Capítulo 1: Hospital Privado Psiquiátrico Germanio Allen

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Ed, apagó la pequeña lámpara de su mesa de escritorio después de guardar todos los papeles que tenía sobre el escritorio, se levantó, se sacó la bata blanca, tomó el abrigo de lana gruesa y se abrigó con ella. Salió de su oficina con rumbo a sus habitaciones con el expediente de Michael dándole vueltas en la cabeza. Mientras Ed seguía su camino por los grandes y largos corredores del hospital ya no le molestaba lo silencioso y lúgubres que podía ser. Tampoco le molestaba ya las extrañas sombras que la luz de la luna o de los faroles colaba por los grandes ventanales y a pesar de que en ese momento estaban cerrados el ambiente se congelaba. Era como caminar por la noche fría. En ocasiones se cruzaba con uno que otro hombre de limpieza que terminaba su turno.

Al llegar a la estación de enfermeras, estaban ahí los enfermeros del turno de noche. Los saludó y firmó su salida. Se despidió de ellos y se en rumbó a sus aposentos para lograr un poco de reparador sueño.

A lo largo de los anchos corredores se escuchaba el sonido de sus pasos haciendo eco por el lugar. Las pequeñas bombillas iluminaban cada cierto trecho haciendo que el ambiente parezca aún más tenebroso. Pero Ed casi nunca lo notaba, siempre estaba metido en sus pensamientos. Pensamientos sobre un paciente en especial, uno al cual deseaba desesperadamente darle una mejor calidad de vida. Quería verlo feliz, verlo hablar, exorcizar todos sus demonios y espantar todos sus fantasmas.

Ed deseaba lo mejor para ese paciente. Él realmente lo deseaba... y ese era el problema de cada noche en donde se debatía tanto en su mente como en su corazón; de pronto, un par de golpes secos atrajo su atención. Se detuvo abruptamente, mirando con precaución hacia adelante y hacia atrás pero lo único que veía era el corredor largo que parecía no tener fin. A un lado estaban las puertas cerradas de los pacientes y al otro extremo los ventanales. El piso de mayólicas extremadamente pulidas, le daba un aspecto vertiginoso.

Prestó atención nuevamente al ruido extraño mirando a todos lados; sin embargo, sólo pudo ver oscuridad a cada lado del corredor. Unos pocos sonidos lejanos de quienes supuso eran los del servicio de limpieza haciendo su trabajo y nada más.

Esperó un momento, pero aquel peculiar sonido no volvió. Él sabía que ese sonido había venido de algún lugar muy cercano a donde estaba pero no podía decidir que lo provocó. Al final se rindió suponiendo que era su cansancio el que le había jugado una mala pasada; tal vez aquel sonido vino de algunas de las habitaciones de los pacientes que estaban en ese corredor, se despejó la cabeza y luego de una respiración profunda siguió su camino. Si bien los sonidos extraños eran ocasionales todo el tiempo, siempre lo hacían sobre saltarse en primera reacción, para después tranquilizarse. Siguió su camino ya sin detenerse perdiéndose nuevamente en sus pensamientos de cómo hacer libre a la persona que le robaba más que sueños imposibles.

Michael era un hermoso joven de veinte tres años, muy delgado casi flacucho, pero con unos espectaculares ojos celestes. Según su expediente él había sido un niño extrañamente silencioso durante sus primeros años hasta que se volvió miedoso ante todo y todos, al punto de retraerse y no comunicarse con nadie. Las pocas veces que lo hacía, hablaba únicamente de las personas que lo molestaban y que no lo dejaban en paz.

Constantemente hablaba de las voces que escuchaba y le decían cosas malas como lastimarse o lastimar a los demás; a pesar de ser un niño inteligente, era tratado como un enfermo. Su padre, un próspero comerciante con mucha influencia en los altos círculos sociales de Londres había conseguido un muy buen puesto en el gobierno y además logró amasar una gran fortuna en muchas inversiones navieras por eso es que podía costearse un trato especial en el hospital.

Su madre, una dama que se comenzó a dedicar a los actos benéficos, no se ocupaba de él por falta de tiempo. Michael era el menor de sus hijos, quien debía ser el consentido y mimado y sin embargo estaba apartado de la familia, según ellos, habían sido bendecidos con dos sanos y fuertes hijos más. Charlie y Dorothy, mayores por varios años quienes lo trataban con indiferencia.

El Hombre en el espejoWhere stories live. Discover now