Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Sonic
No hay nada como una buena siesta por la tarde.
En serio, la paz, el silencio, el no tener que correr por media ciudad porque Eggman decidió jugar al conquistador otra vez… era casi sospechoso. Me estiré sobre el sillón, sintiendo los músculos crujir agradablemente mientras bostezaba sin miedo al mundo.
Últimamente, el doc ha estado… tranquilo. Y cuando digo tranquilo, me refiero a desaparecido. Nada de robots atacando centros de energía, ni planes ridículos con nombres peores, ni siquiera un maldito Badnik volando por el cielo.
Raro. Pero no me iba a quejar. Supongo que todos necesitamos un descanso de vez en cuando… incluso los villanos demente con bigote y complejo de dios.
De todos modos, ya venía siendo hora de que tomáramos unas buenas vacaciones. Aunque, si lo pienso, hace un tiempo que no veo a algunos de los demás. Shadow y Rouge, por ejemplo, fueron enviados a Spagonia. Misión de GUN, algo sobre extrañas fluctuaciones de energía y un museo. Lo típico. Así que no verlos por aquí tenía sentido.
Pero los demás… bueno, no tenían excusa.
Con otro bostezo, me levanté del sillón y me sacudí el letargo como pude, bajando las escaleras mientras me estiraba con los brazos en alto. Mi estómago rugió con fuerza. La siesta había sido buena, pero mi cuerpo ahora exigía combustible.
Caminé hasta la cocina y abrí la nevera, esperando encontrar algo rápido, algo sencillo… algo que no fuera solo leche.
Fruncí el ceño. Solo había leche.
—¡Tails! —llamé en voz alta, sin apartar la mirada de la triste botella solitaria—. ¿No se suponía que ibas a hacer las compras de la semana?
Cerré la puerta con un pequeño bufido, sacudiendo la cabeza. No era que necesitáramos mucho, pero algo más que leche no estaría mal. Iba a caminar hasta el taller para ver qué andaba haciendo ese zorro distraído cuando, de repente, apenas levanté la vista del piso…
—¡AH!
Casi salto del susto.
Ahí estaba Amy.
En mi casa. De pie en medio del pasillo, como si eso fuera completamente normal.
El corazón me dio un brinco tan fuerte que juraría que se me subió a la garganta. Me quedé paralizado, con la mirada clavada en ella por un par de segundos que se sintieron como si alguien hubiese presionado el botón de pausa del mundo. Todo estaba en silencio. Solo ella, parada ahí, como si no hubiera pasado el tiempo, como si yo no hubiera estado pensando en este momento desde hacía días.
Intenté que mi cerebro funcionara lo suficientemente rápido como para articular una frase que no sonara como un balbuceo nervioso. Fracaso total.
—¡Ah! Ames. No te vi… ahí. Digo, claro, estás ahí, sí, pero no… no esperaba verte así de pronto. O sea, ¡hola!