CAPITULO 1.

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Escribí mi cita favorita en la tapa de la caja, una de Hawk Davies, una verdadera leyenda, y estoy escribiendo esta carta con ella como escritorio, así que puedo sentir a Hawk Davies fluyendo a través de cada palabra. La camioneta de la tienda del padre de Al traquetea, y por eso algunas veces la escritura me sale temblorosa, así que mala suerte para cuando lo leas.

 Llamé a Al esta mañana y nada más decirle: «¿Sabes qué?», él me respondió: «Me vas a pedir que te ayude a hacer un recado con la camioneta de mi padre». 

—Eres bueno adivinando —le dije—. Has estado cerca. 

—¿Cerca? 

—Bueno, sí, es eso.

 —Está bien, dame un segundo para buscar las llaves y te recojo. 

—Deberían estar en tu chaqueta, de anoche. 

—Tú también eres buena. 

—¿No quieres saber cuál es el recado?

 —Me lo puedes decir cuando llegue allí. 

—Quiero contártelo ahora. 

—No importa, Min —aseguró.

 —Llámame la Desesperada —le dije. 

—¿Cómo?

 —Voy a devolverle las cosas a Ed —anuncié tras un profundo suspiro, y entonces Al suspiró también. 

—Por fin. 

—Sí. Mi parte del trato, ¿no es así?

 —Cuando estuvieras lista, sí. Entonces, ¿ha llegado el momento?

Otro suspiro, más profundo pero más tembloroso.

 —Sí. 

—¿Te sientes triste? 

—No.

 —Min.

 —Está bien, sí. 

—Está bien, tengo las llaves. Dame cinco minutos.

 —Está bien. 

—¿Está bien? 

—Es que estoy leyendo la cita de la caja. Ya sabes, la de Hawk Davies. Las intuiciones se tienen o no se tienen.

 —Cinco minutos, Min. 

—Al, lo siento. Ni siquiera debería... 

—Min, no pasa nada.

 —No tienes por qué hacerlo. Es solo que la caja es tan pesada que no sé... 

—Está bien, Min. Y por supuesto que tengo que hacerlo. 

—¿Por qué? 

Al suspiró al otro lado del teléfono mientras yo continuaba mirando la tapa de la caja. Echaré de menos ver la cita cuando abra el armario, pero a ti no, Ed, a ti no te echaré ni te echo de menos. 

—Porque, Min —respondió Al—, las llaves estaban justo en mi chaqueta, donde has dicho que estarían.

 Al es una persona buena de verdad, Ed. Fue en su fiesta de cumpleaños donde tú y yo nos conocimos, aunque no es que él te hubiera invitado, porque entonces no tenía ninguna opinión sobre ti.No te invitó ni a ti ni a nadie de tu pandilla de deportistas gruñones a la celebración de sus amargos dieciséis. Yo salí temprano del instituto para ayudarle a preparar el pesto de diente de león, elaborado con queso gorgonzola en vez de parmesano para añadirle un extra de amargor y servido con ñoquis de tinta de calamar de la tienda de su padre. También mezclé una vinagreta de naranja sanguina para la macedonia de frutas y cociné aquella enorme tarta de chocolate negro con un 89 por ciento de cacao en forma de gran corazón oscuro, tan amarga que no pudimos comérnosla. Tú simplemente te presentaste sin invitación, acompañado de Trevor, Christian y todos esos para esconderos en un rincón y no tocar nada, excepto unas nueve botellas de cerveza Scarpia's Bitter Black Ale. Yo fui una buena invitada, Ed, tú ni siquiera le deseaste a tu anfitrión un «amargo cumpleaños», ni tampoco le llevaste un regalo, y por eso rompimos.

Y Por Eso RompimosWhere stories live. Discover now