"Samhain: el principio"

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PRÓLOGO

Maud y Patricia subían las estrechas escaleras de la casa arrastrando un colchón de matrimonio envuelto en una funda de plástico. Ambas sudaban como no lo habían hecho en años.

– ¿Es necesario tomarse tantas molestias? – Resopló Patricia–. Diablos, este colchón pesa demasiado. ¿Qué lleva dentro, piedras? ¿Cuántos escalones quedan para llegar arriba?

–Vamos O´Sermonn, no te quejes tanto – Respondió Maud airada –. Te agradezco que hayas venido a echar una mano, yo sola no puedo con todo.

Las mujeres descansaron un momento, reposando el colchón en mitad de la estrecha escalera. Maud se apoyó en la barandilla mientras recuperaba el aliento y se secaba el sudor del cuello con la mano. Patricia pasó la mano por encima del plástico, pensativa.

– Quizás nos arrepentiremos de ésto. Espero que no pase como con los últimos quince que pasaron antes.

–Es una extranjera pero necesitamos un médico y es la vía más barata para el pueblo. No nos podemos permitir otro sueldo público y la Unión Europea cubre los gastos, que sea lo que Dios quiera. Venga, vamos a acabar con ésto de una vez.

Maud empujó el colchón con energía mientras que Patricia tiró de él hasta la parte superior de la escalera.

–Sólo un poco más. ¡Ya!

Ambas hicieron un último esfuerzo y el colchón llegó al pequeño pasillo del piso superior. Maud se abanicó con la mano mientras seguía jadeando.

–Repasemos: reforma, pintura, parqué en el suelo...sólo nos falta el mobiliario, aunque lo peor ya lo hemos subido, maldito trasto. Pasaré la factura a los de la subvención.

Patricia sacó una cajetilla de tabaco y se encendió un cigarrillo. Maud señaló hacia abajo, donde estaba la puerta de entrada.

–Aquí no, vamos al porche.

Ambas bajaron las escaleras, salieron al exterior y se dejaron caer en el escalón de la entrada, junto a los muebles viejos amontonados. Llevaban dos semanas reformando la casa por su cuenta. Cuando acababan su jornada laboral acudían allí, pasando muchas tardes enmasillando, pintando y decorando; ya que la casa llevaba mucho tiempo sin habitar. Después de un tiempo volvería a tener un inquilino.

Maud sentía unos fuertes pinchazos en la espalda. Ya no era la jovencita enérgica de años atrás.

–¿Me invitas? – Preguntó mientras señalaba el cigarrillo de Patricia.

Ésta le ofreció uno. Maud lo encendió con un mechero barato. Las dos miraron al horizonte, el páramo verde y al fondo la fina línea del mar gris. En aquel lugar apartado del pueblo sólo se escuchaban los pájaros y el riachuelo del bosque.

–¿Crees que se extrañará cuando vea la puerta? –Preguntó Patricia preocupada mientras exhalaba humo, más relajada.

El sol de la tarde iluminaba la entrada, sin embargo el viento comenzaba a soplar frío, anunciando el otoño. Maud se rascó una picadura de mosquito en la pierna, aún sobrevivían algunos en aquella época del año.

–Ya inventaremos algo.

–¿Dónde están? Hoy no han aparecido.

–En el pub con los demás, seguramente.

Patricia sonrió y dio una larga calada.

–No pueden vivir sin beber.

Patricia apagó el cigarrillo, se puso en pie y miró al jardín situado a su izquierda.

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