nada de lo que dices.

—Hace un par de horas sabías quién era yo y ahora no —repitió. Sentí que presionó mis brazos como si buscara también despertar de algún sueño—. Luego volviste a dormir y te dieron el alta en la clínica. Me di cuenta de que tenías amnesia y lo confirmaron los doctores, aun así, al escucharte pedir volver a casa, pensamos que quizá no era tan grave..., pero retrocediste aún más.

No me había dado cuenta en qué momento mis manos estaban sobre su torso, pero las bajo como si tocarlo estuviese mal.

—Quiero estar sola —le digo en un susurro—. Esto es tan confuso.

Volteé mi cuerpo sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda mientras avanzaba hacia la puerta de la habitación. Sin embargo, una ola de mareo me golpeó, provocando que mis piernas flaquearan y mi visión se nublara.

Y, una vez más, mis pensamientos se desvanecieron en la oscuridad.  

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