—Me lo has repetido diez veces, ya lo capto —bufó Eleanor, torturando su servilleta con la punta del tenedor.

 —¿Te lo ha dado ya?

 —Sí, me encanta, muchas gracias.

 En eso era sincera. Cuando había vuelto del instituto, se había encontrado en su habitación con un paquete enorme. Había rasgado el papel de regalo sin poder reprimir la excitación.

 —Te será útil para preparar los exámenes —dijo su madre.

 —Sí.

 De hecho, el caballete que sus padres le habían regalado alojaría sus propios proyectos. Tenía la intención de ponerse a trabajar sobre lienzo y experimentar con las posibilidades del color muy pronto.

 Por fin pudo colgar y devolver el teléfono a su padre.

 —Parece más serena —dijo él, contento. Eleanor sospechaba que se alegraba porque así tenía un problema menos en el que pensar, sin importar cómo se hubiera resuelto—. Nosotros deberíamos hablar de tu futuro, ¿no crees?

 —¿Mi futuro? ¿En qué sentido?

 —En unos meses acabarás el instituto y yo cerraré la investigación, por tanto, tendremos que volver a Milán, a la normalidad.

 —¿Tenemos que hablar de eso precisamente ahora? —murmuró ella, ensartando un pescadito frito que le aspiró una tristeza inexplicable. Lo devolvió al plato y lo cubrió con una hoja de lechuga.

 —Lo único que digo es que antes o después tendrás que decidir reconciliarte con tu madre. No puedes guardarle rencor para siempre.

 «¿Y por qué no?», pensó Eleanor. Seguro que su madre se había inventado algún cuento para convencerlo de que allanara el camino, para que hiciera de mediador. Pero si él supiera el verdadero motivo de la serenidad recobrada de su mujer, quizá no tendría tanta prisa en regresar a Milán.

 —De todas formas la investigación aún no ha concluido, ¿por qué hablas como si fuera así? —preguntó Eleanor, dirigiendo la conversación al tema que de verdad le importaba. Cada vez que mencionaba su trabajo, ella contenía el aliento con ansiedad, como si de los labios de su padre pudiera salir una sentencia contra Kyle.

 El juez se limpió la boca con la servilleta e hizo un gesto al camarero para que le sirviera otra copa de vino.

 —Pronto habrá concluido. El comisario acertó de pleno.

 —¿Con qué?

 —Con lo del intermediario —respondió su padre, con la mirada rebosante de satisfacción—.Yo pensaba que era alguien de por aquí, pero me equivocaba. El que se ocupa de la red es alguien que procede del seno del clan.

 —Entonces, ¿mi compañero de clase no tiene nada que ver? —preguntó Eleanor, tratando de usar un tono casual.

 Su padre la miró con seriedad.

 —En realidad, se trata de él. Leone me pidió que te pusiera sobre aviso, pero yo no quise violar el secreto del sumario.

 —¿Hace cuánto que lo sabes? —le preguntó ella. Se sentía como el pescadito que había en su plato.

—Desde esta mañana —respondió el juez—. Creo que deberías volver a Milán cuanto antes, Eleanor. Sé que es tu cumpleaños, pero te he traído aquí para hablar también de esto.

  —Yo no tengo nada que ver con ese chico —replicó ella con terquedad—. Tendrías que ordenar que evacuaran a todo el instituto, ¿por qué sólo a mí?

Die TogetherWhere stories live. Discover now