Desde ese día, La Paz y Sebas eran felices de una forma nueva, más sincera. Ya no se guardaban nada, de esas partes de ellos que antes escondían por miedo a no ser entendidos. A veces discutían, pero incluso en esos momentos terminaban riéndose, como si algo dentro de ambos supiera que ya no había peligro de perderse.
Esa mañana, el padre de Sebas los invitó a acompañarlo al bosque. El aire estaba fresco, el cielo completamente despejado y el olor a tierra mojada envolvía todo. Para Paz, estar ahí era casi como entrar a un mundo que no conocía, uno que pertenecía más a Sebas y a su familia, y eso le despertaba una mezcla de curiosidad y nervios.
Mientras caminaban, Paz observaba cómo Sebas y su padre se movían con una naturalidad sorprendente entre los árboles. Había una conexión silenciosa entre ellos, una especie de entendimiento que no necesitaba palabras. A veces se miraban y solo asentían, como si compartieran un código que ella apenas empezaba a descifrar.
Sebas cazó un conejo —rápido, preciso— y su padre lo felicitó con un orgullo que iluminó su rostro. Paz no se acercó demasiado; no le agradaba la idea de la muerte, pero tampoco quiso juzgar aquello que para ellos era tradición. En cambio, lo observó desde cierta distancia, tratando de comprender.
El padre de Sebas bromeó con él, y luego, casi como una idea simbólica, le sugirió conservar algo del animal para convertirlo en recuerdo. Sebas aceptó. Tiempo después, preparó un pequeño corazón disecado dentro de una vitrina de vidrio, simple pero cuidada.
Cuando lo tuvo listo, buscó a Paz.
Ella estaba sentada afuera, bajo la sombra de un árbol, cuando Sebas se acercó. El sol de la tarde dejaba reflejos dorados en su cabello, y el chico se detuvo un momento solo para mirarla, como si cada vez descubriera algo nuevo en ella.
Le entregó la vitrina con ambas manos.
—Sebas... ¿qué es esto? —preguntó ella, tocando suavemente el cristal.
Sebas respiró hondo y la miró directo a los ojos, sin rastro de vergüenza.
—Esto —dijo con una calma intensa— fue el encierro de algo oscuro que por fin pudo salir de nosotros y ser libre.
Paz sintió un pequeño estremecimiento. No por miedo, sino porque entendió lo que él quería decir: ese "oscuro" no era algo malo, sino una parte profunda, emocional, vulnerable... algo que ambos habían tenido escondido mucho tiempo. Algo que ahora podían compartir sin huir.
Ella cerró la vitrina con cuidado y la sostuvo contra su pecho.
—Entonces... —susurró, sonriendo apenas— es un símbolo de lo que dejamos atrás.
Sebas asintió y se sentó a su lado. El bosque estaba silencioso, excepto por el crujido suave de las hojas movidas por el viento. Paz apoyó su cabeza en el hombro de él, sintiendo una tranquilidad cálida, sólida, casi nueva.
No necesitaban promesas exageradas ni palabras perfectas. Solo eso: estar juntos, sinceros, sin máscaras.
Y así, en ese instante simple y pacífico, ambos comprendieron que ese sería el verdadero comienzo de su historia.
Un comienzo extraño, quizá, pero suyo. Y suficiente.
Fin.
(Agradezco que hayan leído la historia me la pidieron unos amigos muy queridos les felicito por ser novios y les dedicó mucho esta historia espero que les haya gustado 💕).
