Capítulo 11 - Más

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—Tenemos el auto de Luke por allí... —sugiero.

Niega con la cabeza.

—No, va a Murfreesboro en un rato.

—Um —me muerdo el labio inferior—. También está esa otra bicicleta —apunto con la mirada hacia la bicicleta azul, parcialmente oxidada, que está olvidada detrás de los bultos de la tierra para sembrar.

—Es solo una —dice muy lentamente y sin mirarme a los ojos—. Y nosotros somos dos.

—¡Jodida madre! —exclamo sin poder evitarlo—. ¿Estás siendo seria?

Es muy difícil creer que ella, precisamente ella, nos haya incluido en la palabra "nosotros". ¿Realmente está aceptando dejarme conocer a su sobrina? Parece como un sueño loco. Mierda, no puedo creer lo absurdamente emocionado que estoy.

—No te emociones tanto, Adams —hago una mueca porque ella sigue llamándome Adams, pero estoy tan sorprendido de que esté cediendo en algo que le he pedido que no me quejo—. Será solo esta vez. Y únicamente por cinco minutos. No más.

—Bien. Cinco minutos, lo que digas.

Troto hasta la bicicleta azul y la reviso. A pesar del óxido está en buenas condiciones. La monto y avanzo pedaleando para probarla, hasta llegar donde ella está cruzada de brazos y mirándome de forma extraña.

Le hago un gesto, invitándola a acercarse, y ella ladea la cabeza sin moverse ni un milímetro.

—¿Qué?

—Ven aquí —le digo—. Sube conmigo.

—¿Estás siquiera en tus cinco sentidos? Los dos en una bicicleta suena como un desastre seguro.

—Lo peor que puede pasar es que hiperventiles y te derritas por tener a tu amor platónico rodeándote con sus increíbles brazos fuertes. No te culpo, tienes buen gusto. Sí, estoy muy bueno, pero creo que sobrevivirás a ello —le doy guiño y ella rueda los ojos mientras me enseña rápidamente su dedo corazón.

Me río.

—¿Ves? Si eres inmune a eso, entonces no tienes nada que temer. A menos que...

—¡Cállate! —gruñe, y se acerca con determinación hacia mí.

—Adelante —suelto una mano del manubrio y extiendo el brazo hacia un lado—. Su carruaje le espera, Majestad.

Ella pone los ojos en blanco.

—Ni lo sueñes, no voy a sentarme allí —declara acercándose y poniendo una mano en mi hombro mientras golpea algo que hace que la bici se sacuda—. Elena y yo usábamos esta todo el tiempo, así que debe funcionar aún.

No alcanzo a preguntarle de qué se trata. Sus dedos presionan con fuerza el agarre en mi hombro, usándome como apoyo para montar detrás de mí. Los fierros algo oxidados graznan con alegría al volver a ser usados y los brazos de Alexis parecen renuentes a rodearme totalmente, por lo que ella solo sujeta mi camisa de algodón entre sus puños.

—Vamos.

Giro la cabeza, viéndola de reojo, y chasqueo la lengua.

—No te matará tocar mi barra de chocolate, brujita —le digo—. Es marca Adams, a todas les gusta.

—Yo no soy todas —gruñe.

—Entonces no hay de qué preocuparnos, ¿verdad?

Tomo sus manos, de dedos largos y delgados, y las obligo a desprenderse de mi ropa. Ella se queja un poco cuando hago que se junten en mi abdomen. Respiro hondo y... puta madre. Me gusta esto.

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