Capítulo 14. Bajo la mesa

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LUCA

Habían pasado apenas tres días desde que llegamos. Tres días en los que la mentira se había vuelto tan densa que a veces me costaba respirar.

No supe en qué momento exacto habíamos cruzado la línea, pero me di cuenta de que lo habíamos hecho sin frenar. Gia reía con mi madre como si la conociera de toda la vida, se movía por la casa como si siempre hubiese pertenecido allí… y cada vez que la miraba, me descubría buscándola como si fuera realmente mía.

Lo extraño era que nadie parecía dudar. Mi madre e incluso mi padre, extrañamente y sin terminar de creerme su papel, estaban encantados, hablaban de la boda como si ya hubiese una fecha, incluso mencionaban futuros nietos como si el guion que inventamos les hubiese pertenecido desde siempre. Y yo… yo seguía interpretando el papel, aunque hacía días que ya no sabía dónde acababa la mentira y empezaba el deseo de que no lo fuera.

Por las noches, cuando el silencio se colaba entre nosotros, la distancia bajo las sábanas se había vuelto más íntima que cualquier palabra. Tocarla, mirarla, besarla… se había convertido en una rutina tan peligrosa como necesaria.

Y, sin embargo, no le dije nada.

No le contaba que empezaba a temer lo que sentía. Que cuando la escuchaba hablar con mi madre sobre flores para el jardín, o cuando sonreía mientras se recogía el pelo en la cocina, me daban ganas de olvidar que todo esto empezó como un trato.

Tal vez ya no fuera un juego.

Pero seguía en silencio. Me limitaba a mirarla cuando no me veía, a sostenerle la mano cuando alguien lo esperaba, a besarla como si fuera parte del acuerdo.

Tal vez tenía miedo de que, si le hablaba con sinceridad… se rompiera todo

Fue al caer la tarde, mientras tomábamos café en la galería, cuando mi padre dejó caer la bomba con la despreocupación de quien menciona a viejos conocidos. Por esa razón, no me creí su entusiasmo y su interés por "nuestra boda" o por conocer a Gia.

—Esta noche vienen a cenar los Moretti. Se han instalado de nuevo en la finca del norte, la de los olivos. Creo que Eliza  y su marido también están de visita.

Eliza.

El nombre cayó como una piedra en el centro de la mesa. No solo en mí. Sentí cómo Gia se tensaba a mi lado, su cuerpo reaccionó al instante. Lo noté incluso antes de que yo mismo pudiera evitar endurecer la mandíbula.

No la miré. No en ese momento.

Solo asentí, fingiendo indiferencia.

—Ah, bien —dije, como quien oye hablar del tiempo.

Eliza nunca significó nada para mí. Había algo entretenido en jugar con los límites, en lo prohibido, en la atención que ella parecía necesitar tanto como despreciaba. Pero fue todo eso: un juego. Uno que perdió cualquier gracia el día que conocí a Gia.

Desde entonces, empecé a evitarla. Dejé de responder a sus mensajes, de aceptar sus insinuaciones sutiles, de buscarla.... Cuando Gia apareció, Eliza se volvió ruido de fondo. Irrelevante.

Pero ahora, saber que iba a estar aquí, esta noche, bajo el mismo techo… me inquietaba. No por lo que pudiera despertar en mí, sino por lo que podría estropear entre Gia y yo. Aunque nuestra historia fuera una mentira —aunque lo siguiéramos fingiendo—, lo que yo sentía por Gia no lo era. Jamás lo había sido.

Finalmente, me atreví a mirarla. Gia seguía mirando su taza de café, pero la noté tensa, los labios apretados, los hombros rígidos...

Subimos a la habitación sin decir mucho. El ambiente había cambiado, como si el nombre de Eliza se hubiera quedado suspendido en el aire, flotando entre nosotros, rozando todo lo que no decíamos.

OSCURIDADWhere stories live. Discover now