Capítulo 35 [Final]

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—Ya los estoy abriendo, ya los estoy abriendo—me interrumpe, con la intención de detener mi discurso filosófico.

Cuando percibo el océano que tanto me gusta, le sonrío y digo:

—Encontré un nombre.

—¿Un nombre?

Me levanto solo un poco para alcanzar la lámpara de noche que tengo a mi lado y encenderla. Cerciorándome que la sábana me siga cubriendo, vuelvo a recostarme a su lado.

—Para el perro. Le encontré un nombre a nuestro perro.

—Ya era hora—me sonríe también—. ¿Cuál es?

—¿Prometes no reírte?

—Lo prometo.

Toma mi mano para llevarla a sus labios, cautivándome con su ternura de siempre. Cielos, ¿cuándo me volví tan fanática del romance?

Es que no es el romance. Es nuestro romance.

—Pero promételo de verdad.

—Te prometo de verdad que no me reiré.

Inspiro profundamente y espiro.

—Vincent Van Gogh.

Silencio pesado. Los labios de Matt abandonan mi mano, se curvan hacia arriba y suelta una risotada que acaba con el silencio apacible que reinaba en nuestro momento romántico.

Pienso que se va callar, porque pues, se calla; pero niega con la cabeza y ríe más alto. Lo observo con el rostro más serio que sé poner. Apuesto piensa que estoy bromeando.

—Oh, ¿hablas enserio?—abre mucho los ojos.

Asiento, lentamente.

Presiona los labios. Está intentando no volver a reír en mi cara, pero termina por hacerlo de nuevo. Cada vez más alto.

—¡Dijiste que no te reirías!—lo empujo con un dedo.

—¿Quién le pone Vincent Van Gogh a un perro?

¡Yo!

No, no, debo renunciar al individualismo.

—Nosotros—le respondo—. En la tarde, mientras me ignorabas, le encontré una cicatriz en su oreja izquierda, lo que me indica que tuvo una cortada en el lóbulo, tal como a Vicent Van Gogh le cortaron la oreja.

Seguro está demás decir que Van Gogh fue un pintor neerlandés —uno de los principales representantes del postimpresionismo—, y a parte de ser famoso por sus alucinantes obras de arte, lo es porque un día amaneció sin una oreja y centurias más tarde todavía nadie sabe quién se la cortó.

—Buena investigación, Sherlock—se burla Matt.

—Le podemos decir Vincent para que parezca un nombre común—añado—. Además, Van Gogh estaba demente y nuestro perro no se ve muy cuerdo, si me permites decirlo.

Mientras sigue riendo, Matt finge confusión.

—¿Enserio? Para mí estaba muy cuerdo antes de traerlo a casa—dice—. Aunque... ¡Ya sé qué es! Usualmente cuando la gente se acerca a ti, pierde la cordura.

Abro la boca y gimo, indignada. ¿Quién cree que es para bromear así después de lo que acabamos de hacer?

—¡Es todo! ¡Me voy a mi habitación!

Remuevo la sábana de mi cuerpo dispuesta a huir como la reina del drama que soy, pero a Matt no parece importarle. Continúa riendo a carcajadas al mismo tiempo que contempla mi cuerpo de arriba abajo.

Factura al corazón © DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora