Por Segunda Vez - Khira

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Una parte de él se moría de ganas de dejar la clínica. El lugar que otrora le hiciera sentir seguro y confortable, ahora le agobiaba. Quería salir de allí, más allá de los jardines que rodeaban el edificio, y volver al mundo exterior, a su casa, a su hogar. Aunque no recordara cómo era. Pero otra parte de él, tenía miedo. Una vez fuera de allí, ya no tendría médicos, enfermeros o celadores que velaran por él las veinticuatro horas del día. Ni siquiera Aleix podría estar siempre con él, ya que trabajaba casi todo el día fuera. Tendría que quedarse solo muchas horas en una casa que, aunque suya, no reconocería. Sin embargo, Aleix le había prometido una y otra vez que todo iba a salir bien, que no debía preocuparse por nada. Aleix era un optimista, sin duda. Y una persona muy paciente. Tenía que serlo, si después de todo aún estaba allí, con él. — ¿Listo, Noel?

Noel terminó de abrocharse el cinturón de seguridad, echó un último vistazo a la fachada de la clínica por la ventanilla del coche, y asintió. Aleix encendió el motor y se pusieron en marcha. Mientras iban por la carretera, Noel no dejaba de observar el paisaje, esperanzado de reconocer algo por el camino, pero no fue así. Pronto llegarían a casa y sucedería lo mismo. No reconocería nada. Ni siquiera reconocía al hombre que tenía al lado, la persona con la que llevaba saliendo más de cuatro años. Por el amor de dios, se suponía que se había acostado con él, y ni siquiera recordaba ser gay. —¿Todo bien? —preguntó Aleix de improviso. —¿Qué? Sí, ¿por qué? —Bueno, la última vez que te subiste a un coche, no acabó bien — murmuró Aleix—. Me preocupaba que te sintieras... intranquilo al respecto. —No... Supongo que así sería si recordara el accidente, pero como no es el caso... Algo bueno tenía que tener la amnesia. —Noel forzó una sonrisa. Aleix le miró de reojo. Él no sonrió. —Esto es el salón. Aquí está la cocina. El baño. Y por último, el dormitorio. Como ves, no es un piso muy grande...

Noel miró la habitación con detenimiento. Una sola cama de matrimonio presidía la estancia, con una mesilla de noche a cada lado. El resto de muebles eran únicamente un galán de noche en una esquina y el armario empotrado. El joven tragó saliva. La idea de compartir cama le producía reparos, aunque en teoría llevaran haciéndolo años. Al parecer, Aleix le leyó el pensamiento. —Tú dormirás aquí. Yo me trasladaré al sofá. Noel le miró con expresión culpable. —No tienes por qué hacerlo... Si me siento incómodo, debería ser yo quien durmiera en el sofá. —No puedo dejarte hacer eso; tu espalda se resentiría. —Pero tú... —No te preocupes por mí, yo estoy más acostumbrado. Más de una vez, cuando discutíamos, me mandabas a dormir al sofá...

Noel se ruborizó. Pero Aleix sonreía por fin, y Noel pudo relajarse un poco. —Se ha hecho tarde. Voy a preparar algo de cenar, ¿vale? —dijo Aleix. —Vale. Yo iré deshaciendo la maleta. —Ok, el armario es todo tuyo. Tras otra fugaz sonrisa, Aleix salió de la habitación. Noel colocó la pequeña maleta sobre la cama. La abrió y empezó a sacar las prendas y otros enseres que Aleix le había ido trayendo a la clínica. Iba a abrir el armario cuando algo sobre una de las mesillas de noche le llamó la atención. Cogió el marco de madera y contempló la fotografía. A lo largo de aquellos dieciocho meses, Aleix le había traído también muchas fotografías como pruebas de su relación, pero esa nunca se la había enseñado.

Ambos salían en la foto, la cual había sido tomada en una playa, la Barceloneta quizás, y miraban muy sonrientes a la cámara. Aleix tenía un brazo rodeando sus hombros, su pelo rubio más dorado gracias a los reflejos del sol. Noel tenía la cara un poco ladeada hacia él, la frente apoyada en su mejilla. Su cabello negro, entonces largo, estaba mojado y lo llevaba pegado en el cuello. Los ojos les brillaban. Parecían felices. Noel suspiró y dejó el marco en su sitio. Ojalá se acordara de algo, pero eso no iba a pasar. El daño cerebral que había sufrido en el accidente era irreversible. En la clínica le habían enseñado de nuevo a andar y a hablar, a leer y a escribir, pero nadie podía enseñarle a recordar. Nada ni nadie podían devolverle su pasado; sus primeros veinticinco años de vida habían sido completamente borrados. Sólo le quedaba el futuro... y no estaba del todo seguro de querer compartirlo con Aleix.

Recopilación De Cuentos HomoeróticosWhere stories live. Discover now