Inevitable • HyunIn • ChanIn

18

JeongIn sintió que su cabello goteaba contra su nuca. Su piel fría evitó el estremecimiento, pero pudo notar cómo el resto se alejaba de él todo lo que podía.

Estaba en un ascensor, con el uniforme escolar empapado por el torrencial que había en la ciudad. Sus zapatillas estaban húmedas, al igual que la mochila que había dejado a sus pies. JeongIn observó su reflejo en el espejo que había a un costado. Su piel estaba más pálida de lo normal y su cabello oscuro estaba medianamente rizado en las puntas. Tenía los labios rosados de tanto morderlos, con leves heridas que ya se habían secado y formado una capa de costra. El collar le cubría la marca rojiza de las manos de HyunJin, cuando lo asfixió contra la pared. Sus ojos oscuros estaban brillantes y cristalizados, tal vez por las pocas horas de sueño.

Había faltado al instituto aquel día. SeungMin lo había llevado a la escuela, habían entrado juntos e incluso lo saludó cuando se separaron en las escaleras. Nadie dijo nada cuando retrocedió en sus pasos, escapándose y evadiendo las cámaras de seguridad.

Las puertas se abrieron en el cuarto piso del hospital privado donde Christopher Bang estaba internado. JeongIn avanzó, arrugando en su mano el papel con la dirección del lugar y el número de habitación. Recibió algunas miradas, hasta que se detuvo frente a la puerta blanquecina, en aquel pasillo inmaculado y silencioso. SeungMin no sabía que él estaba allí. De hecho, JeongIn le había dicho que no iría, que se centraría en sus estudios y que nada de eso importaba. Sus ojos se dilataron por completo cuando golpeó dos veces la puerta. Al instante se abrió. 

Se encogió de hombros cuando se encontró una figura alta y enorme. Notó en aquel rostro pálido los ojos de Christopher, sus cejas gruesas y su nariz recta. Había en su mirada oscurecida algo turbio e incómodo, que le erizó la piel al segundo. JeongIn no se movió, pero tampoco evitó encogerse de hombros cuando sintió que lo miraba de arriba a abajo.

—Chris —habló, volviéndose y apartándose un poco. JeongIn miró con atención la habitación. Era cómoda y espaciosa. Había sillones, tres, y uno estaba ocupado por una mujer elegante que se levantó al segundo. El Omega los miró con grandes ojos, mientras centraba su atención al joven recostado en la camilla—. ¿Quién es?

—JeongIn... —lo escuchó murmurar. Su voz ronca y gruesa. JeongIn clavó su mirada en el Alfa más joven—. Es mi Omega.

Christopher tenía el cuello envuelto en vendas, al igual que su hombro izquierdo. Parte de su pecho desnudo guardaba leves cortes pequeños, como en sus brazos, sus manos. Su piel pálida dejaba en evidencia la irritación de las heridas y las marcas de los golpes. JeongIn no pudo determinar qué tanto lo había lastimado HyunJin, pero pudo notar el cansancio en aquella mirada, que lentamente se iluminó al verlo. Su cabello oscuro estaba despeinado, su piel pálida remarcó el corte que atravesaba su ceja izquierda, hasta la mejilla y el labio. Sabía que tenía quemaduras de segundo y tercer grado, que por poco no se le habían inflamado las vías respiratorias y que por su culpa, solamente por su culpa, ahora Christopher tendría horribles cocatrices en el cuello y el hombro.

JeongIn sintió un leve dolor en el pecho, mientras la garganta se le cerraba. No lo veía desde aquella noche en que le mintió sobre un amor y una promesa falsa. Una noche en la que aceptó su calor, sus besos y sus toques, susurrándole todo lo que sabía que quería oír... palabras venenosas, que hubiesen significado su muerte en otra circunstancia. El Omega apretó los labios, mientras la madre de Christopher se levantaba, tomando una manta delgada, que le cubrió los hombros con cuidado.

—¡JeongIn! Así que tú eres JeongIn... mírate, estás todo mojado, ¿acaso viniste caminando? —se adelantó la mujer, arrastrándolo dentro. El Alfa cerró la puerta y JeongIn sintió que ella lo sentaba en el sillón donde había estado antes—. Qué pena que te conozcamos en un momento así, Christopher nunca llevó una pareja a casa y...