Las trampas del corazón

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El sonido de la cucharilla a medida que Mardröm removía el café, estaba volviendo loco a Joky, que tuvo mucho cuidado de no quejarse.

—Es inaguantable —prosiguió el demonio con su retahíla de quejas sobre Tiffany—. En serio, y te lo digo yo, que he tratado con lo peor de la humanidad.

—Sí... —coincidió el camarero dudando de lo que debía decir mientras paseaba el paño por la barra—... desde luego suena como si esa chica fuese algo pesada.

—¡¿Algo pesada?! Eso es como decir que el Burj Khalifa es un edificio alto. Esa chica es un puto sargento. A la menor oportunidad se lía a darme órdenes como si yo fuese su esclavo. ¿A que no adivinas que es lo primero que hizo en cuanto la desperté esta mañana?

Aquel estallido de rabia por parte del desconocido hizo que Joky se pusiese a la defensiva sin saber bien que debía decir. Le bastó tener clavados esos ojos grises unos segundos para darse cuenta de que el silencio iba a ser peor que una mala frase.

—¿Mandarte algo?

—¡No solo mandarme algo! —le chilló. Dio un golpe en el mostrador como si intentase liberar parte de la rabia rompiendo el mobiliario—. Pedirme algo que yo no quería hacer... O sea, ¿me tomo la molestia de despertarte y ya estás dando órdenes? ¿Qué clase de persona me hace eso?

—Será puta... —El camarero estuvo dubitativo de sí debía intervenir o no, pero ver sonreír a aquel hombre cuando la insultó lo consideró un buen augurio—. Las mujeres son todas iguales. Te dicen que te van a seguir hasta el fin del mundo y cuando te pones a sus pies solo abusan pidiendo y pidiendo hasta dejarte seco.

La incertidumbre de Mardröm se reflejó en su cara.

—No sé de qué me estás hablando.

Al instante el camarero se arrepintió de haber tentado a la suerte.

—De cómo esa chica abusa de ti pidiendo y pidiendo hasta dejarte sin blanca. —contestó dubitativo. El suspiro exagerado que emitió el hombre del traje, le puso sobre aviso de que había metido la pata—. ¿No es a eso a lo que te referías?

—Tú solo tenías que escuchar. Nada más.

—Escucharé... no diré nada —prometió, intentando ocultar el miedo en su voz.

Ambos tertulianos quedaron en silencio cuando la puerta de la calle se abrió y una pareja de adolescentes entraron en el bar.

—Está cerrado —gruñó Mardröm de mala forma.

Los chicos, con el rostro pálido, examinaron la sangre en las paredes, los cadáveres en el suelo y cerraron la puerta para salir corriendo.

—Mira amigo... —Joky lamentó mentalmente no tener una escopeta bajo el mostrador, pero de momento se conformaba con apretar el cuchillo que tenía oculto en su espalda—... no quiero problemas. Ya sé cómo son las cosas aquí; Ahora esos chicos llamarán a la policía y dirán lo que han visto; pero si te vas ahora, cuando hablen conmigo yo habré visto a una persona muy diferente hacer todo esto...

Mardröm, mientras le escuchaba, se llevó la taza a los labios y probó la bebida. Sabía tan mal cómo le había parecido al olerlo.

Una lástima.

—Ni siquiera sabes hacer bien un café. Creo que el mundo no echará de menos a alguien como tú cuando termine contigo.

En aquel barrio, Joky había recibido cientos de amenazas peores que aquella a lo largo de su carrera. Esta vez, sin embargo, se dio cuenta de que no iba a quedar tan solo en palabras. Desvió de manera casi imperceptible su mirada hacia los cadáveres preguntándose cuál de ellos tendría un arma.

Mardröm, el guardián del infierno:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora