CHAPTER XI

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La vida tenía otra textura.

El aire del pueblo olía distinto a la isla, aunque seguía siendo fresco y limpio. Aquí no había muros ni pasillos metálicos, ni cámaras sobre cada puerta. Había caminos de tierra, vecinos con rostros, un puesto de pan en la esquina y perros que perseguían gallinas. Todo tenía una apariencia normal, común. Como si el infierno de los juegos nunca hubiera existido.

Pero claro, para que esa paz existiera, In-ho tuvo que construirla ladrillo a ladrillo.

—◯△☐—

La decisión de dejar salir a Gi-hun no fue impulsiva.

Había pasado un año desde que dejó atrás los pasillos de concreto y las máscaras de oro.
Desde que los VIPs aceptaron que no habría más juegos, al menos por un tiempo. Un año desde que él dejó de ser únicamente el Líder, y se convirtió en otra cosa: un esposo, un padre, un hombre desesperado por mantener intacto lo que aún le quedaba.

Durante los primeros meses, In-ho fue estricto. Gi-hun no podía salir de casa, no sin supervisión, no sin que los tres guardias estuvieran atentos, a distancia.

Pero algo había cambiado.

Gi-hun ya no despertaba sobresaltado.
Ya no miraba las ventanas como si fueran trampas.
No preguntaba por Sang-woo.
Ni por el pasado.
Solo sonreía.
Abrazaba a Min-ji con ternura infinita.
Y lo besaba cada noche con ese cariño cálido y cansado que solo los que sobrevivieron a mucho pueden ofrecerse.

—Creo… que estoy listo para ir al mercado solo— le dijo una mañana, con las manos en la espalda baja y la panza redonda de cinco meses marcando su ropa suelta.

In-ho parpadeó. Sintió una oleada de terror, mezclada con orgullo.

—¿Solo?—

—Bueno, no del todo. Con uno de los chicos— dijo, señalando con la cabeza al guardia 004 que en ese momento intentaba hacerle reír a Min-ji con una nariz de payaso improvisada y un globo que claramente había robado de la caja de los cumpleaños.

—Le enseñé a hacer globoflexia— murmuró el guardia con orgullo.

—¡Eso no es globoflexia, eso es un nudo en forma de tripa! —respondió 017 desde la cocina, mientras horneaba unas galletas con chispas.

—Te gané en los juegos de mesa ayer, no puedes hablarme así— replicó 004.

—Eso fue suerte. Yo estaba cuidando al bebé.—

—¿Qué bebé? ¡Min-ji ya ni gatea! ¡Es más rápida que tú!—

—¡Eso no se dice en voz alta, idiota!—

In-ho se llevó dos dedos al puente de la nariz, suspiró con los ojos cerrados.

—Silencio— dijo.

Los dos guardias se callaron de inmediato… durante tres segundos.

Gi-hun mantenía una sonrisa, le parecía graciosa aquella situación.
—Entonces, ¿puedo ir?— repitió Gi-hun, con una sonrisa traviesa.

In-ho suspiró.

—Sí. Pero solo si alguien te acompaña.—

—Claro. ¿Y puedo elegir a quién?—

Los tres guardias se giraron al mismo tiempo. Como si fuera un juego de eliminatorias.

—No 004, tú no—dijo In-ho de inmediato.

—¡¿Por qué yo no, señor?! ¡También tengo cualidades de niñera!—

—¿Qué parte de que llevaste a Min-ji a ver una película de terror porque “querías ver si reaccionaba” no entiendes?—

Fragmentos de tiWhere stories live. Discover now