Acordamos estar atentos ante cualquier posibilidad de escapar, y avanzamos hacia la casa. No me inspiraba confianza, pero parecía el único camino que nos esperaba. Todo lo demás era un largo manto de pasto y cielo que se extendía hacia el horizonte. Si miraba a la derecha, no había más que hierba. Si miraba a la izquierda, no había más que hierba. Si miraba hacia arriba, no había más que cielo. Nada se vislumbraba en la distancia, ni siquiera la opaca imagen de una montaña o de otra estructura.

Algo nos detuvo en seco.

Una risa.

Una risa infantil.

Quietos y alertas miramos en derredor.

Me acerqué a Exen, inquieta.

—¿De dónde viene eso? —preguntó Sora, volviendo su cabeza hacia todos lados.

—Parece que viene de la parte trasera de la casa —respondió Ecain.

Empuñaron sus armas y apuntaron hacia el vacío. Primero, la risa se escuchó lejana, pero de pronto comenzó a acercarse y a aumentar el volumen del carcajeo. Nos movimos hacia atrás hasta que nuestras espaldas golpearon y apuntamos para cubrir cada ángulo.

Aguardamos en la misma posición, y cuando la risueña y aguda risa se escuchó a solo pocos metros, lo que estuvo ante nuestros ojos nos pudo hacer bajar las pistolas, pero no lo hicimos.

Era una niña.

Vimos su pequeño y delgado cuerpo. Nos dimos cuenta de que daba brincos mientras se acercaba por el prado, pero lo que no alcanzábamos a detallar era su rostro. Una extraña sombra se formaba sobre su cara, causada por la cortina de cabello que le caía hacia los lados.

—Recuerden que no es real —soltó Ecain, sosteniendo el arma con firmeza—. De seguro es una trampa.

—Creo que podemos entrar a la casa antes de que nos alcance —propuso Sora—. ¿Qué dicen?

—Si nos alcanza, ¿qué puede hacer?

—No lo sabemos, pero tampoco nos quedaremos para averiguarlo.

Comenzamos a retroceder sin darle la espalda y sin dejar de apuntar. Aquella niña podía ser una forma de llamar nuestra atención y de impulsarnos hacia una trampa; pero no pude evitar observarla con mayor curiosidad. Tenía el cabello largo, castaño y hermosos ojos oscuros que resaltaban sobre una tez de porcelana. Parecía de unos siete u ocho años y daba pequeños saltos mientras reía y retozaba entre la hierba.

Retrocedí con más velocidad, pero me detuve apenas reparé en que Exen no se movía y que había murmurado algo que no alcancé a oír. Tenía los ojos vidriosos y los músculos tensos. Entreabrió los labios y su expresión facial alternó entre la fascinación y la consternación. Confundida por su reacción, coloqué una mano sobre su hombro para asegurarme de que estuviera bien, pero reaccionó al sentir mi tacto.

—Es Cameron —soltó en voz baja con los ojos fijos en ella—. Es Cameron.

Ecain y Sora se volvieron hacia nosotros.

—¡Muévanse! —ordenó Ecain, pero Exen le ignoró.

—¡Es Cameron!

Y entonces, sin avisar, él echó a correr tras la pequeña. La niña supo que él iba en su dirección, así que después de soltar una estrépita risa aguda huyó en dirección a la casa.

Nos apresuramos a seguir a Exen.

La niña empezó a reír como si la persecución le divirtiera, pero a mí no me entretenía ni un ápice. Ella no era Cameron. Julian me había dicho que Cameron había muerto en el incidente del primero de septiembre; pero para Exen no pareció ser así. Él en verdad creyó que era su hermana.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora