—¿Quién diablos te crees que eres? —dijo en voz baja, y mientras él alzaba la mirada, le soltó una bofetada. Kyle se movió con una rapidez sorprendente y le bloqueo la mano justo a un centímetro de su cara. Sobre la página blanca había un rostro.

 —Eres buena —comentó él.

 —Me estás haciendo daño —dijo Eleanor tratando inútilmente de liberarse de su captor—. No tienes ningún derecho a hurgar entre mis cosas.

 Kyle la dejó marchar.

 —Y tú no tienes derecho a dibujarme a escondidas. No quiero que me retraten.

 —Ese no eres tú —mintió ella, avergonzada. Se miraron por un segundo. La expresión de Kyle era indescifrable. Eleanor, que se las daba de conocer a las personas con sólo echarles un vistazo, se sintió confundida al escrutar aquel rostro, sin conseguir leer nada en él.

 Los ojos, negros como la noche, estaban fijos en ella. Los labios carnosos, entrecerrados como si estuviera a punto de hablar, no expresaban ninguna emoción.

 Kyle se levantó y le devolvió el cuaderno.

 —Me has dado plantón y ni siquiera te disculpas —exclamó Eleanor irritada—. Eres un arrogante y un estúpido.

 —Ayer tuve un contratiempo —replicó él—. Quedemos de nuevo esta tarde.

 Se alejó para salir de la clase, dándole la espalda con frialdad.

 —Si crees que voy a ir es que estás loco —respondió ella, temblando a causa de la rabia.

 Él no dijo nada más y desapareció tras la puerta. 

                                                                   ***

Su perfil se recortaba sobre la piedra color crema.

Estaba apoyado contra el muro con las manos metidas en los bolsillos, la cara bronceada y los ojos cubiertos por unas gafas de sol. Llevaba puestos unos vaqueros y una cazadora de piel negra encima de una camiseta gris; tenía la cabeza levantada, como si mirase al cielo.

 Eleanor,  desde la esquina de la calleja que llevaba a la catedral, se detuvo un rato a observarlo. Había pensado en hacerle esperar, para comprobar durante cuánto tiempo aguantaba, si sería capaz de esperar dos horas a que ella apareciese. Pero ahora que estaba allí, tenía que refrenar el impulso de salir corriendo a su encuentro. Y si no iba hacia él era porque necesitaba calmarse. Ese chico le provocaba una agitación inexplicable, y eso era algo que no le hacía gracia.

 —Hola —le dijo cuando se decidió a descubrirse.

 —Entonces has venido —respondió él, esbozando una sonrisa.

 —Para hacer el trabajo.

 —Claro. Para hacer el trabajo —repitió Kyle. Entraron juntos en la catedral desierta y en penumbra, y Eleanor sacó el distanciómetro y un cuaderno para apuntar.

 —Tú tomas las medidas y yo anoto —propuso ella. La idea de usar aquel artefacto no le gustaba ni pizca. Y además, por lo que parecía, él debía de tener práctica, porque lo encendió y lo puso en marcha en un segundo, como si lo hubiera hecho miles de veces.

 Trabajaron unos minutos en silencio y Eleanor comenzó a relajarse. El resplandor de las velas y el aroma a incienso y a flores era agradable. Le recordaba que, antes o después, a todo el mundo le llegaba su hora. Y que casi cualquier gesto, cualquier emoción, perdía su importancia con el paso de los años. Estaban hechos de sombras, y la carne y la sangre que acarreaban no era más que una ilusión.

Die TogetherWhere stories live. Discover now