Capítulo 5: Los caprichos del planeta

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—No podrán hacer mucho sin las telas de Zeriatre —dijo, intentando desviar el tema.

—Tenemos que eliminar los dirigibles. —Byro clavó en el sus ojos ambarinos—. Solo así forzarán a los barcos voladores a hacer largas distancias. Solo así los vincios de aire se alejarán de Capital.

—Eso es lo que estamos haciendo, ¿no? —dijo Vaio con nerviosismo—. No pueden construir más pueden...

—Tenemos que atacar, Vaio. Tienes que...

—¡No! —exclamó el vincio levantándose de golpe—. No puedes obligarme a matar a nadie. Me lo prometiste.

—No puedes quedarte al margen eternamente. ¡Estamos en guerra! —le recordó con voz dura.

—No me quedo al margen, Byro. Hago todo lo que tú y tus secuaces me pedís. Soy yo quien trae a esos tipos, ¿recuerdas? ¡Soy yo quién os da los nombres y os dice dónde viven! —Y eso le pesaba cada vez que escuchaba los gritos que venía de la Torre del Vínculo—. Pero no mataré a inocentes, yo no. Encuentra a otro.

Pero no había nadie más y eso era algo que tenían muy claro los dos. Por eso Byro entraba en cólera cada vez que un vínculo no salía cómo deseaba pero... ¿Qué culpa tenía Vaio de ser el único que pudiera volar?

—No es estadística —dijo Byro tras una larga pausa—. Salen demasiados de fuego lo que... no es malo, pero no es lo que necesito. ¿Por qué no salen vincios de aire? Apenas encontramos uno de agua de vez en cuando. Hay algo que estamos haciendo mal. ¿Qué pasó en tu caso, Vaio? —le preguntó—. ¿Por qué te convertiste en un vincio de aire?

—No lo sé —murmuró sacudiendo la cabeza. Se miró las manos de un color azul claro como todo su cuerpo, como si en ellas pudiera encontrar las respuestas que buscaba—. Yo solo... era joven y quería volar. Ni siquiera me planteé que pudiera ser otra cosa.

—¿De verdad te presentaste voluntario? —Byro no daba crédito a sus palabras pero no era la primera vez que mantenían esa conversación y en todas ellas, el príncipe le tachaba de loco. Y Vaio no podía rebatir ese argumento—. Quizá necesitemos a un loco.

—Es el principio de voluntad de Tucker —le interrumpió una mujer con la piel de color añil y una larga melena turquesa. A diferencia de los otros miembros del ejército de desperdigados, ella todavía conservaba su collar anulador de voluntad. En el cuello de Byro, pendía una cadena con el anillo que conformaba la otra mitad de la ecuación.

—No sé de qué estás hablando —gruñó el príncipe.

—Hay diferentes teorías que intentan explicar por qué las energías del planeta escogen vincularse a su recipiente de una forma u otra —explicó la mujer adoptando cierto tono académico, como si fuera una entendida del tema—. Una de ellas es el principio de voluntad de Tucker. Según esa teoría, la persona se convierte en lo que más quiere. De alguna forma el planeta favorece la aceptación del nuevo estado adoptando la esencia que más le conviene al vinculado.

—Ah, ¿y ahora todos quieren ser vincios de fuego? —dijo Vaio con una mueca burlona.

—A lo mejor quieren fuerza para vengarse —dijo la mujer sin apenas alzar la voz.

—Podría ser... —aceptó Byro con la vista perdida en algún punto de la mesa.

—Pero entonces es fácil —exclamó el vincio de aire—, consigue a alguien que quiera volar. No debe de ser tan difícil. Busca... voluntarios.

—Sí, claro, voluntarios —dijo Byro con una carcajada seca—. La gente no quiere convertirse en vincio porque creen que es sinónimo de ser esclavo. No encontraré voluntarios.

—Con el tiempo... Quizá si les demuestras que no tienen por qué ser esclavos... —sugirió Vaio, pero sabía que sus palabras caían en dique seco. Tampoco era la primera vez que mantenían esa conversación. En esas ocasiones, en las que se daba cuenta de que todo ya estaba dicho, sabía que no tenía ningún sentido que se quedara allí. Ahora no había correas que pudieran sujetarle. Ahora podía volar hasta tocar el sol.

—Sin ese temor nuestra causa pierde fuerza. Si les damos una oportunidad volveremos a ser esclavos. No existe marcha atrás.

—Lo sé pero... —Vaio desvió la mirada y se encaramó de nuevo a la ventana. Como cada vez que aparecían problemas, sentía la imperiosa necesidad de volar y dejarlos atrás.

—... ¿pero qué? —preguntó Byro frunciendo el ceño.

—Cada vez que hablas así pienso que te preocupa más la venganza que la libertad.

—No es venganza; es justicia —replicó con dureza.

—Como prefieras —dijo el vincio del aire encogiéndose de hombros—. No es lo que buscaba.

—¿Y qué es lo que buscabas, si puede saberse? —preguntó el vincio de fuego con una voz preñada de amargura—. Tú no sabes lo que es...

—¡No, no lo sé! —le interrumpió Vaio—. ¡Oh, viva yo! ¡El vincio afortunado! ¡El esclavo menos esclavo de todos! ¡El idiota que renunció a su libertad y a su familia por un estúpido capricho infantil! No eres el único que ha tenido una mierda de vida, ¿sabes? Pero yo no necesito la venganza para sentirme libre. Solo necesito volar.

Y, diciendo esto, el vincio de aire se arrojó por la ventana y dejó que el aire inflara las alas de su planeador elevándolo a lo más alto. Allí donde las nubes cubrían su presente y los problemas quedaban reducidos al tamaño de las hormigas.

El Alma en LlamasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora