Capítulo 1.

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Infierno.

En lo más profundo de la tierra un trono de fuego se alzaba en un castillo de huesos, en este trono se sentaba Joaquín, el rey del Inframundo. Nadie, jámas, se había opuesto a que él fuera rey. Quizás por ser el mejor en lo que hacía o quizás porque él representaba mejor todo su mundo.

Su aspecto solo puede describirse de imponente e intimidante, sus ojos negros como una noche sin luna y su cabello igual de oscuro peinado hacia atrás. Sus ropas oscuras eran las de un rey que parecían estar allí solo para resaltar su corona decorada con negra obsidiana.

A su lado, con un vestido largo y que delineaba sus curvas prominentes se sentaba la reina. Sus ojos de un azul hipnótico eran engañosos; pues Micaela era una mujer cruel y ambiciosa.

Si no puedo reinar en el Cielo, lo haré en el Infierno.

Ese era su lema, da igual de que lado estar mientras tuviera su trono. Su cabello negro remarcaba su pálido rostro, el maquillaje que llevaba realzaba más su belleza natural.

-Señor-a la sala del trono entró la mano derecha del rey, el dios de la guerra de aquel lugar. Su cabello oscuro estaba peinado en punta y sus ojos eran cobrizos. Héctor había sido demasiado problemático en el Cielo, por no hablar de sus problemas de ira. Sus ropas siempre estaban preparadas para algo de acción-. Han vuelto

La reina sonrió, sus dos mejores acompañantes y uno de los de su esposo habían salido en una misión de reconocimiento hacía ya dos largos meses, 

Una mujer de ojos fríos como el hielo entró en la habitación. Sus ojos eran azules, pero de un azul gélido que te hacía contener un escalofrío, un hoyuelo en su barbilla podría haberla hecho parecer inocente sino fuera por lo gélido de sus facciones. Esta mujer era Miriam, la mano izquierda de la reina, la cual había abandonado el Cielo al darse cuenta de que allí tendría que compartir sus pensamientos y sentimientos. En el Infierno no tenía ese problema. Llevaba un vestido corto junto con unos tacones, aunque no demasiado altos. La gente siempre se lo había pensado dos veces antes de decirle algo, y ahora que era una acompañante de la reina Micaela, se lo pensaban cinco.

Solo unos pasos detrás de ella entró otra mujer, rubia de grandes ojos grises e inexpresivos. Ella llevaba una capucha tapándole parte de su rostro, que se echó hacia atrás en cuanto se acercó a sus reyes. Su nombre era Nora, la mano derecha de la reina. Una mujer dinámica y que odiaba las normas no era para estar en el Cielo, por ello en cuanto pudo se unió a la oscuridad.

Por último entró un chico que tenia una sonrisa divertida en su rostro y, sin duda, eso no era lo que le hacia más llamativo que el resto. Tampoco eran sus ojos azules brillantes o sus cabellos rojos, ni siquiera era el tinte de locura que parecía verse en sus movimientos y facciones.

Eran sus alas.

Por si te lo estás preguntando, mi querido amigo, no, ningún demonio tiene alas. Esas cosas son de ángeles, pero claro nuestro último amigo, llamado Uriel, no era un demonio.

Quizás si te digo que entre todas las plumas negras había de color blanco sepas a lo que me refiero. Si no lo sabes te lo diré, Uriel era un ángel caído. El resto de sus compañeros no habían estado suficiente tiempo en el Cielo como para convertirse en ángeles; sin embargo, él sí. Pero claro, fue echado de allí y Joaquín, viendo su potencial, le acogió.

-Ahora que por fin estamos todos... Hablad-ordenó el rey fríamente con su voz grave.

Cielo.

Muy lejos de un allí, en un palacio de cristal y marfil se hallaba sentado un rey junto con su reina y sus consejeros más fieles. Era nada más y nada menos que el rey Miguel, de ojos chocolate cálido y cabellos castaños.

Si el Cielo funcionaba era gracias a él y todos lo sabían.

Podía parecer un rey frío y rígido pero amaba a su esposa más que nada y sentía un gran cariño por sus acompañantes. Sus ropajes azules resaltaban su corona decorada con diamantes. Miró a su esposa y sonrió.

Liliana le devolvió la sonrisa, su cabello era corto y castaño oscuro, apenas le llegaba a los hombros; sus ojos, aunque negros, eran cariñosos y afables. La reina jamás había sido solo eso, siempre había sido una madre para todos. Por no hablar de su habilidad para hacerte sentir como en casa por muy mal que te fueran las cosas.

Sentada a su lado se encontraba su mano derecha, Sol. Era ella la que decoraba e inventaba, pues nada podía salir bien sin la imaginación ni los sueños de Sol. Su cabello era de un rubio suave, ojos soñadores y maquillaje leve que resaltaba su bello rostro, por no hablar de sus finas facciones. Llevaba un vestido de color lavanda que parecía volar suavemente sobre el suelo.

A un lado de Sol se encontraba un chico de cabello negro y ojos verdosos que sonreía amable. Su nombre era Eduardo y a punto estuvo de acabar en el Infierno, su lugar fue muy discutido pero, finalmente, decidieron que su sabiduría y altruismo podían aprovecharse mejor en el Cielo. Él era la mano derecha del rey, quien le ayudaba y estaba ahí para él, mostrando su fidelidad al Cielo.

Frente a él una mujer rubia con el pelo en un coleta les observaba. Ella era Cecilia, y era la más justa y la que mantenía el equilibrio, volaraba a los demás y su trabajo, por no hablar de que amaba trabajar en grupo. Llevaba una blusa clara y unos pantalones blancos, los colores oscuros no se llevaban demasiado en el Cielo, por no hablar de que en el Infierno no se llevaban colores claros. Ella era la mano izquierda de Liliana.

Solo nos queda presentar a la mano izquierda del rey, Sandro. De espalda ancha y fuerte, vestía como un guerrero. Tenía los ojos marrón claro y el cabello castaño. Él era fuerte de voluntad, leal y testarudo como nadie. Se sentaba a un lado de Cecilia.

No lo he dicho pero todos ellos tenían un par de alas a su espalda de plumas blancas e inmaculadas. Al fin y al cabo eran ángeles.

Cielo e InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora