Capítulo 1

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Celia permanecía todavía en la habitación donde su madre había fallecido. Con el cuarto limpio, nadie hubiese dicho que días atrás una mujer se había estado debatiendo entre la vida y la muerte en aquella misma cama, ahora limpia. Miró la almohada donde lady Albymore había posado su cabeza, con el cabello bañado en sudor por la fiebre y el rostro pálido, y se le encogió angustiosamente el corazón. Nunca más volvería a verla, no podría abrazarla de nuevo y mucho menos escuchar los consejos que siempre la habían ayudado. Se lo debía todo a su madre; después de la muerte del vizconde fue su referente en todo y el mayor pilar con el cual sostenerse, y ahora se había quedado sola.

Era increíble de qué manera un cuerpo lleno de vitalidad y energía podía agotarse en cuestión de unos pocos meses. Después de haber luchado contra la enfermedad día tras día postrada en cama, finalmente, la tuberculosis se la había llevado a la tumba.

Durante aquellos días, apenas había podido entrar en la habitación para estar con ella, los médicos se lo habían prohibido para evitar un posible contagio, aunque muchas veces había entrado a hurtadillas de noche, aunque fuera para verla dormir, las pocas horas que las dolencias le permitían.

No habían tenido muchas visita desde que la señora había enfermado, a excepción de unos cuantos familiares y una de las mejores amigas de lady Albymore, lady Wiltishire. Esa mujer siempre había sido una segunda madre para ella, y había agradecido sobremanera verla por casa. La había ayudado a distraerse, pero por desgracia solo había podido ver a su madre una vez, en la que los médicos estuvieron benevolentes y la dejaron estar en la habitación a una distancia prudente de la enferma.

Días antes de su muerte, su madre le regaló un camafeo en forma de broche y desde entonces se lo había puesto, con la intención de no quitárselo jamás. Siempre que lo viera, la vería a ella, y necesitaba sentirla presente en cada momento de su vida.

Todavía podía recordarla alegre y llena de vida por los campos que se extendían desde Down Hall, y si se concentraba lo suficiente, le venían a la mente imágenes de su madre junto al vizconde, acostados bajo un árbol al que lord Albymore tenía mucho aprecio. Sin duda, era el lugar preferido para la familia, siendo el verano la mejor época del año ya que pasaban los dos meses junto a los duques de Wiltishire.

No volvería a ver aquella casa de la misma forma, aunque tampoco estaba segura de ser capaz de volver a entrar y revivir tantos momentos que ya solo perduraban en su memoria.

Alguien llamó a la puerta, y se dirigió a la ventana. Lady Wiltishire ya estaba en casa, así que no sabía de quién podía tratarse a estas horas, hasta que una enorme falda salió de un austero carruaje, precedido por una mano enguantada en encaje. ¿Qué hacía allí su tía Minerva? Tenía entendido que se había ido a Europa para un largo viaje y que tardaría en volver. Nunca había sido alguien cercano a la familia, siempre había evitado toda clase de actos sociales para reunirse con cualquiera de sus miembros. Se definía a ella misma como un espíritu libre. Tan libre, que la última vez que la vio todavía seguía soltera, a sus treinta años.

Por eso, Celia se llevó una gran sorpresa cuando vio saliendo tras ella a un hombre. No pertenecía a la familia Albymore, así que debía tratarse de un amigo, o quién sabe si algo más, de su tía, a pesar de que parecía mucho más joven que ella. ¿Un cazafortunas salido del continente, quizás? En fin, no tenía humor para averiguar qué clase de personas acompañaban a su querida tía.

Ladeó la cabeza y se encontró observando la habitación, otra vez. No le apetecía bajar, y mucho menos saludar y presentarse. Además, nadie la había avisado de que tendría una visita y ni siquiera se había vestido como era debido.

Como si hubiera oído sus pensamientos, su dama de compañía tocó a la puerta.

—Adelante.

Besando a un desconocido Where stories live. Discover now