Capítulo 6: Nubes de Tormenta (1º parte)

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—Serás tonto... —se burló Reyja. Pero dejó el vaso en el suelo y se levantó de las escaleras. «Al menos he conseguido que se mueva», gruñó Suke para sus adentros—. Déjame ver la herida.

—Déjame tranquilo —protestó Suke girando la cara.

—No seas crío —replicó Reyja, sujetándole la barbilla con una mano y apartándole el pelo con la otra. Suke quiso empujarle pero Reyja le dio un manotazo—. Quédate quieto —dijo—, está muy cerca del ojo, si te hubiera quedado alguna espina por la zona podrías hacerte mucho daño sin darte cuenta.

—Me habría dado cuenta —murmuró, pero no se movió y dejó que su amigo le inspeccionara la herida que pasaba, y en eso tenía razón, peligrosamente cerca del ojo. Un escalofrío recorrió su espalda al notar cómo unos dedos rozaban su mejilla con delicadeza. Notó unos ojos azules que competían con el mismo cielo clavados en su rostro y se obligó a desviar la mirada; era incómodo tenerlo tan cerca. Casi podía notar su aliento sobre la piel, aunque eso no podía ser...

—Tienes tierra cerca del ojo —se explicó Reyja y sopló de nuevo.

—¡Vale ya! —dijo Suke liberándose con brusquedad—. Ya me lavaré luego —dijo, empezando a notar cómo el rubor cubría sus mejillas.

«¿Qué me está pasando?», se extrañó. Sentía el estómago revuelto y una extraña sensación de vértigo que le hacía enfurecer. Reyja le hacía enfurecer. «Es eso», se dijo, «no es más que un crío mimado y estas cosas me irritan mucho. Y no siente nada de respeto por el espacio ajeno. Es... molesto».

—Bien —dijo Reyja alzando las manos en señal de paz—. Cuando te laves la cara, no te la frotes. Empuja hacia fuera para que no entre nada en el ojo.

—Vale —asintió con la cabeza. Evitó mirarle directamente cuando se agachó a recoger el rastrillo. Fue entonces cuando no pudo evitar un gemido de dolor al notar la punzada en sus manos, estaban llenas de arañazos.

—Serás tonto... —Reyja chasqueó la lengua con fastidio y le arrebató el rastrillo con un gesto sin que él pudiera protestar—. Ve a la lavarte, yo acabaré esto.

—¿Que tú acabarás...? ¡No me hagas reír! ¡Si no has hecho nada en todo el rato!

—Tú tampoco has hecho mucho —dijo, señalando el pequeño montón de escombros que había acumulado.

—¡No he acabado! —se defendió Suke.

—No, todavía tienes los dos ojos —replicó Reyja—. Déjame a mí —insistió. Y con un potente golpe, clavó el rastrillo en el suelo y tiró de él arrastrando parte de la maleza. Luego, con una mano agarró las ramas y tiró de ellas, mientras con la otra mano descargaba la herramienta una vez y otra, haciendo palanca. En un par de minutos había arrancado el zarzal y lo arrojó a los pies de Suke con una expresión triunfal en su rostro.

—Te odio —bufó Suke.

El tono con que lo dijo provocó un ataque de hilaridad en su amigo, que apenas podía articular palabras entre las carcajadas. Pero Suke no necesitaba entender lo que estaba diciendo, seguro se trataba de algún comentario jocoso sobre su estatura, su peso, o su tremendo potencial físico.

—Hagamos una cosa —dijo Reyja, limpiándose las lágrimas—. Yo voy arrancando esto y tú vas cogiendo todo esto y lo amontonas donde no moleste. Ponte guantes —le advirtió—, o acabarás como un... una de esas cosas que sirven para clavar agujas.

—¿Un acerico?

—Sí, una de esas cosas. ¿Cómo sabes todas esas palabras raras? —preguntó, entre golpes de rastrillo.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now