Antes y después del accidente, sentía que necesitaba escaparse, pero por alguna razón, no podía encontrar el porqué. Solo obedecía a las vocecitas que le susurraban a cada momento que necesitaba salir de ahí.

Durante su estancia en el hospital, su papá la visitaba casi todos los días, lo cual era impresionante ya que vivía al otro lado del estado. Caroline sabía que debía sentirse agradecida de no haber muerto, y que a pesar de que sus "amigos" ahora ya no lo eran, ya que todos habían huido a su persona de chica en un coma, tenía a una familia fabulosa ¿No? Había sobrevivido a lo imposible, debía estar agradecida ¿Verdad?

Aun así, Caroline sentía que moría.

Muy dentro, todas las noches, cuando tenía esas horribles pesadillas que la despertaban vívidamente y bañaban en sudor. Ella no podía escapar; todo estaba en su cabeza y todo lo que la atormentaba vivía con ella, respiraba con ella y se alojaba en su mente.

Sus padres decidieron que la mejor forma de ayudarla a huir de los recuerdos sería mudarse, a un lugar a donde "la chica borracha que casi se causa su propia muerte" no fuera su apodo.

Qué amable de parte de su padre mudarse cerca de Caroline y su madre. Claro que con él vinieron su madrastra, Susan y su medio hermano, Malcolm.

Caroline odiaba a Malcolm. Tal vez odiar era un extremo reprochable y tal vez él podría ser su hermanito adorable de 8 años, pero Malcolm tenía algo que Caroline no; a su padre y con él su presencia, su apoyo, sus tardes y risas. El papá de Caroline se había divorciado de su mamá hacía ya diez años; ella no recordaba mucho de la vida con él. Pero si recordaba todas las veces que su ausencia se había sentido tanto que casi era palpable, todos los días de los padres en los que muy bien ella pudo haber dicho que no tenía uno. Pero Malcom...Malcolm tenía todo eso, tenía todo lo a que ella le faltaba ¿Era patético sentir envidia por un chico de ocho años? Seguro ¿Iba a hacer algo al respecto? Definitivamente no.

Había algo, algo muy en el fondo de ella, que le decía que su padre solo estaba con ella porque era un buen tipo, no porque la amara, y si ella y Malcolm estuvieran ambos bajo el peso de un carro, su padre salvaría a su hermano sin siquiera meditarlo.

En fin, se mudaron. El día de la mudanza hizo un clima terrible y Caroline se vio forzada a compartir un auto con su mamá durante cinco horas, mientras su papá, Susan y Malcolm viajaban un poco más atrás. Caroline intentó recurrir a su música y a sus audífonos, pero su mamá solo le siguió hablando, hablando y hablando sin parar, sin esperar respuesta, como si pensara que, si dejaba de hablar, Caroline se le escaparía de nuevo. 

Bufó y desistió. No era tan mala hija para dejar que su pobre madre le hablara a la nada por cinco horas seguidas, pero tampoco fue como si estuviera feliz al respecto. Deseó ser mala. Deseó que nada le importara. Deseó ser lo suficientemente egoísta para saltar del auto y con suerte esta vez sí romperse la cabeza.

Al llegar a su nueva casa, después de ese tedioso viaje en auto, Caroline se encontró sintiéndose como Bella Swan, de Crepúsculo, porque cargaba la misma expresión insulsa, el pueblo parecía sacado de un cuento de terror, el clima le habría ido bien a un funeral y por supuesto, ahí estaba su papá, siendo un buen tipo, intentando recordarle sobre sus buenos tiempos suyos, a pesar de que aquellos tiempos también habían sido breves.

La casa era tan aburrida como la anterior. Solo que aquí, su cuarto tenía ventana con rejas negras que le obstruían la vista y le impedían un futuro escape. "Diseño de la casa" Dijo su mamá, con una voz insegura y una sonrisa falsa.

Ella había hecho mal, lo sabía, pero su mamá se la pasó en un sitio de citas online la mayor parte de su adolescencia y su papá no había esperado a que Caroline entendiera que era un divorcio para comenzar una nueva, mejor y estable familia ¿De verdad podían culparla por ser rebelde? ¿De verdad podían culparla por querer escapar constantemente? ¿Por qué nunca, ni una sola vez en su vida, la habían sentado y le habían preguntado por qué siempre parecía estar tan gris? ¿Por qué solo habían mostrado interés en las heridas físicas, cuando eran las mentales las que más dolían?

