Acto Cuarto
Escena Primera
Delante del castillo
Entran OTELO e IAGO
IAGO.- ¿Podéis pensar así?
OTELO.- Pienso así, Iago.
IAGO.- ¡Qué! Darse un beso en la
intimidad...
OTELO.- Un beso que nada autoriza.
IAGO.- O estarse desnuda en el lecho con
su amigo una hora o más, no supone malicia
alguna.
OTELO.- ¿Desnuda en el lecho, Iago, y sin
malicia alguna? ¡Eso es usar de hipocresía
con el diablo! ¡Los que tienen intenciones
virtuosas, y no obstante, obran así, el diablo
tienta su virtud y ellos tientan al cielo!
IAGO.- Si nada hacen, es un desliz venial;
ahora, si doy a mi mujer un pañuelo...
OTELO.- Bien, ¿qué?
IAGO.- Pues que es de ella, señor; y,
siendo suyo, pienso que puede darlo a quien
le plazca.
OTELO.- También es guardiana de su
honor. ¿Puede entregarlo?
IAGO.- ¡Su honor es una esencia que no se
ve! A menudo ocurre que quienes lo poseen no
lo tienen. Pero en cuanto al pañuelo...
OTELO.- ¡Por el cielo! De buena gana lo
hubiera olvidado... Me dijiste -¡Oh, esto viene
a mi memoria como el cuervo a una casa
infectada, presagiando desdicha a todos!-, me
dijiste que tenía él mi pañuelo.
IAGO.- Sí, ¿y qué hay con eso?
OTELO.- Nada bueno, pues.
IAGO.- Y ¿qué sería si os dijera que le
había visto ultrajaros? ¿O que le oí decir -
pues hay tres bribones que, cuando con sus
solicitaciones importunas o sus comedias de
pasión han persuadido o ablandado a alguna
dama, no pueden por menos de divulgar lo
que debían callarse-...
OTELO.- ¿Ha dicho alguna cosa?
IAGO.- Sí, mi señor; pero no más que
pueda desmentir; estad seguro de ello.
OTELO.- ¿Qué dijo?
IAGO.- Pues que había.... no sé qué había
hecho.
OTELO.- ¿Qué? ¿Qué?
IAGO.- Que se había acostado...
OTELO.- ¿Con ella?
IAGO.- Con ella, o encima de ella, como
queráis...
OTELO.- ¡Acostado con ella! ¡Acostado