—Pero a ella le encanto—

Gi-hun rió. Con fuerza.

Y esa risa… valía todo.

—◯△☐—

Desde ese día, Gi-hun comenzó a salir.

Pequeñas caminatas. Luego al mercado. Más tarde a la biblioteca del pueblo, donde conoció a una vecina encantadora llamada Hye-jin, que no tardó en invitarlo a su club de lectura, aunque él solo quería los libros de recetas para bebés.

In-ho observaba todo con una mezcla de ansiedad y ternura. Lo seguía a veces desde la distancia, disfrazado, o revisaba los reportes de los guardias que lo acompañaban. Y aunque por dentro le dolía pensar que Gi-hun empezaba a soltarse de su mano… por fuera lo apoyaba. Porque lo amaba.

Y Gi-hun… también lo amaba.

Había días en que lo miraba como si el mundo empezara y terminara en él. Cuando se despertaba de madrugada, con antojo de cereal dulce, y lo encontraba sentado junto a la cuna de Min-ji, tarareando algo apenas audible. O cuando, sin aviso, le decía: “Gracias por quedarte conmigo”.

Y cuando lo besaba… era un beso lleno de verdad.

Pero claro, no todo era perfecto.

A veces Gi-hun se ponía triste sin saber por qué.
A veces se tocaba la cicatriz de su cabeza y preguntaba si fue por una caída o algo más.

In-ho mentía.

Pero con menos dolor que antes.

Porque ahora… Gi-hun estaba feliz. Y eso, para él, era lo único que importaba.

—◯△☐—

La dinámica con los guardias también había cambiado.

Los tres, aún con sus trajes rojos y sus máscaras de círculo, ya no parecían soldados. Parecían… tíos, hermanos, vecinos ruidosos. Jugaban con Min-ji, cocinaban, hacían guardias rotativas pero con menos formalidad. Habían personalizado sus cascos con stickers pequeños (que In-ho prohibió pero toleró mientras no salieran de casa).

—¿Quién le pegó un sticker de corazón al casco de 004?— gritó In-ho una mañana.

—Es para que Min-ji no se asuste— respondió 004, alzando la voz desde la ducha.

—¡Min-ji te tiene miedo porque siempre le hablas como un presentador de circo! ¡No por tu casco!—

Y sin embargo, Min-ji adoraba a los tres.
Lloraba cuando se iban a hacer sus responsabilidades, como lavar ropa, mantener las flores en buen estado, hacer la comida.

Y en más de una ocasión, In-ho los sorprendió bailando canciones infantiles con pasos ensayados que claramente tomaban demasiado tiempo para ser aprendidos.

—A veces siento que esto es una guardería con uniforme militar— dijo In-ho en voz alta.

Gi-hun rió.

—Y a veces, eso es todo lo que necesitamos.—

—◯△☐—

Las noches de verano empezaban a ser cálidas en el pueblo. Gi-hun dormía con la ventana abierta de par en par y las sábanas hechas un desastre a sus pies. No porque tuviera calor… sino porque su cuerpo no encontraba descanso fácil.

Cinco meses de embarazo.
Cinco meses de acidez, antojos rarísimos, piernas hinchadas y movimientos inesperados del bebé. A veces sentía burbujas en el estómago, otras veces pequeños golpes internos como si una criatura diminuta se quejara de cómo se sentaba. Lo más extraño era lo mucho que amaba esa incomodidad. Había algo demasiado real en ese cuerpo redondo, suave, pesado, que lo hacía sentir más vivo que nunca.

Fragmentos de tiWhere stories live. Discover now