—El mío no queda muy lejos. —Levanto mi celular—. Estoy a un mensaje.

—Está bien —contesta nerviosa.

—Respira. Estarás bien.

Meg suspira y se da media vuelta. Camino por el pasillo en busca de mi casillero, hasta que doy con él, lo abro con la clave que me dieron y comienzo a guardar las pocas cosas que he traído. Aún debemos ir por algunos materiales y libros que nos faltan. Mi bolso queda bastante más liviano, sólo dejo lo que necesito para mi primera clase y mi infaltable cuaderno de bocetos.

Mi celular vibra en mi mano. Es un mensaje de mamá, preguntando si ya estamos en la escuela.

«He dejado a Mase en su secundaria, Meg y yo ya entregamos los papeles y nos vamos a nuestra primera clase. Te llamo a la noche. Te amo, má.»

Mando el mensaje y guardo mi celular en uno de los bolsillos de mi chaqueta. Cierro el casillero y me doy media vuelta, al hacerlo, choco con la espalda de alguien.

—Oh, lo siento.

Es un chico.

—Está bien —digo sin prestarle mucha atención mientras me sobo la nariz, ya que me he golpeado ahí.

Elevo la mirada porque el chico es mucho más alto que yo. Me encuentro con un par de ojos marrones muy peculiares, he visto muchos ojos de ese color, pero su tonalidad no es para nada común; son de un marrón casi rojizo, parecido al caoba, como el color de las hojas en el otoño. Bastante llamativos y...me miran con confusión.

—Oh, ¿eres nueva? —Salta otro chico por encima del hombro del que me mira. Despego los ojos de los del chico y le puse atención al otro—. ¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? Eres muy bonita, ¿estás soltera? —farfulla rápidamente mientras se acerca a mí.

Doy un paso hacia atrás. Demasiado entusiasmo, demasiado confianzudo.

—David, para, hombre. La estás asustando —dice el chico de ojos marrones, agarrando a su amigo por el hombro y lo alejándolo de mí.

Le dedico una mirada a los dos. El chico de los peculiares ojos marrones es alto y corpulento sin llegar a ser muy grotesco; hombros anchos, espalda ancha, piel color miel y cabello negro en su lugar. El otro chico —David, lo ha llamado—, es un poco más escuálido, pero igual de alto, extremidades largas, un poco más pálido y con pecas.

—Lo siento. —Se disculpa David—. ¿Cómo te llamas? Soy David.

—Mackenzye —contesto.

El amigo de David mueve la boca para hablar, de seguro para presentarse, pero se ve interrumpido.

—¿Quién es la nueva? —Es una chica alta, largo cabello negro y lacio. Se apoya en el hombro del chico de ojos marrones. Me mira de arriba hacia abajo y sonríe—. ¿Y ese color de cabello? ¿Y tu bastón? No sabía que salían canas a esta edad —Se burla.

Observo a la chica un par de segundo... ¿ha venido a "marcar territorio" sobre alguno de esos dos? Porque lo ha hecho de una forma demasiado grotesca. No creo que sea necesario saltarle en el cuello a todo aquel que se le acerque... a quién sea en que ella esté interesada. Pero, lamentablemente, este tipo de gente sólo comprende un tipo de idioma.

Acomodo mi bolso sobre mi hombro.

—Mira tú, no sabía que había aún gente que se mete con la apariencia física del resto —replico. Paso por al lado de ella—. En serio, si quieres hacerte la chistosa, búscate algo mejor.

Y sigo de largo. Si me dijo algo, no lo escuché.

A pesar de estar en una época en la que todo el mundo se tiñe el cabello de colores llamativos y extraños, desde que era niña me han molestado por el mío. En mi familia, todos son de cabello castaño o negro con ojos azules o grises, pero yo nací con el pelo de color blanco. Sin embargo, no es por albinismo o alguna otra condición genética —me hicieron varios estudios para asegurarse de ello—. Debido a lo diferente que me veía, sufrí de acoso en varias ocasiones, pero en muy poca de ellas me quedé callada o dejé que me afectara.

I. The Calling ©Where stories live. Discover now