🌕Secretos a Media Noche 🌕

🌕 Primera Sangre 🌕

El sonido del rifle rompió la quietud de la noche. Alex retrocedió un poco, sorprendido por la fuerza del retroceso, pero también por la sensación de poder y responsabilidad que lo recorrió. Su primer disparo había sido certero.

—¡Eso es! —exclamó su padre, con una ligera sonrisa que apenas rompía su semblante serio—. Bien hecho, Alex. Así se empieza.

—Te dije que podías —añadió Jake, palmeándole el hombro con orgullo—. Veo talento en ti, Lexito

—Sí, pero aún le falta mucho —intervino su madre, aunque con ternura—. Paciencia, Alex. Cada disparo te hace mejor.

A lo lejos, entre la maleza, algo se movió. Alex se congeló, apuntando hacia el sonido. Su instinto le gritaba que algo estaba allí, pero no era solo un animal. Algo más… algo que lo observaba. Un escalofrío recorrió su espalda mientras recordaba los golpes de Carter en la escuela y cómo siempre parecía anticipar cada uno de sus movimientos.

—Mantén la calma —susurró su padre, pasando su mano por su hombro—. No dejes que el miedo te domine.

Alex respiró hondo, ajustó su postura y preparó el siguiente disparo. La cacería apenas comenzaba, y ya sentía la carga de lo que significaba formar parte de esa vida. La noche, oscura y silenciosa, parecía contener el aliento, observando cada movimiento, esperando el momento en que Alex demostraría de qué estaba hecho.

Mientras avanzaban por el bosque, el sonido de ramas rompiéndose y hojas crujientes se mezclaba con el eco de sus pensamientos: la escuela, Carter, los golpes, los humillantes empujones y burlas que todavía ardían como fuego en su pecho. Cada paso lo acercaba a comprender que esta noche no era solo una prueba de habilidad… sino un inicio de algo que cambiaría su vida para siempre...y ahora ya no tenía miedo si no más bien Determinación.

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La ciudad de Nueva York nunca dormía, y Carter lo sabía. Su año sabático en Londres le había dado perspectiva, pero nada lo preparaba para esa noche. Se movía entre luces de neón, el rugido de motores y el bullicio de amigos que celebraban una pequeña victoria en las carreras callejeras.

—¿Listo para perder otra vez, Carter? —bromeó Francis mientras revisaba el motor de su auto.

—Ja, sueña, Francis —respondió Carter, apoyándose contra su coche, una sonrisa confiada dibujada en su rostro—. Esta noche es mía. Lo sabes.

Su grupo de amigos rió, empujándose y hablando de futuras carreras, apuestas tontas y chicas que pasaban por la calle. Carter miraba todo con cierta distancia, una mezcla de diversión y desdén. Popular, carismático, todos lo seguían… pero nadie conocía la parte de él que siempre estaba alerta, siempre pendiente de la oscuridad que podía acecharlo.

—Bueno, ¿vamos o qué? —preguntó un amigo, empujando su hombro—. No me digas que vas a dejar que todos nos adelanten otra vez.

—Tranquilos, chicos. Vamos a divertirnos —dijo Carter, subiendo al auto que acababa de ganar gracias a Francis—. Este coche es mío.

El motor rugió y, por un momento, Carter sintió la emoción pura de la velocidad. Las luces de la ciudad se convirtieron en rayas borrosas, el viento golpeándole la cara, los gritos de sus amigos mezclándose con su propio latido.

Pero incluso en medio de la adrenalina, había un dejo de inquietud. Algo en su espalda le decía que no estaba solo. Miró el retrovisor, vio las luces de la ciudad… y creyó percibir una sombra que desapareció al instante.