── 𝐈𝐍𝐕𝐈𝐒𝐈𝐁𝐋𝐄 𝐒𝐓𝐑𝐈𝐍𝐆 .ᐟ ➤ ❛Delia lo reconoció antes de que siquiera dijera una palabra. No porque lo conociera, sino porque ya lo había visto. En sueños. En destellos. En visiones que no le pertenecían❜
❛Victor también se detuvo al ver...
— ¿Estás temblando... o soy yo? — bromeó en voz baja, sus labios rozando apenas los míos.
— Eres tú — mentí, apenas audible.
— Ah, mira tu. Pensé que era porque te estaba gustando demasiado.
Antes de que pudiera responder, me besó de nuevo. Lento, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Su mano recorrió mi muslo, lo levantó un poco más, y con un solo movimiento hábil, apartó lo último que quedaba entre nosotros.
Me rozó apenas con la punta de su miembro. Jugó. Subía y bajaba despacio, rozándome, haciéndome jadear sin siquiera entrar del todo.
— ¿Esto es tortura, no? — susurró, divertido —. Podría quedarme así un buen rato...
— Victor... — gemí, más suplica que advertencia.
— Ah... ahora sí dices así mi nombre — se rió con voz ronca — Pensé que ya te habías olvidado cómo hablar.
Entonces entró. Lento. Con una presión firme, profunda. Me arqueé al sentirlo completamente dentro de mí. Era cálido, intenso, abrumador. El aire me salió del cuerpo como un suspiro entrecortado.
— Eso — murmuró cerca de mi oído — Así te quería escuchar.
Empezó a moverse. Al principio con ritmo lento, casi perezoso, como si disfrutara cada segundo de tener el control.
Su cuerpo me cubría por completo, su piel chocando contra la mía con cada embestida. Y en medio de todo eso, seguía hablándome con esa voz grave, esa mezcla de burla y deseo.
— Estás tan mojada... Pensé que me ibas a hacer rogar un poco más.
Me costaba responder. Solo podía apretarlo más con las piernas, intentando seguirle el ritmo. Pero él estaba empeñado en jugar. Aceleraba apenas y después bajaba el ritmo, mirándome a los ojos, atento a cada reacción.
— Vamos, dime que quieres que siga así — susurró, mientras me embestía más fuerte — O mejor, dimelo sin palabras.
Lo hice. los gemidos ahogados entre sus besos, el cuerpo moviéndose con el suyo, perdiendo el control.
El placer subía como una ola. Me dejé llevar, temblando, sabiendo que estaba a punto de caer. Victor también lo notó. Su mano bajó a mi cadera, sosteniéndome firme mientras empujaba más rápido, más profundo.
Mi espalda golpeó suavemente el tronco cuando él se detuvo. Seguía dentro de mí, duro, palpitante, y con una mirada tan intensa que me dejó sin aire.
— Vamos — murmuró, con esa sonrisa suya, ladeada, entre divertida y cargada de deseo —. Ahora tu arriba.
No entendí hasta que me sostuvo con ambas manos por la cintura, y con una facilidad que me hizo temblar, me levantó y giró sobre sí mismo.
Se sentó en la misma roca, apoyando bien los pies en la tierra, y me colocó sobre él.
— Así te imaginé — susurró contra mi cuello, con la voz rasposa — Siempre. Justo así, montándome, con esa cara de que sabes que puedes hacerme mierda.
Me senté sobre él, sintiendo cómo volvía a llenarme. Sus manos firmes en mis caderas marcaron el ritmo con autoridad, aunque fingía dármelo a mí.
Empecé a moverme, primero con torpeza, por el temblor en mis piernas, pero después dejándome llevar por la fricción, el calor, la presión exacta en el lugar correcto.
Sus labios buscaron los míos, pero no fue un beso completo: me mordió el labio inferior con una mezcla de ansiedad y juego.
Me detuve un segundo, y lo miré. Ese brillo en sus ojos... era deseo, sí, pero también algo más. Posesión.
— Mírate — dijo en voz baja — Toda mía. Así es como te quiero.
Sus manos subieron por mi espalda, me apretaron contra su pecho, y su boca se perdió en mi cuello otra vez.
Sentía su lengua, sus dientes, dejándome marcas. Como si no le alcanzara con estar dentro mío, como si necesitara que todo mi cuerpo dijera "esto es de Victor" —lo cual lo es—.
Y, en ese momento, yo también lo quería así.
— ¿Te gusta que te mire así? — me preguntó, con la voz quebrada pero aún burlona.
Asentí, apenas, y me moví más rápido. Sentí cómo su respiración se cortaba por momentos, cómo apretaba la mandíbula intentando no correrse todavía.
— Eres un desastre — dije sin pensar, entre jadeos.
— Y tu estás peor — rió, empujando sus caderas hacia arriba, haciéndome gemir más fuerte — Mírate, Delia... Mírate moviéndote encima mío como si no te importara nada más.
Y tenía razón. No pensaba en nada. Ni en el campamento, ni en lo que esto significaba, ni en lo que vendría después.
Solo quería seguir montándolo. Seguir sintiéndolo profundo, apretándome desde adentro mientras sus dedos me marcaban la piel.
Bajé la cabeza, le besé el cuello y esta vez fui yo quien mordió. Fuerte. Él soltó un gruñido grave, una mezcla de sorpresa y placer, y me sostuvo con más fuerza.
— ¿Así quieres jugar? — dijo entre dientes — Vas a hacer que me vuelva loco.
— Ya estás loco — le respondí contra la piel.
Nos movimos juntos, cada vez más cerca del borde. Mis manos se aferraban a sus hombros, sus dedos hundiéndose en mis muslos.
Sentía todo: el calor, el sudor, el crujido leve de las hojas bajo nuestros cuerpos, mi nombre escapándose de sus labios una y otra vez.
Y yo... estaba por perderme. Por completo.
— Correte conmigo bonita...— me pidió, ronco, con la frente pegada a la mía — Dame todo, Delia.
Lo hice. Con un gemido ahogado, un estremecimiento desde lo más profundo del cuerpo, me dejé caer, dejé que la ola me arrastrara mientras él se rendía conmigo, gimiendo bajo mi oído.
Nos quedamos quietos. Agitados. Aún unidos.
Su sonrisa seguía ahí, marcada, descarada.
— Sabía que te iba a gustar - murmuró, besándome el hombro — Ahora... ¿me vas a mirar igual cuando seamos líderes en la reunión de mañana?
— No me hables de mañana — dije, apoyando mi frente en su pecho — Dame cinco minutos más de ahora.
— Te doy toda la noche si quieres. Pero después, vas a tener que disimular bien, jefa.
Y ahí estaba de nuevo: esa maldita sonrisa. La misma que, por más que intentara negarlo, me iba a perseguir incluso cuando él no estuviera cerca.
Lo abracé con amor. Fingiendo demencia de que nos conocemos hace como 4 días pero. Hace como un mes venimos soñando con el uno y el otro.
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