Capítulo 19 - Mis chicas favoritas

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—Ella debe lavarse los dientes primero —me recuerda la mamá, a lo que asiento.

Como su tía le puso la pijama luego de bañarla, solo me encargo de que se lave los dientes antes de depositarla en su cama de princesas, sentándome a su lado mientras ella aprieta mi mano con sus ojitos casi cerrados. Su habitación tiene toda la decoración infantil que encuentras en la habitación de una niña de su edad, hay algunas muñecas, varios peluches y un armario. Enciendo la lamparita que está en su mesita de noche, porque he visto que Allie lo hace siempre que la acuesta a dormir, y me aseguro de ponerle a un lado el peluche de Mickey Mouse que tanto le gusta.

Varios minutos más tarde el agarre de su mano en la mía se afloja y su respiración se vuelve pacífica mientras algunas palabras dulces escapan entre sus labios. Al parecer está soñando algo agradable.

Me inclino y beso su frente con cariño. Ella ha robado mi corazón como nadie lo ha hecho antes.

—Buenas noches, linda. —Paso una mano por su cabecita con cuidado, sonriendo, y me pongo de pie escuchándola murmurar "Lindo" mas una ristra de palabras inentendibles. No puedo evitar contemplarla con ternura y una sonrisa bobalicona en mis labios, pensando en lo mucho que me habría gustado tener una hermanita. Pero mamá nunca tuvo más hijos y mi padre, por más que ha follado con cuantos pares de piernas ha encontrado en su camino, el viejo sabe bien como usar un condón.

—¿Cuántas mujeres estarían derretidas al ver esta escena del codiciado lanzador de Westwood ahora mismo? —volteo sin quitar la sonrisa de mis labios para encontrarme a Allie, con los brazos cruzados sobre su pecho, observándonos.

Ella también sonríe, aunque trata de ocultarlo mordiéndose el labio inferior. Esta cosa de sus labios me está frustrando, parece que lo hace a propósito.

—No lo sé, solo veo a una —digo, acercándome a ella con una sonrisa ladeada—. ¿Ahora me pedirás que sea el padre de tus bebés, Allie bonita?

—Ya quisieras tú que eso pasara —responde en voz baja, dándome una mirada divertida.

—Tal vez —enarco una ceja, apoyando una mano en el marco de la puerta junto a ella—. Y pensar que querías dejarme sin descendencia, ¿te acuerdas?

—Pensé que le hacía un favor al mundo —replica con cinismo mientras se aleja—. Cierra la puerta.

Salgo, haciendo lo que me dice, y la sigo hasta el comedor, donde Lena ya no está. La luz en su habitación estaba encendida, colándose debajo de la rendija cuando pasé por ahí, por lo que intuyo que ahí es donde ella está.

—Estás equivocada,  bonita —tomo asiento en la misma silla de antes; ella ya está en la que le correspondía, a mi izquierda, apoyando un codo sobre la mesa y su rostro en su mano—. ¿Cómo crees que le harías un favor al mundo? En algún momento debe existir un mini Matt que llegará a robar el corazón de todas las chicas como su papá.

Pone los ojos en blanco, disparando una sonrisa amplia al mismo tiempo.

—Un mini Matt —repite, negando con la cabeza—. No pareces el tipo que piensa en bebés, ¿sabes? Sobre todo desde que Reese me contó que te daba miedo tocar su vientre.

Hago una mueca, estirándome en la silla con los brazos hacia el techo.

—Las embarazadas asustan, los bebés no.

—Bueno, lamento decírtelo, pero debe haber una embarazada para que haya un bebé. Seguro llevaste Educación Sexual en el instituto, imagino que sabes el proceso...

—Claro —replico, rodando los ojos—. Cuando una pareja se tiene ganas, entonces ellos tienen caliente sexo sin protección. Así los espermatozoides viajan desde los testículos de él hasta llegar a la vagina de ella, compiten en una carrera mortal por el útero y las trompas de Falopio, hasta que al menos uno de ellos llega al óvulo y es el maldito cabrón ganador que se convertirá en un bebé después de nueve meses.

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