primer juego.

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El pasillo parecía interminable.
Paredes metálicas, luces frías, y un silencio que solo se rompía por el eco de las botas de cientos de participantes. Yuri-ha caminaba con la cabeza baja, tratando de no pensar en el porqué estaba allí. Cada paso era como un latido pesado en el pecho. Gi-hun iba a su lado, intentando forzar una sonrisa nerviosa, como si fingir calma pudiera hacer que aquello dejara de ser real.

Al final del pasillo, una puerta de acero se abrió con un chirrido grave. Un destello de luz artificial les cegó por un instante. Cuando la vista se aclaró, Yuri-ha creyó estar soñando:
Un campo abierto, con un cielo pintado en las paredes, un sol falso brillando desde una lámpara colosal, y un camino de tierra amarilla que terminaba frente a una figura inmensa: una muñeca gigante de rostro infantil, trenzas naranjas y vestido naranja.

Pero lo más inquietante eran sus ojos.
No se movían… y aun así, Yuri-ha juraría que la miraban directamente.

Los guardias con máscaras negras y rosa estaban alineados en los costados, portando armas largas. No había ventanas, no había salida, solo ese campo y esa muñeca.

Gi-hun murmuró:
—Dios... No puedo.. estoy con el Jesús en la boca
—Esto es peligroso —respondió Yuri-ha sin mirarlo, porque sabía que en un lugar así no existían rarezas inocentes.

De pronto, una voz robótica resonó en todo el campo:

> “Jugaremos Luz verde… Luz roja.
Si te mueves durante Luz roja, serás eliminado.”

El eco de esa última palabra retumbó en la mente de Yuri-ha. “Eliminado”… era una forma demasiado limpia de decir “muerto”.

La muñeca giró la cabeza lentamente hacia un lado, y la voz mecánica cantó:

> “Luz verde.”

La multitud avanzó. Algunos corrían, otros caminaban rápido, pero Yuri-ha prefirió dar pasos cortos y firmes.

> “Luz roja.”

La muñeca giró la cabeza hacia atrás con un chasquido mecánico. En ese instante, un hombre a la izquierda de Yuri-ha tropezó, cayendo de rodillas. Antes de que pudiera enderezarse, un sonido seco cortó el aire.
¡Paf!
La sangre salpicó el polvo. El cuerpo cayó inmóvil.

Gritos estallaron. Varias personas comenzaron a correr desesperadas hacia la meta.
La muñeca volvió a cantar:

> “Luz verde.”

Y apenas después:

> “Luz roja.”

Tres disparos más. Cuerpos al suelo. El olor metálico de la sangre empezó a mezclarse con el polvo levantado por los pies.

Gi-hun tragó saliva.
—No mires. Concéntrate. —Su voz era firme, pero sus manos temblaban.

Yuri-ha respiró hondo, bloqueando el ruido, bloqueando la visión periférica. Solo la línea final importaba. El reloj mental que llevaba dentro marcaba cada segundo que pasaba antes del próximo luz roja.

Un paso… dos pasos… alto.
Un paso… otro… detente.
Cada vez que la muñeca giraba la cabeza, sentía como si un cuchillo invisible le presionara la nuca.

A mitad de camino, un hombre delante de ella comenzó a sollozar, incapaz de moverse. En cuanto la muñeca dijo luz verde, él se lanzó a correr, pero tropezó contra el cuerpo de un caído. No logró levantarse a tiempo. Un disparo en la espalda lo silenció para siempre.

Yuri-ha apretó los dientes. “Esto no es un juego. Esto es una masacre controlada”.

El conteo de los segundos se hacía más rápido. La meta estaba cerca. Gi-hun, jadeando, susurró:
—En la próxima… corremos.

> “Luz verde.”

Ambos se lanzaron hacia adelante. La muñeca giró la cabeza antes de lo esperado.

> “Luz roja.”

Se congelaron.
El corazón de Yuri-ha latía tan fuerte que estaba segura de que todos podían escucharlo. Un disparo sonó muy cerca, tan cerca que un chorro de sangre le salpicó la mejilla.

Ella no parpadeó. No respiró. No existió.

La voz robótica volvió:

> “Luz verde.”

Yuri-ha empezó a correr y cuando dijo luz roja se quedó quieta quien estaba delante de ella le dispararon y la sangre la mancho, después dijo luz verde y cruzó la meta asustada mientras trataba de limpiarse la sangre de su cara.

Con cada músculo ardiendo, dieron su último sprint y cruzaron la línea.
La alarma final sonó.
Habían ganado… o mejor dicho, habían sobrevivido.

Pero al voltear, Yuri-ha vio el campo cubierto de cuerpos, el suelo manchado, y los guardias arrastrando a los muertos como si fueran muñecos rotos. En ese momento lo entendió: cada juego sería peor, y cada paso que diera en ese lugar sería una pelea contra la muerte.

𝕮𝖚𝖆𝖓𝖉𝖔 𝖊𝖑 𝖓ú𝖒𝖊𝖗𝖔 𝖘𝖊 𝖇𝖔𝖗𝖗𝖆Where stories live. Discover now