La primera.

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A ella la había visto en el linde de los jardines traseros de una gran mansión, en donde se suelen hacer ostentosos bailes y suele vivir personas llenas de poder y dinero. Aquella joven de la cual nunca sabré el nombre andaba ataviada con un elegante vestido de media estación color palo rosa y sus cabellos castaños estaban perfectamente arreglados en una media cola.

En ese entonces yo apenas era una niña pequeña, me encontraba escondida entre varios arbustos cuando la joven se sentó cerca, tan cerca que su fragancia a vainilla me envolvió, el color rosa de sus mejillas y ojos color avellana los cuales centelleaban como si tuviera algo de calentura llamó mi atención.

Recuerdo bien aquel llanto suave y ahogado, el gesto que hizo con su mano para taparse los labios y al hacerlo el anillo que lucía con una hermosa gema reflejó el arco iris. El color escarlata de la sangre entre sus dedos cuando empezó a toser, las lagrimas deslizarse por sus mejillas de manera silenciosa como cuando caen chaparrones.

Fue cuando me pregunté si por eso era que llovía, quizá el cielo solo se sentía triste, supuse aquel entonces con la inocencia de la niña frágil que alguna vez fui, que ella era muy hermosa como para llorar, que tanto el cielo como ella, no merecían que unos chaparrones arruinaran su hermosura.

Fue esa misma noche en la cual me cole en aquella mansión y la acompañe, más que eso, la admiré, como solo puede hacer una pequeña que contempla maravillada algo que nunca antes ha visto. Puedo describir con exactitud cada uno de sus gestos, el modo como ladeaba el rostro al rechazar un ofrecimiento o como tamborileó con los dedos sobre la gran mesa de un escritorio de aspecto antiguo tallado en madera mientras contemplaba una carta la cual una señora no tan arreglada depositó sobre la misma mesa de madera.

Según había oído "Bella" como nombre a mi guía en esa mansión sufría de algo llamado cáncer, lo único que yo sabia de eso era que era una constelación, esas formas que a veces forman las estrellas en el cielo. Deje de hundirme en mis pensamientos cuando la vi toser de nuevo y más sangre brotó de sus labios.

Alguien apareció por la puerta y yo, que me encontrada sentada al lado de las piernas de mi guía rogaba que alguien hiciera algo, un rostro tan bello no merecía esa mascara de tristeza. La discusión que mantuvieron ambos adultos no la entendí sino hasta muchos años después, Bella insistía en leer aquella carta y hacerlo en privado. Me debatí un instante en si debía dejarla sola yo también pero ella no sabía que estaba ahí y la verdad es que nunca llegó a enterarse.

En aquella carta alguien que se llamaba Aaron repetía una y otra vez que la amaba, que de verdad la amaba pero que el no podía con eso. Me limité a contemplar en silencio como lloraba y releía aquellas palabras que tanto daño le hacían. Fue entonces que me formule la pregunta que cuestionaría el resto de mis días. ¿Porqué las personas sienten dolor?.

Me quedé junto a ella hasta que se quedó dormida sobre aquella mesa, me quedé hasta que un joven que la aproximaba en edad la tomo en brazos y la llevó a su habitación, me quedé lo suficiente para ser testigo de como la arropó y se aseguró de no hacer ruido al salir.

Me quede...

Al ver que el el astro rey se erguía sobre los techos de las casas me puse de pie, olvidé por completo el dolor de mis músculos agarrotados por mí inmovilidad y emprendí la marcha. Pero como primer gesto de bondad me acerqué a ella, me empine para poder alcanzarla y deposité un suave beso en su frente con el cual adoptaría su dolor.

Y me marché, con un chaparrón en mi mejilla, el corazón desembocado, un nudo en la garganta y con su dolor, un dolor que ahora era mío.

I. BosqueWhere stories live. Discover now