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A K A R I

Enervante el perfume de las flores que coloreaban todo el salón. Ruidosas y armoniosas las teclas que descendían y subían con el seco botar de los dedos. Las flores miraban a Akari; él no se molestaba en mirarlas. Los titánicos ventanales dejaban entrar un poco de luz. El cielo invadido por un color azul y una nube de contaminación se estaba nublando en una marcha apresurada. El viento le pisaba los talones a las nubes; minuto a minuto un rayo de luz se escondía detrás de una pincelada gris en movimiento.
Akari dejaba a sus dedos danzar sobre las teclas.
¡Notas infernales las que producían sus manos! ¡Música celestial la que con el eco de los techos altos con sus negras arañas de metal que devolvían la melodía tejida a la habitación olvidada!
Alicias* dentro de todos los jarrones del apartamento que con sus morados pétalos desprendidos terminaban tapizando el piso. Presuroso el tiempo que marcaba aquel veintidós de marzo. ¡Y la memoria! ¡Oh, mares de memoria que arrasan con el futuro!
La tarde estaba en su apogeo. El viento bramaba embravecido, aullando la continua floración de la tarde espectral. Una melodía escuchada en sueños le ardía a Akari en la sangre, como algo celestial. Yacían años desde que volvía a tocar ese piano. Años desde que el instrumento fungía de una simple y estorbosa decoración en una esquina del recibidor disfrazado de consultorio. Algunas veces servía cuando los pacientes olvidaban que las consultas eran para ellos, era como el librero lleno de novelas de ocio. Les decía algo que resultaba ameno a su gusto, eso era algo.
Cuando tocaba el piano el apartamento devolvía las notas, cambiando de lugar, de forma. Podría ser un manto estrellado carmín por el atardecer o el fondo del mar. Pero no era lo que tenía que ser. Akari lo sabía, por ello se había retirado años atrás del piano, su melodía no era la indicada.
La campanilla del edificio sonó.
Hirato.
La Nocturna Número 20 en C menor cesó su notas en bruto. Akari alejó al completo los dedos del teclado y se levantó. Cerró la tapa del piano, luego se tronó los dedos.
-¿Hirato? -Akari preguntó presionando el botón dorado bajo una pequeña pantalla pegada a su pared. Antes de que Hirato pudiese decir algo se escuchó un click metálico y un timbre mecánico que indicaban que la puerta había sido abierta.
-Llegas temprano -concluyó por el micrófono, para luego desplazarse a la entrada y abrir plenamente la puerta de madera francesa y barnizada que desempeñaba como entrada principal del lugar.
Hirato, pasó a su lado, con su común traje negro de tres piezas negras y una corbata de color rojo, seguido por un chico rubio con el zapato negro izquierdo encajado donde su pie derecho y un zapato de cuero y suela negra en el pie izquierdo, afortunadamente el calzado izquierdo si correspondía al pie. Sus ojos estaban cubiertos por una venda suelta que le alborotaba el cabello oro en la espinilla. Utilizaba su bastón para apoyarse, pese de estar colgado al brazo de Hirato. Lucía desubicado. Ciego, pensaba Hirato.
Hirato miró de reojo a los ojos despiadados de Akari.
-No lo ha sido siempre -dijo y sin gentileza alguna tiró a su amigo ciego a un sofá blanco con manchas negras y largas patas de metal plateado. El rubio murmuró por lo bajo.
-Lo sé. ¿No es por eso por lo que has venido?
-So-so-soy Yogui-Yogi.



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Alicias: Flor violeta.


Broken StringsWhere stories live. Discover now