Capitulo 2

780 28 0
                                    

El despertador sonó como de costumbre a las 6:30 de la mañana. Blanca despertó con una sensación extraña, no sabía explicar que era pero algo le reconcomía por dentro. Como todos los días se dirigió hacia las Galerías pero esta vez no tomó el camino habitual, simplemente se dejó llevar por las calles de Madrid. Inconscientemente terminó justo enfrente del bar del día anterior. Se detuvo. Algo en su interior le decía que Max iba a aparecer, tenía que hacerlo.

Los pensamientos pasaban rápidos por su mente y su corazón se aceleraba. ¿Y si aparecía Max? ¿Qué iba a hacer? Por un momento se sintió tremendamente egoísta. Ella había sido la causa de que Max se fuera, después de todo ese tiempo, sin saber absolutamente nada el uno del otro, sin ni siquiera haberse despedido el día que Max se fue, no podía pretender aparecer en su vida de nuevo, así sin más, pero después de todo lo vivido, se había dado cuenta de que le echaba de menos, le necesitaba.

Reaccionó. ¿Qué hacía allí de pie? No iba a aparecer, era una tontería seguir esperando. Decidió seguir su camino a las Galerías, pero justo cuando dio un paso adelante, una furgoneta blanca se detuvo frente al bar. Se volvió tan rápido como pudo y el corazón le dio un vuelco. La puerta de la furgoneta se abrió y el chico de la boina salió, pero, como la otra vez, no pudo verle la cara. No quería que la viera, aquello le resultaba un tanto extraño, pero aun así intentó confundirse entre la gente y pasar desapercibida mientras le observaba.

Después de unos minutos el chico salió del bar y Blanca le miró detenidamente. Aquella sonrisa picara que tan bien conocía estaba allí. Aquellos ojos azul cielo estaban allí. Max estaba allí. Por espacio de un segundo le pareció que los ojos azules de Max se encontraban con los suyos verde aceituna. No podía creerlo, estaba solo a unos metros de ella y era incapaz de decirle nada. Respiró profundo y le vio volver a la furgoneta. Permaneció allí, de pie, aun confundida un momento, pero tuvo que emprender su camino de nuevo o llegaría tarde a trabajar. 

Al llegar a las Galerías, una sensación de felicidad la invadió por completo. Al pasar por la que fue su habitación todos los recuerdos se refrescaron y no pudo evitar sonreír para sí misma. Nunca antes de Max se había dejado llevar tanto por algo o por alguien, pero él lo había conseguido, había conseguido romper su coraza, la que la ocultaba de todo y de todos. Al llegar al taller se encontró con Raul de la Riva, que trazaba lineas a toda velocidad en un folio en blanco para preparar los nuevos bocetos.

-¡Buenos días, señor de la Riva!-dijo Blanca dedicándole una sonrisa

Raúl la miró con cara de sorpresa, bajándose las gafas hasta la nariz y dejando el lápiz sobre la mesa.

-Buenos días...¿ha dormido bien? Parece usted la alegría de la huerta esta mañana

-Estoy feliz

-Me alegro- dijo Raúl bastante intrigado

Marco Cafiero apareció por el taller, cortando su conversación. Quería convocarlos a todos. Necesitaba la colección antes de tiempo, lo que implicaba mucho más trabajo para ellos. El equipo de trabajo seguía sin adaptarse demasiado a las exigencias del nuevo director pero Blanca se encargaba de que todos cumplieran con su cometido a tiempo, lo llevaba haciendo más de 25 años.

-Doña Blanca, tiene una llamada-le avisó Pedro

Blanca dejó la dirección en manos de una de las chicas y se dirigió al teléfono.

-¿Dígame?

-Madre...

-¡Carmen hija! Qué alegría escucharte, ¿Cómo estás? ¿Qué tal Vicente?

-Muy bien, todo muy bien. ¿Y tú? ¿Estás bien? ¿Qué tal la casa nueva?

-Estoy estupendamente, no tienes por qué preocuparte. Hija, he estado dándole vueltas a un asunto que quería plantearte. Ahora que tengo un piso para mí, que todavía me resulta grande-dijo Blanca con tono irónico y una media sonrisa-¿por qué no venís unos días Vicente y tú? Dentro de unas semanas presentamos una nueva colección, podrías verla y...

-¡Eso sería maravilloso! Tengo ganas de volver a ver las Galerías.

Blanca se despidió de su hija. No podía ser más feliz. Aquello le pareció maravilloso, iba a tener a su hija cerca en unos días, conservaba el trabajo que le gustaba, y ahora sabia donde estaba Max. Pero toda aquella perfección en un solo día le dio miedo. Ella nunca había tenido suerte, siempre se había visto rodeada de desgracias, en su interior no entendía por qué ahora tenia que ser distinto. Decidió quitarse esas ideas de la cabeza y disfrutar un poco de su felicidad, algo muy valioso que le había costado conseguir. 

El resto de la jornada de trabajo transcurrió con normalidad, Blanca ordenó los turnos de trabajo, supervisó a las chicas y atendió a las clientas. Al final del día se encontró con Don Emilio, al que no había visto en unos días.

-Buenas noches, Doña Blanca, ¿como va todo por aquí? 

-Como siempre, nada nuevo Don Emilio. Supongo que estará al corriente de que el señor Cafiero quiere adelantar la colección...cosa que nos lleva un poco de cabeza, la verdad...

-Nada de lo que no podamos hacernos cargo, Doña Blanca

-Mi hija vendrá a ver la próxima colección, pasará unos días aquí. Espero que no les importe.

-¿Carmen? Eso es fantástico, ¿estará usted contenta, no?

-Mucho, la echo tanto de menos...Aunque no nos lleváramos especialmente bien cuando aun estaba aquí...-dijo Blanca con una media sonrisa

-Créame, Doña Blanca, cuando le digo que eso es normal, los hijos quieren vivir su vida, explorar el mundo...y nosotros sin saberlo, les sobreprotegemos.

-Tiene razón, como siempre...

Don Emilio le sonrió, era una sonrisa dulce y comprensiva. Se conocían desde hacia tanto tiempo, pero hacia tan poco que compartían verdaderas conversaciones, que aun a Blanca le parecía un poco extraño. No siempre tenían las mismas ideas pero ella tenia que reconocer que Don Emilio era una autentica voz de experiencia. Se despidió de él con una sonrisa y un leve asentimiento.

Al salir de las Galerías ya era de noche. Era una noche oscura, muy oscura, pero en el cielo se apreciaban algunas estrellas que iluminaban levemente las calles. Blanca se puso el abrigo y los guantes, cruzó sus brazos y se perdió de nuevo entre las calles, para volver a casa. Pero esta vez con una sonrisa en los labios.  


¿Será siempre así?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora