Hold On 'Till May.

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"No puedes salvar personas, sólo puedes amarlas" — Anaïs Nin.

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Un estallido se escuchó y le siguieron unos gritos. Dos voces explotaron al final del pasillo para culparse e insultarse mutuamente. Un hombre y una mujer. Otra vez. Era la cuarta vez esta semana, recordó ella, pero ya había perdido la cuenta de las veces que los había escuchado maldecirse entre ellos en toda su vida.

A veces sólo era cuestión de tiempo para que se callaran, recordaba que de niña ocurría así.

A veces ella se marchaba primero y entonces la distancia era quien los detenía. Era un sentimiento que arrasaba con su paciencia y su corazón, se debilitaba al saber que su llanto ya no era capaz de detenerlos como cuando era una niña de 8 años. Trató de convencerse a sí misma y apartar su cabeza de todas esas cosas que salían de su control.

Suspiró cansada y atravesó la sala haciendo el ruido habitual en el piso de madera. No le preocupaba ser escuchada, después de todo, siempre que sus padres peleaban se aislaban del mundo y lo único que les importaba era descubrir quien de los dos tenía la razón esta vez.

Soltó un respingo, tomó su chamarra celeste y salió por la puerta principal con un portazo, esperando que la intensidad de los gritos bajara.

Y aun así ellos no se inmutaron.

Asomó con cuidado la cabeza en la ventana de la cocina y los encontró allí, él sostenía a su mamá de la mano y le decía que era una terca, necia que siempre quería que las cosas fueran como le pegara la gana. Ella refutaba, la madre de Sora no buscaba soltarse, sólo soltaba cuanto insulto se le ocurriera:

—Eres un malnacido, idiota, impertinente. ¡El hombre más inútil que existe en el planeta tierra!

Entonces decidió que había sido suficiente gritería. Sora no deseaba descubrir cuál era la razón, infidelidad, problemas financieros, un dolor de cabeza o una hormiga en el arroz del otro. Lo que fuera. Siempre eran excusas bobas y sin sentido. Parecía como si no tuvieran nada más que hacer con sus vidas, como si fueran otra pareja de jovencitos que peleaban cada semana, pero mucho peor.

De cualquier modo, en un par de horas habría terminado. Eso la reconfortaba.

Con cuidado tomó uno de los brazos de aquel árbol en el patio trasero, y escaló como siempre lo hacía. Sabía donde apoyarse y donde no. Sabía cuales ramas podrían sostener el peso de una jovencita de 15 años y cuáles eran su soporte desde los ocho.

Aquel árbol era su refugio, se aislaba y se relajaba para pensar toda la tarde, mientras los últimos rayos de sol iluminaban su cabellera rojiza.

Últimamente se había trastornado. Sus padres solían discutir al atardecer, debido a que ambos pasaban todo el día ocupados en sus trabajos. Su madre trabajaba en una floristería cerca de casa y su padre, un señor muy trabajador, había cambiado tanto de trabajos que ella ya lo ignoraba. Tampoco era como si a ellos le importara que Sora supiera qué hacían con sus vidas. Realmente les daba igual. En ocasiones, las mañanas eran testigo de sus discusiones ridículas, antes de irse a la escuela le quedaba ese sentimiento de desesperación… por lo menos hasta que se encontraba con sus amigos.

Era simplemente inevitable sentirse afectada por una situación como esa. Padres que hacían de lado la existencia de otra persona en la casa, alguien que se veía más afectado que ellos mismos en esa casa. Los meses pasaban, y con el tiempo, eran más las noches que Sora pasaba en el árbol que en su propia habitación.

Pero ya no servía, su lugar de protección ya no le servía. Luchaba contra todas esas sensaciones de desprecio y las dificultades familiares mientras la luna la veía crecer y caer, resbalarse en el flácido aire como una hoja que cae hasta el suelo. La verdad que había sido capaz de admitir desde pequeña, y en su interior lo sabía, sabía cuan enfermiza era la situación y enfrentar el hecho que de que sus padres nunca la buscaron sólo porque siempre regresaba.

Hold On 'Till May.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora