¡Sorpresa!

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-¡Con Peter, papi, con Peter!

La pequeña Daniela tiraba del brazo de su padre insistentemente. Acababa de ver a Peter Pan y quería ir a hablar con él y, quien sabe, probarse su gorro si este le dejaba. Albert sonrió y siguió a su hija, no se fuera a perder en Disneyland y la liara parda. El jovenzuelo vestido como el pícaro niño eternamente joven saludó a su hija en un perfecto español y el candidato de Ciudadanos se apartó a un lado, haciendo algunas fotos para presumir después frente a los demás miembros de su partido.

-Venga, Daniela, que tenemos que ir a ver el espectáculo de piratas y ya llegamos tarde.

-¿Piratas? –respondió Peter, alzando la cabeza. -¡¡Tened cuidado, no os encontréis con el bacalao de Garfio!! –se levantó de un salto y empezó a dar vueltas alrededor del catalán, lo que dejó a este un poco confuso. Cogió a su hija de la mano y se alejó de aquel loco cuanto antes, no fuera a perseguirles.

------------CERCA DE ALLÍ--------------

-Venga, Miguel, vamos a llegar tarde.

"¿Por qué tuve que aceptar?" se preguntó a regañadientes el líder de Podemos. "¿Qué coño se me pasó a mí por la cabeza para decir que si?" Siempre había querido visitar París, eso era cierto, pero de ahí a cuidar al hijo de sus amigos... había un trecho. Aunque se lo merecían, pensó Pablo mientras daba la mano al niño de cinco años y emprendía el camino hacia la piscina con un barco pirata que les esperaba unos metros más allá.

Sus amigos de Vallecas de toda la vida habían estado a su lado desde siempre, y ahora que Iglesias tenía dinero para ayudar a sus seres queridos no estaba reparando en gastos. Por el cumpleaños del hijo de sus amigos, al que llevaba de la mano en ese momento, les había regalado un viaje a la capital francesa, y cuando ellos le pidieron –más bien rogaron- que les acompañara y llevara a su hijo a Disneyland mientras ellos vivían una "segunda luna de miel" Pablo aceptó sin dudar.

Algo de lo que se había arrepentido nada más entrar en el parque.

Tanto consumismo, tanto derroche... ¡Ese dinero se podría emplear para dar de comer a todos los mendigos de París! Negó con la cabeza, intentando sacarse esos pensamientos: solo se pondría de mal humor y conseguiría arruinarle el día a Miguel, y el niño no tenía la culpa de los problemas del mundo.

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Esperando en la cola para entrar al espectáculo, Albert intentaba subirle la cremallera de la cazadora a su hija, pero la pequeña no se quedaba quieta y el hombre estaba perdiendo la paciencia. Las orejas de Mickey Mouse que se había comprado, a juego con las de Minnie que llevaba su hija, no hacían más que resbalarse de su cabeza y eso solo conseguía ponerle de mal humor. El frío que hacía en noviembre en París había aterido las manos de Rivera, que era incapaz de enganchar la cremallera de la cazadora de su hija en su lugar.

-Daniela, estate quieta, que papá no puede abrocharte si no paras.

-Déjame a mí a ver si tengo más suerte que tú.

Los dedos del candidato de Ciudadanos se quedaron congelados en su posición. No podía ser. ¿Esa voz? ¿Se lo estaría imaginando? Giró la cabeza y se encontró con un rostro que conocía muy bien.

-Ho-hola.

Pablo Iglesias, sin dedicarle nada más que un asentimiento de cabeza, soltó la mano del niño que iba con él y se puso en cuclillas frente a la hija de Albert. Mientras alababa las orejas de Minnie que la niña llevaba puestas en la cabeza y se reía con la contestación de ella, abrochó sin problema alguno la cremallera de la cazadora y se puso en pie, dirigiendo su mirada a las orejas de Mickey que llevaba Rivera. Albert se acordó de ellas y se las quitó rápidamente, notando como el rubor subía y calentaba sus orejas.

-Gracias, Pabl-digo- señor Iglesias. –casi sin voz por la vergüenza, Albert aferró la mano de su hija y señaló a Pablo. -¿Qué se dice, Daniela?

-¡Gracias, señor Iglesias! –contestó su hija.


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