Coruscant. El planeta más habitado y, paradójicamente, uno de los más inhabitables de toda la galaxia. Un mundo-ciudad compuesto por más de cinco mil niveles, de los cuales los primeros cien, de abajo hacia arriba, son los más peligrosos.
"Peligroso" no sería la palabra adecuada. No se trata de lugares a los que entras y sales con los pelos de punta por un buen susto. No. Es atroz. Mortal. Si entras... no sales. Nadie sabrá cómo llegaste ahí, y nadie podrá encontrarte jamás.
Cuando era niña, Nariam había escuchado esas historias. Se las contaba su padre, porque la escuela a la que asistía prefería narrar versiones incompletas. En su clase de Historia de los Sistemas, apenas mencionaban los planetas más relevantes, dejando fuera decenas de miles de mundos que componían la galaxia.
Loam Baltrán, su padre, solía decirle que las instituciones enseñaban sólo lo que les convenía. Que cualquier sistema de poder no quería gente con suficiente conocimiento para hacerse preguntas peligrosas, de esas que ponían en riesgo su control. Así que él, sin pudor alguno, le habló de los niveles más bajos de Coruscant, el nivel 1 y el mítico nivel 0.
Nariam no pudo dormir aquella noche. Saber que descansaba sobre miles de niveles superpuestos y que, en lo más profundo, existía un inframundo oculto bajo sus pies, la aterraba.
Ahora, años después, si sentirse asfixiada en los niveles superiores ya era un tormento, no quería imaginarse qué clase de cosas habitaban más abajo.
Apretó con fuerza la mano de Luan, manteniendo fija la mirada en los botones del ascensor, asegurándose de presionar el que la haría subir. Marcó el nivel 4010.
—Nari... ¿Quién era él? —preguntó su hermano, tirando de su mano.
El cristal transparente dejaba ver qué tan rápido subían a la superficie. Nivel por nivel. Nariam disociaba, trataba de pensar en una respuesta contundente para Luan, ya que ni ella estaba segura de lo que había pasado. Su cuello tenía el deje de unas manos invisibles, aquellas que jamás visualizó pero, la fuerza con la que fue sujetada, fue despiadado.
Eso era... la Fuerza. Nariam había olvidado cuánto tiempo había pasado desde la última vez que escuchó ese nombre sin temor. Palabras enterradas en su memoria resurgieron con fuerza: la Vieja República, la Alta República, las leyendas antiguas, las Guerras Sith...
Desde la caída de la República, el Imperio había distorsionado por completo el concepto de la Fuerza, relegándola a un mito prohibido o como el arma exclusiva de los traidores Jedi. Nariam lo sabía por Luan, porque eso era exactamente lo que les enseñaban en las escuelas debido al nuevo currículo imperial: versiones simplificadas y fragmentadas de la historia, lo justo para moldearles la mente y mantenerlos obedientes.
Nariam lo recordaba de otra forma. La Fuerza era un campo de energía invisible que atravesaba a todos los seres vivientes. Algunos eran más sensibles a ella que otros, capaces de percibirla, moldearla y utilizarla. No se limitaba a mover objetos sin tocarlos; era un presentimiento, una advertencia silenciosa, un refugio, una herramienta... y también un arma.
Los Jedi, en su tiempo, la habían empleado para resguardar la paz y el equilibrio en la galaxia. Los Sith, por el contrario, la corrompían para dominar a través del Lado Oscuro, imponiendo miedo y destrucción a su paso.
Entonces, eso era.
El hombre con quien se habían topado era un Sith.
—Creo que era... —comenzó a responderle a Luan después de rato, casi en un susurro. El silencio en el ascensor era ensordecedor—. Creo que era la mano derecha del Emperador —terminó por decir, recordando de nuevo las palabras del Twi'lek.
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Our Force | Darth Vader/Anakin Skywalker
FanfictionLa trágica historia de Anakin Skywalker no terminó al convertirse en Darth Vader. Su duelo en Mustafar contra Obi-Wan lo dejó gravemente herido, pero no le arrebató el rostro ni la piel, sólo a un hermano y una batalla. Cinco años después de la caíd...