Y aún, a pesar de todo, guardaba un secreto...

Caroline sentía que moría.

No quería decirles a sus padres, pero las pesadillas nunca se habían ido. La habían acompañado todo el trayecto de su viaje. Y aún, todas las noches, en su sofocante nueva habitación, los demonios volvían. Esta vez, gritaban y se reían, con sus voces irritantes, gritándole a Caroline que ella moriría y que miles de pedazos de una ventana rota todavía estaban clavados en su pecho.

También, volvía a sentir que era vigilada.

¿Qué había de malo con su mente?

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Las clases fueron como esperaba.

Un completo desperdicio de su tiempo, porque, en el fondo, ella no creía que lograría hacer algo más allá con su vida. Sus fuerzas, sus sueños, todo fue arrebatado por tantas noches de no dormir y de gritar. Ella ya no era popular, ni la novia del capitán de algún equipo, si no la chica con ojeras y una cicatriz que se le notaba en la parte trasera del cuello. Era la chica nueva, la sin amigos y a pesar que todo eso era ya en sí agotante, tampoco le importaba cambiarlo. Un par de chicas, amabilidad impresa en sus rostros, se le habían acercado el primer día de clases y le habían preguntado con una sonrisa gigantesca.

- ¿Te quieres ir a sentar con nosotras? -

- No - Les había contestado. Tal vez ahora también cargaba la etiqueta de "arisca" pero, honestamente, ¿A quién le importaba?

Ella se sentía cansada, como si pensara que las cosas no iban a mejorar y como si pensara que las pesadillas la perseguirían toda su vida, negándole el derecho de vivir ¿Por qué si quiera intentarlo, entonces? ¿Por qué albergar esperanzas cuando sabía, simplemente sabía que las cosas se arruinarían de una forma u otra?

Solo había algo...interesante en su nuevo pueblo.

Estaba en su instituto. Era un chico, muy atractivo, de esa clase de bellezas que te embelesan y te confunden. Él en sí se sentía diferente, solo que Caroline no sabía decir por qué. No jugaba algún deporte ni tenía montones de dinero, y aun así era terriblemente popular. Tenía admiradoras por todo el pueblo, todos sabían su nombre y su propio papá le había preguntado una tarde si sabía quién era ese Michael Jacobs.

Ese era su nombre. Michael Jacobs.

Y sus ojos grises no se alejaban de Caroline.

Quizás era otra alucinación producto de sus noches sin dormir, pero Caroline aseguraría que Michael la vigilaba de vez cuando, cuando creía que ella estaba muy absorta en su mierda o cuando desde lejos, tomaban diferentes caminos. O como cada vez que se cruzaban, cada maldita vez, y ella estaba sola como siempre mientras que él estaba rodeado de un grupo de amigos. Entonces, juraba por su vida, podía sentía que Michael fijaba sus claros ojos en ella y algo raro crecía en su estómago.

Y es que con Michael Jacobs la cosa más extraña eran sus ojos. Eran grises, sí, pero muy claros, extremadamente claros. Tanto que se confundían a la luz de sol con un tono blanco. Los ojos más extraños que Caroline había visto en su vida, sin duda.

Los más hermosos, también.

Decidió ignorar todo ese asunto. Se concentró en sus estudios, se concentró en la televisión, se concentró en ignorar a todos sus nuevos compañeros, pero en algún momento del día, Michael Jacobs cruzaba sus pensamientos.

No podía explicarlo, pero había algo en Michael que lo diferenciaba del resto. No sólo por su físico bien trabajado y su rostro de supermodelo, ni por las veces que parecía no poder despegar sus ojos de Caroline. Había algo más en Michael Jacobs y Caroline estaba segura de ello.

Pero tampoco es como si ella fuera averiguarlo. Estaba más ocupada en otras cosas. Cómo sobrevivir, por ejemplo.

Porque Caroline moría.

Caroline moría.

Ojos GrisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora