La sonrisa de Narciso - Jordi

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Te vi por primera vez en un campeonato al que acudí un domingo al
mediodía en un cine del centro. Yo tenía entonces quince años y no
estaba muy seguro de qué era lo que me había llevado allí. Recuerdo
que vi en la sección deportiva una foto que me llamó la atención y a
su lado un pequeño artículo indicando el día y el lugar de la
competencia. No sé decir qué fue lo que me hizo ir, tal vez fue
curiosidad, tal vez fue algo más; pero si sé que al verte entre los
concursantes sentí una extraña mezcla se emociones, una confusa
combinación de deseo y envidia. Comprobé con sorpresa que la
visión de tu cuerpo musculoso me excitaba pero me tranquilicé
pensando que lo que sentía en realidad era admiración, que lo único
que yo quería era llegar a tener un cuerpo igual al tuyo, un cuerpo
que me hiciera sentir tan poderoso y masculino como tú te veías
sobre el escenario. No sé, tal vez creí en ese instante que si lo lograba
podría ser como los héroes de los comics, como el Capitán Marvel,
como Flash o Superman, con sus músculos enormes y delineados y
sus diminutos slips (como el que tú llevabas, de color azul, azul
como el del Capitán Marvel) que los hacían tan desconcertantemente
atractivos para mí.
Ganaste aquel campeonato con facilidad. A partir de ese momento
te transformaste en el símbolo de todo lo que yo quería llegar a ser.
Te volví a ver unas semanas después, cuando me inscribí en un
gimnasio y resultó que tú trabajabas como instructor allí. Me convertí
en tu discípulo y también en tu amigo. Puse todo mi empeño y
dedicación cumpliendo las rutinas en el gimnasio, siguiendo tus
consejos sobre dieta y estilo de vida, tomando los suplementos que
indicabas. Luego de unos meses sentí que el éxito estaba a mi
alcance. Por fin había encontrado algo que realmente me gustaba y en
lo que podía destacar. Todos decían que yo tenía lo necesario para ser
un futuro campeón.
El gimnasio se convirtió en el único lugar en donde era feliz, en
donde mi afición por la perfección física no era vista con malicia o
con desdén. Nunca había tenido amigos hasta ese momento, amigos
de verdad, que me respetaran y entendieran, amigos como tú.
Pero la intimidad que surgió poco a poco entre nosotros y el
contacto físico inevitable durante los entrenamientos, provocaron que
crecieran y se hicieran claros dentro de mí los sentimientos que había
experimentado tan confusamente cuando te vi por primera vez en el
cine. Ya no podía negar que la admiración que sentía por ti era en
realidad una atracción erótica y cada vez se hacía más difícil luchar
contra la excitación (y su manifestación física evidente entre mis
piernas) cuando tomabas mi cintura para ayudarme a realizar otra
repetición en la barra alta o sujetabas mis brazos al hacer un press. El
sueño se volvió una pesadilla, parecía que ellos tenían razón cuando
se burlaban: yo no era un deportista, era simplemente un maricón al
que le gustaban los hombres musculosos. Por eso decidí alejarme. Me
avergonzaba que pudieras darte cuenta de lo que yo sentía. Me
avergonzaba sentir lo que sentía.
Mi alejamiento te pareció una traición, una muestra de debilidad
imperdonable. Sentiste rabia por haberte equivocado, rabia por haber
malgastado tu tiempo y dedicación en mí. «Jamás llegarás a ningún
lado -sentenciaste-. No tienes madera de campeón, nunca serás
como yo», agregaste con desilusión.
Sin embargo, no renuncié completamente, seguí adelante
entrenando por mi cuenta, continué preparándome en la soledad del
gimnasio que instalé en mi habitación, analizando cada ángulo de mi
cuerpo en los espejos que hice colocar en las paredes, enfocando toda
mi energía hacía un único objetivo: lograr un cuerpo perfecto, un
cuerpo que despertara tanta admiración por su rotunda masculinidad
que acallara las dudas, todas las dudas, en especial las mías. Ahora,
poniéndolo en perspectiva, podría decirse que quería que mi cuerpo
fuera como el tuyo porque, al fin y al cabo, esa era una manera de
poseerte o de que tú me poseyeras.
Pasó el tiempo y llegó el día en que sentí que era momento de
probar cuánto había avanzado y di el siguiente paso: me inscribí en
un campeonato. Aquí tenemos pocos así que sabía que era muy
probable que tú también participaras, siempre lo hacías y siempre
habías ganado hasta ese momento.
Saber que competiría contigo me atemorizaba y estimulaba a la
vez, pero pensé que para mí entrar en la competencia significaba
mucho más que simplemente pararme frente al jurado para que me
midan y comparen; significaba la ratificación de que estaba en el
camino para alcanzar la meta que me había propuesto, en la senda
que me llevaría a lograr el objetivo al que había dedicado mi vida
durante más de tres años.
Cuando se inició el certamen y todos los participantes desfilamos
frente al público me sentí abochornado y nervioso... Era la primera
vez que me exhibía casi desnudo frente a tanta gente, la primera vez
desde que me había alejado de ti, que tenía alguien más que al espejo
como juez. Pero cuando empecé a sentir las miradas de la platea y
pude oír sus aplausos me envolvió un torbellino de emociones
desconocidas. Su admiración fue como una droga, como un potente
estimulante que me hizo sentir seguro y confiado como nunca antes
me había sentido. Me sentí poderoso y deseado, ya no sentía ninguna
turbación, no; todo lo contrario, quería que todos me vieran, quería
que todos quedaran deslumbrados por la perfección y la fuerza que
había logrado dar a mi cuerpo. Comprendí de pronto por qué todos
los superhéroes usan esas ajustadas mallas que los hacen parecer casi
desnudos. Mostrar un cuerpo atlético y vigoroso te da una sensación
de superioridad, una sensación de poder frente a aquellos, que ocultan
con vestidos su imperfección física, su delgadez o su gordura. Por eso
me exhibí con orgullo, como ellos, con mi slip rojo (rojo como el de
Superman).
Clasifiqué sin problemas para la final. Cuando llamaron a la
presentación de todos los finalistas, nos vimos por primera vez cara a
cara. A partir del momento en que nuestras miradas se encontraron,
quedó establecido el desafío fue como si el concurso fuera
únicamente entre tú y yo: los demás ya no importaban.
Parados uno al lado del otro, tu espalda parecía tan amplia como la
mía, mis pectorales se veían tan grandes como los tuyos, nuestros
abdominales igualmente definidos. Parecíamos reflejos de una misma
imagen, prácticamente idénticos.
En algún momento, mientras los dos tensábamos los músculos
sobre el escenario, tu manera de mirarme cambió y pude notar una
sonrisa de satisfacción esbozada sobre tu rostro durante los momentos
de reposo. Creo que tu gesto de complacencia debe haber sido como
la sonrisa de Narciso al ver su imagen reflejada en el agua.
Los jueces no podían decidirse, nos llamaron varías veces para
hacer comparaciones. Doble bíceps, expansión dorsal, otra vez
abdominales, tríceps y muslos. Todo se decidió en la rutina
individual. Tenía tantos deseos de ganar que creo que eso fue lo que
marcó la diferencia e hizo que los jueces me proclamaran vencedor.
Deportivamente te acercaste a felicitarme. Cando estábamos
abrazados y nuestros cuerpos que habían parecido atraerse y repelerse
durante toda la competencia entraron por fin en contacto, pude notar
que tenías una erección que el spandex rojo de tu posing trunk
apenas lograba contener. Sonreíste al ver que yo también tenía una
erección que no podía disimular... Lo extraño fue que el resto la gente
no pareció notarlo.
No dejamos de mirarnos mientras me tomaban fotos y los viejos
amigos del gimnasio se acercaban a congratularme. Recordé tus
palabras el día que te dije que había decidido alejarme: «Nunca serás
como yo... ». Entonces comprendí el significado de tu sonrisa.
Cuando se busca la perfección física y concentras toda tu energía en
esa búsqueda, el cuerpo perfecto se convierte más que en un ideal, se
transforma en el objeto de tu deseo y quieres ser él y a la vez
poseerlo. Es una paradoja que solo puede resolverse amando a tu
reflejo y para ti yo me había convertido justamente en eso... Ya no
tuve vergüenza de mis sentimientos porque era claro que tú también
los compartías. Y ya no me importaba tampoco lo que ellos pensaran.
Cuando terminó todo te acercaste de nuevo y me invitaste a ir a tu
casa (¿o fue a la mía?). Acepté y una vez allí casi sin decir palabra,
hicimos el amor en la habitación-gimnasio, frente a las paredes
cubiertas de espejos. Desde entonces lo hacemos después de cada
exhibición, después de cada competencia.
Todos dicen que cada día me parezco más a ti , incluso en el rostro
y los ademanes. La mayoría de veces nos confunden, hasta nos
llaman por el mismo nombre (¿el tuyo, o el mío?)... Es posible que
tengan razón al confundirnos. Hay momentos en que yo mismo no
estoy seguro de quién soy. ¿Sabes? he llegado a pensar que es posible
que nunca haya sido otra cosa que tu reflejo en el espejo o que tú no
seas nada más que el reflejo de mis propios deseos sobre las brillantes
superficies de cristal que me rodean... que todo esto no haya sido
más que un sueño.

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