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Tonadas infernales, y
parentesco inevitablemente

Soy Kim Jongin, y tengo una vida hecha en París-Francia, desde hace tres años, junto a mi hermano Kim Joonmyun. Una vez que perdimos a nuestros padres, decidimos dejar las secuelas del pasado y lo que se avecinaba al presente, huimos hasta aquí y llegamos con el único conocimiento de que París estaba al otro lado del mundo y no hablaban coreano. Comenzamos desde cursos, ayudándonos con los ahorros, hasta que pudimos buscar empleo; Joonmyun consiguió como profesor de coreano-francés y yo como profesor suplente en una academia de baile para mocosos-niños.

Sólo tengo veintitrés años, pero Joonmyun dice que parezco vieja pre-menopáusica. Sinceramente, no entiendo por qué lo dice, yo soy normal.

Cuando abrí mis ojos y visualice mi techo de madera gruñí, se abrieron involuntariamente un sábado muy temprano por la mañana porque ese sonido calaba en cada rincón de mi casa, se metía adustamente por las ventanas que inútilmente yo cerraba por las noches y en las mañanas el pisar de aquellas teclas inundaba mi casa como sin fuera un olor, impregnándose en mi ropa, en mis dedos, dentro de mí. Y lo odiaba, odiaba que eran las seis de la mañana de un sábado, un día no laborable al menos para mí, y tenía que, de igual forma, levantarme de la cama a hacer algo por mi vida mientras esa música me perforaba los oídos.

Yo no tenía vecinos normales, a un lado estaba el Sr Javiere, un hombre canoso que siempre nos daba a mi hermano y a mí galletas de arándanos, al otro lado estaba Pierina, una de las pocas amigas que habíamos hecho en este país y por último estaba él. De todos, él era el más molesto, y no, no era sólo porque ponía algún tipo de rock pesado que me impedía dormir con placer, era sólo él y ese maldito hábito de tocar un piano de cola a las seis de la mañana, a las siete de la noche durante los días de semana, y a las seis y casi todo el día los fines de semana.

Y para que quede todavía mas claro, odiaba a Do Kyungsoo.

Do era tan calmado, sereno, tan ambiguo y molesto. Me exasperaba todo el tiempo. Llegó al barrio hace cinco meses pero parecía que había vivido la vida entera aquí. Se llevaba bien con el Sr Javiere y con Pierina, incluso Joonmyun alababa sus dotes para la música. Era demasiado clásico, de lentes redondos y finos, labios gruesos y rojos, piel pálida y de pequeña estatura. Siempre mostraba una sonrisa a quien lo saludara, incluso a mí, aunque yo no le dirigiese la palabra.

Odiaba su «Buen día, Jongin-ssi» en ese coreano nativo que luego, con alguna conversa involuntaria con Joonmyun, descubrí que sabía perfectamente porque desde luego, era coreano. Odiaba esa sonrisa, ese pavoneo de la calle al metro, esa soltura para sujetar sus libros y escuchar música como si no tuviese suficiente de ella en su propia casa. Odiaba los «Oh, Jongin-ssi, estaba buscando a tu hermano para entregarle este libro, pero como estás tú puedes hacerlo. Dile que ha sido un verdadero placer leerlo».

No había nada en Do que a mí no me cayese como piedra en el estómago, molesto, desquiciante, él, su música, y su insistencia.

Navegando en esta ciudad de invierno, me ahogaba porque todo se trataba de él y el repiqueteo de su presencia, las únicas veces que podía escapar era cuando salía a caminar, cuando iba a mi trabajo en la academia, o cuando huía de mi propia casa porque Joonmyun no dejaba de decir que «El piano de Kyungsoo es de doce octavas, es impresionante». Odiaba a ese hombre tanto que intentar pronunciar su nombre hacía que la punta de mi lengua escociese.

Ese sábado quise hacer lo mismo, salir de mi casa sin siquiera tomar café o saludar a mi hermano antes de que se marchara a su clase de idioma, pero cuando menos lo esperé la música se detuvo. Eran las siete y él ya había dejado de tocar lo que significaba que yo había pasado dos horas sentado en la cama sólo pensando en cómo iba a evitar esa música.

Si La Sol Fa Mi Re... Do → KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora