Capítulo 4: La Familia del Marqués (3ª parte)

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—¿Anécdotas? —repitió Kobe sorprendido.

—No deberíamos hablar de esto delante de Suke —dijo Pazme, hablando por primera vez. Parecía mentira como la cordialidad y efusividad que había manifestado un poco antes, había quedado reducida a poco más de una sonrisa que no llegaba a los ojos—. No deberíamos hablar de esto delante de nadie.

—¿Y qué tema de conversación propones, querida? —preguntó Arinsala con un retintín sarcástico.

—No sé... ¿Le gusta Mivara, capitán? —preguntó.

—Gran tema de conversación —murmuró su marido, con desdén.

—Sí, la verdad es que es una ciudad pequeña pero muy bonita. Como dijo esta mañana: es como vivir en el bosque. Me gusta esa tranquilidad. Ustedes son los vecinos más cercanos y tengo que coger el coche para venir a verles.

—Yo echo de menos un poco de vida social —confesó Pazme—. Ir al teatro o al cinematógrafo. ¿Ha ido alguna vez a un cinematógrafo? —preguntó.

—No he tenido el placer —dijo Kobe.

Suke puso los ojos en blanco ante el evidente flirteo y desvió la atención de la conversación de la pareja. Estudió la expresión del marqués. No parecía molesto pero tampoco se podía decir que disfrutara de la conversación. Idris, la vincio de agua que estaba a su lado, posó con disimulo una mano sobre la suya y el marqués la miró con una expresión completamente diferente a la que había utilizado durante la cena. Por un instante, su expresión gélida se derritió y miró a la mujer de una forma que solo podía definirse como absoluta adoración. Esa revelación le turbó un poco. Suke se apresuró a desviar la mirada y se encontró con los ojos de Valenda, que asintió con tristeza.

Todo era una fachada, la familia Arinsala representaba una pantomima y Reyja era el único que no quería aprenderse el papel. Por eso no había venido a cenar.

—No... no tengo más apetito —dijo Suke apartando el plato, sintiendo que tanta hipocresía le haría enfermar. Todos los comensales le miraron con curiosidad—. Acabo de recordar una cosa de los trabajos de clase de esta tarde —mintió y no se preocupó porque su mentira resultaba creíble, después de todo, nadie en esa mesa era buen actor—. Debería comentárselo a Reyja. ¿Puedo...?

—Deberías esperar a que acabáramos de cenar —dijo Kobe, frunciendo el ceño.

—No es necesario —dijo el marqués—. Seguramente Suke preferirá la conversación de alguien más afín. Valenda, ¿te importaría acompañarle hasta el dormitorio de tu hermano? Los criados no se atreven a entrar —explicó, mientras alzaba la copa para que se la llenaran de nuevo—. Reyja es muy posesivo con su espacio personal.

Le pareció ver algo parecido a una súplica en la mirada de Kobe que hizo que se sintiera culpable por dejarle solo ante las bestias. Aunque, pensándolo mejor, tampoco parecía tan mal acompañado, se dijo, mientras dirigía una mirada a la joven marquesa. De todas formas, sabía que le esperaba una charla antes de llegar a casa.

La mujer azul le miró con curiosidad y Suke se apresuró a desviar la vista. No le gustaban los vincios, ninguno, pero los de agua despertaban en él sentimientos de frustración y culpabilidad, y él odiaba esos sentimientos.

—Normalmente no es así —se excusó Valenda mientras le conducía por las escaleras al dormitorio de su hermano.

—¿A qué te refieres?

—A la cena. Idris no suele cenar con nosotros, pero hoy mi padre insistió y eso que sabía que Reyja no bajaría a cenar si ella estaba en la mesa. A lo mejor lo hizo por eso —suspiró.

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