El llamado a la aventura

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La oscuridad la envolvía completamente, el sonido era moroso y lejano. Había un gran peso que la hundía, pero no había arriba ni abajo. Solo quietud, una mórbida y fría paz. De pronto, sintió que la sujetaban de la muñeca. La empujaban. Experimentó la resistencia del agua y cuando abrió los ojos, comprendió que la llevaban a la superficie. Volvió a vivir cuando inhaló una bocanada de aire fresco.

Miró un mundo gris. Una luz mortecina, dejaba ver a lo lejos algo parecido a una playa. Lentamente, volvió en sí y escuchó a Sebastián gritando su nombre. Debían ir hasta la playa. El muchacho la seguía sujetando de la muñeca y gritaba por Johan. Desembarazándose de él, comenzó a nadar. El abrigo le pesaba. De sus últimas clases de natación, recordó que la ropa solo generaba pesadez, así que se lo quitó. Siguió nadando hasta sentir la arena en sus pies. Superando el peso del agua en sus ropas, salió caminado sobre sus cuatro extremidades. Sus manos se enterraban en la arena, pero poco a poco, logró incorporarse.

Como un telón que se abre, la luz del amanecer le permitió ver las magnitudes de un colosal acantilado, crestado de verde follaje. Se volvió y observó el victorioso astro surgir de entre el oscuro océano. Los contornos de Sebastián y Johan, eran una sombra negra ante el fulgurante disco. Victoria cayó de rodillas en la arena y se puso a llorar. El frio, le punzaba como mil agujas por todo el cuerpo. Casi había muerto y ahí estaba, en un lugar inhóspito, con un inservible teléfono celular en su bolsillo, con la ropa con la había salido de su casa aquella mañana. Pero el sol remontaba sobre las suaves olas de aquel ignoto océano y bañaba con sus rayos la salvaje jungla de aquel continente.

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El llamado a la aventuraWhere stories live. Discover now