«Parece que acabó allí por agresión. Estuvo a punto de matar a alguien.»

 La página donde aparecía el nombre de Kyle hablaba de un montaje teatral organizado por los trabajadores sociales encargados de la reinserción de los reclusos. Un taller que había durado seis meses y que había culminado en una representación producida íntegramente por los chicos de la cárcel.

 «Bajo el título ¡Grita!, el espectáculo del director Raffael Bruno exprime los sentimientos de rabia e impotencia de los adolescentes enfrentados a las injusticias de los adultos, a las elecciones forzadas, a las vidas marcadas. En un escenario sugerente, el patio del recinto penitenciario iluminado por la luz de la luna, los jóvenes reclusos han demostrado que el arte, la creatividad y la comunicación son armas fundamentales para combatir la exclusión social. Que hay puertas que se abren a un futuro diverso.

Han participado: Fabio Bozzi, Salvatore Giusti, Andre Libassi, Renato Lorusso, Gabriele Tarano y Luidi Treglia, junto con las chicas de la sección femenina: Anita Aniello, Sara Dossola y Marina Velletri. No precisamente por su actuación, sino por sus habilidades para la escenografía —en palabras del director, que le toma el pelo cariñosamente— ha destacado Kyle Harries, de diecisiete años. Suyos son los espléndidos decorados realizados en madera policromada que han enriquecido el espectáculo y creado una atmósfera de esperanza.»

Había algunas fotografías, entre ella una del director, un joven sonriente, no muy alto, que abrazaba a Kyle. Un Kyle dos años más joven, con el pelo muy corto pero con la idéntica, inconfundible mirada profunda. Y una sonrisa indescifrable, velada de melancolía.

Eleanor cogió un pañuelo del escritorio y se sonó la nariz. Para entonces estaba llorando a mares y no sabía si era de rabia, de desilusión, de compasión, o simplemente tenía ganas de abrazar a Kyle, unas ganas tan grandes que la impulsaron a levantarse de la silla y salir a la terraza, en pijama, ignorando el frío de la noche y el invierno que se avecinaba.

 Posó la vista en el punto donde durante el día se veía la franja de mar, ahora oculta por la oscuridad, e intentó poner en orden sus pensamientos. Sobre todo, trato de decidir lo que debía hacer, cómo debía comportarse, cómo tendría que enfrentarse a Kyle.

A medida que pasaban los minutos, la emoción fruto del descubrimiento de la verdad se fue transformando en una dolorosa conciencia. Kyle era el hijo de un criminal. Kyle había estado en la cárcel de verdad. Y puede que, como Gordon había dicho, estuviera implicado en la red de tráfico de residuos tóxicos que le quitaba el sueño a su padre.

 Eleanor se echo a temblar y no precisamente de frío.

                                                                   ***

Acercarse al instituto el día después fue como avanzar a través de un muro invisible de gelatina. Cada paso le costaba horrores. Fue ver la verja y el corazón le dio un vuelco. Estuvo tentada de marcharse y darse algo más de tiempo, posponer de alguna forma el cara a cara con Kyle, pero sus piernas continuaron avanzando como si hubieran tomado la decisión por ella.

 Cuando entró en clase, no escuchó el vocerío habitual de sus compañeros. Era como si tuviese los oídos taponados con algodón, y de toda la escena —incluida Cherly, que gesticulaba en su dirección—, sus ojos sólo enfocaron el sitio donde se sentaba Kyle. Vacío.

 Se dio permiso para respirar y se sentó en su pupitre. Cherly le estaba enseñando su nueva adquisición, unas deportivas de gusto dudoso, de color rosa y cordones brillantes, y no paraba de reírse por algo que Gordon le había escrito en un mensaje.

 —¿Te encuentras bien? —le pregunto de repente—. Tendría que verte un médico, si quieres saber mi opinión.

 —No.

 Cherly se echó a reír, pensando que se trataba de una broma. Tenía gracia que siempre interpretase al revés todo lo que decía Eleanor.

  —En serio —exclamó la amiga—. Últimamente te comportas de un modo extraño.

Y continúo haciéndolo durante el resto del día. Cuando el profesor dijo su nombre, no respondió, tuvo que llamarla tres veces mientras Cherly le propinaba codazos para hacerla salir de su estado de trance. Vivió cada instante que conducía a la segunda hora como si fuera eterno e inmóvil. Cuando sonó el timbre, se aferró con las manos al borde del pupitre, como si estuviese a punto de naufragar, y miró fijamente la puerta, a la espera.

 Pero Kyle no apareció.

 Pidió permiso para ir al baño y allí se mojó la cara. Empapada, con el agua que le chorreaba por el cuello y la camiseta, se echó a llorar y se encerró en uno de los retretes, tratando de calmarse.

 ¿Dónde estaba en ese momento el chico que le estaba rompiendo el corazón?

 Su ausencia seguramente tendría que ver con su doble vida. ¿Qué hacía? ¿Con quién se veía? Eleanor se acordó del tipo nervioso de mirada malévola que conducía el todoterreno negro y que gesticulaba en dirección a Kyle como si estuviese enfadado con él. ¿Quién era?

 Le asaltaban la cabeza millones de preguntas y ninguna tenía respuesta, todas ocultaban una verdad horrenda en su interior. Durante el recreo, Eleanor salió al patio a sentarse en las mismas escaleras donde, un par de días antes, Kyle y ella se habían abrazado. Calor e inquietud. La cicatriz en su mejilla. La mirada llena de soledad. Le venía a la cabeza cada detalle, pero bajo una luz nueva.

 Más tarde, en clase, preguntó a sus compañeros si alguno tenía el número del móvil de Kyle. Ya sabía la respuesta, pero quería hacer un último intento antes de acudir a secretaría.

 Mientras los demás se desperdigaban a la salida, Eleanor enfiló el pasillo de los despachos y llamó a la puerta del secretario.

 —No puedo proporcionarte los datos de tu compañero —le respondió—. Es información reservada. Si él no ha querido dártelos, nosotros no podemos hacer nada.

 Eleanor pensó deprisa.

 —No le ha dado tiempo —replicó—, yo soy nueva en el colegio y él también. Ya sabe que al principio hay siempre mucho lío. Pero ahora tenemos la entrega del trabajo de Arquitectura y no quiero que me pongan una mala nota por culpa de sus faltas. Necesito que me pase los apuntes, hágame el favor.

 El secretario, escéptico, se lo pensó. Llevaba suficiente tiempo trabajando en el instituto como para saberse los truquitos que usaban los estudiantes para incordiarlo. Pero ese día la cosa no le olió a chamusquina, o puede que simplemente quisiera marcharse a casa, por eso se decidió a encender el ordenador y buscar el archivo con el listado de alumnos.

 Escribió en un papel la dirección de Kyle Harries  y se lo pasó a Eleanor.

 —No tiene teléfono fijo.

 Eleanor cogió el papelito y asintió. La dirección era todavía mejor que el número de teléfono.

Necesitaba hablar con él mirándole a los ojos. 

Die TogetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora